Adolfo Barrena Salces.- Es el día más corto del año. Es la manera de decir que es el día que menos horas de luz tiene puesto que es el momento del año en el que la tierra está más inclinada con respecto al sol y por eso recibe menos luz solar.

Este día era una festividad para muchos pueblos. En diferentes culturas se asociaba al inicio del año puesto que, a partir del solsticio, las horas de luz solar se iban alargando.

Eran fiestas que los santos padres de la iglesia católica, desde la edad media, la asociaron al nacimiento de Jesús y lo adornaron con los reyes magos. No fue más que una apropiación (una más) de una tradición popular. Como siempre la Iglesia reconvirtió fiestas y cultura popular a su conveniencia.

Bueno, todo esto viene al hilo de estas cosas de la navidad que estamos viviendo estos días.

Fíjense que ayer, en el Congreso, que se daba cuenta de los fondos europeos, de la gestión de la pandemia y del proceso de vacunación, sale el inmarcesible líder pepero, D. Pablo, y se queja de que Pedro Sánchez no ha hablado del niño Jesús y no ha felicitado la navidad.

Esa Navidad, invento religioso donde los haya, ha sido adquirido por el mercado que ha conseguido convertirlo en todo un monumento al consumo, al que se empuja a la ciudadanía con lucecitas y campañas sobre regalos, cenas, encuentros, cabalgatas, belenes y demás inventos de la mercadotecnia.

Esa Navidad que, aunque sea echándose a la conciencia decenas de muertos y miles de contagios por COVID, hay que salvar porque, si no, se hunde la economía.

Resulta que el gran debate no es salud o economía. Lo que preocupa es que " no sabemos lo que podemos hacer estas navidades". Bueno, yo creo que lo sabemos todos y todas. Tener mucho cuidado, no ampliar nuestros contactos, no ir a espacios cerrados en los que se producen aglomeraciones y esperar a que la vacuna haga su efecto teniendo en cuenta que, aunque empiece la vacunación en unos días, para ser efectiva y que cierre el paso al puñetero bicho, tiene que estar vacunada una parte importante de la población y que eso tardará unos cuantos meses.

Lo que pasa en este puñetero país es que tenemos el síndrome del borrego, cuesta la hostia tomar decisiones personales y preferimos que nos digan lo que hay que hacer aunque, de inmediato, pongamos a parir a quien nos dice lo que hay que hacer. Sé que no debo salir de casa, pero necesito que me lo ordenen. Luego, cuando me lo ordenan, digo que me quitan derechos. Luego diré que la culpa la tiene el Gobierno, o los políticos, que es lo más socorrido.

Claro que quienes ordenan, Gobiernos y políticos, tienen el vértigo de tomar decisiones. Por eso dicen que las tome el gobierno y lo dicen quienes montaron la de dios porque decidía el Gobierno. Quiero decidir, se lamentaban barones y baronesas territoriales. Ahora les dicen decide tú, pero dicen que no, que este marrón se lo coma el gobierno.

Ya lo ven, consideran un marrón tomar decisiones.

Eso sí, todos y todas, quienes toman decisiones, saben lo que hay que hacer, ya ven Alemania, Francia, Italia,... pero aquí nada, venga lucecitas, venga aperturas de centros comerciales hasta los domingos, vamos a abrir las estaciones de esquí,... pero luego recomendamos al personal que no salga.

Derivan su responsabilidad a la ciudadanía aunque saben que la ciudadanía, así lo demuestra diariamente una buena parte de ella, utiliza muy poco esa capacidad de ser responsable.

El personal, al menos esa parte de la ciudadanía con síndrome de borrego, campa a sus anchas, "¿Está prohibido?", preguntan. "Es que no se aclaran, nos vuelven locos", añaden y luego rematan "es que es Navidad y no sé que hay que hacer, ya les vale".

Pues eso, ya les vale.

¡¡Feliz solsticio de invierno¡¡, pero cuídense mucho.