Secondat, barón de Montesquieu, se ha convertido en una utopía, en un horizonte inalcanzable. En este doble plano de la realidad, ya descrito por Platón, lo aparente prima en la conciencia de un pueblo que se cree ciudadanía y soberano con plenos poderes. El elástico concepto de democracia es interiorizado como un perfecto mecanismo, sólida y definitivamente, asentado en la sociedad.
Sin embargo, la realidad de Maquiavelo y Hobbes es la que inspira la lógica de la gobernanza de nuestros días. El bien del sacrosanto Estado es lo que prima en el primer autor y, según el segundo nos sometemos a la autoridad estatal por medio del pacto.
La democracia se convierte, en nuestros días, en un simulacro donde la división de poderes brilla por su ausencia, donde la igualdad, consagrada en la Constitución española y en la Declaración de los Derechos Humanos, es una quimera. La perversa inversión del poder es hacernos creer que nuestras conquistas son reales. El relato es el siguiente: primero, los más conscientes y críticos de la sociedad luchan y obtienen conquistas como la igualdad de todos y todas, el derecho al voto, el derecho de manifestación, de huelga, etc y, en segundo lugar, se desvirtúan estos logros con medidas como la ley mordaza y la prevalencia de facto del poder económico bancario sobre el poder político y judicial.
Tras la conquista de derechos y soberanía por parte del pueblo se produce la reconquista del capital financiero. Vacían de contenido real la democracia pero dejan la fachada del texto constitucional y otros rituales pseudo participativos. El amaño del CGPJ, el trapicheo con la sentencia sobre el impuesto de las hipotecas del TS y la mafia de Villarejo tejida en torno a los poderes económicos y sus mamporreros revela lo quimérico que resulta hablar de plena democracia en nuestro país.
Pero tenemos políticos que se sienten españoles de raza, lanzan huesos de oliva y rezan el padre nuestro. No os preocupéis.