Patricio Hernández.- Ahora que se dibuja en el horizonte una salida de la pandemia, de esta convulsión mundial que ha azotado a toda la Humanidad por más de un año, la pregunta se hace inevitable: ¿cómo vamos a salir de este "año de la peste" que nadie que lo haya vivido olvidará? ¿qué hemos aprendido de este acontecimiento traumático, en el que aún estamos?

¿Construiremos quizás un inmenso acto de negación y nos lanzaremos a recuperar el tiempo perdido, regresando con hambre atrasada a un loco consumo so pretexto de que es bueno para la recuperación económica?, o al contrario, ¿nos plantearemos seriamente una revisión radical de nuestro modo de vida y reorientaremos nuestra relación con los demás y con el único planeta que tenemos, emprendiendo una guerra contra el fin del mundo como una posibilidad inscrita ahora en nuestro futuro? No sólo es que puede venir otro virus en cualquier momento y ser aún más letal que la Covid-19, es que en la policrisis en la que estamos, el elemento que más nos amenaza es mucho más profundo y sistémico, se llama cambio climático y ya está aquí, y llega acompañado de otros graves e inéditos fenómenos generados por la irracionalidad que prevalece en los humanos, como la rápida extinción masiva de especies o el agotamiento de recursos de diverso tipo.

Hacer frente al calentamiento global requiere cambios que no son fáciles de aceptar, que ningún político que quiera ganar elecciones se atreve a plantear en toda su crudeza, por eso muchos intentarán seguir entreteniéndonos indefinidamente con su espectáculo de trivialidades, con esa poderosa máquina de generar consentimiento que es la esfera cultural de este capitalismo terminal Y sin embargo, conforme pasa el tiempo serán más duras las medidas a adoptar para evitar sus peores consecuencias. Hay que actuar ahora. El precio de no actuar será en poco tiempo impagable. Sabemos que ni siquiera la pandemia habrá logrado reducir significativamente el CO2 final en la atmósfera cuando acabe el año. Se ha escrito ya muchas veces: somos la primera generación que tenemos conciencia de la gravedad del cambio climático y somos al tiempo la última que puede tomar medidas para evitar lo peor. Como dice Aurélian Barrau, en todo caso "ya es tarde para despertar dulcemente", y continúa: "¿queremos ser la generación que ha devastado en unas décadas aquello que ha tardado decenas de millones de años de evolución compleja en construirse?". ¿Cuántas catástrofes más hacen falta para que actuemos?