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Estaciones murcianas de ira y pasmo Featured

Pedro Costa Morata/La Opinión de Murcia

"A Teodoro García, número dos de un Partido Popular en el intermedio entre el oprobio y la carnicería, y que tan buena pareja hace con su jefe Pablo Casado, parece divertirle tanto como a él el éxito conseguido, pero todavía no ha mostrado capacidad política alguna"

Desde hace tiempo en esta tierra, a una estación escandalosa sigue otra, canalla, o viceversa. De ahí que sean irrelevantes las notas astronómicas cuando no ceja el poder de hacer las cosas mal. Para este otoño, que predeterminará las elecciones autonómicas y municipales de primavera, habremos de comprobar que las formaciones reaccionarias no pierden terreno, sino que lo amplían, sean cuales sean sus ropajes de temporada; y que las alternativas languidecen por falta de espíritu. Al PSOE ya lo califico de dinástico-sagastiano, como mucho; a Podemos, de algarada desinflada y a IU de paciente de diván (en cuya cura me intereso).

Hombre, es verdad que, me ponga como me ponga, no debo dejar de lado la estratosférica (iba a decir estrambótica, me reportaré) promoción de un murciano señalado, Teodoro García, como número dos de un –más señalado todavía– Partido Popular en el intermedio entre el oprobio y la carnicería. Brevemente: Casado parece que tendrá que caer, víctima de su propio discurso moralista, por causas morales y pese a su probada capacidad (la única probada, es tan joven) de mentir, que es lo que ha hecho cuando tenía que tragarse los sapos de la corrupción y dar la cara. García, que tan buena pareja hace con su jefe y que parece divertirle tanto como a él el éxito conseguido, todavía no ha mostrado capacidad política alguna, aunque yo ya me alarmé cuando asistí a su empecinamiento a cuento de las obras de la ribera del Segura en su pueblo, Cieza, por la deportividad con que mentía una y otra vez asegurando que esas obras las hacía quien él quería, no quién en realidad las hacía. Así que, de momento, es su capacidad para mentir lo que los une (riéndose sin parar) Como lo del Máster siga por donde va, será una manada de lobos hambrientos (cuyos aullidos en el PP apenas han cesado), lo que les hiele a ambos la risita en el rostro.

Aprovecharé lo de los aullidos para enlazar con una del campo. Estaba yo estudiándome la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia (que tengo que explicar a mis alumnos politólogos ahora en Guatemala), y reflexionaba sobre las tres 'defenestraciones' habidas en Praga en su movida historia, cuando me cuentan que el flamante líder de Asaja en la región, el aguileño José Martínez, proclamaba a voz en grito que había que «tirar por la ventana» a no sé cuántos funcionarios autonómicos que no le bailan el agua a estos –tan intensivos como insaciables– agricultores del género depredador. Vaya, vaya, cómo se supera este Pepico, me dije: ahora anuncia dedicarse a defenestrar pacíficos servidores de la ley que se le atragantan. Me han contado más cosas de tan ejemplar discurso, pero me las guardo porque –¡incluso!– me atañían a mí; no dejaré de subrayar, no obstante, que le escuchaban, no sé cómo de entusiasmados, dos concejales socialistas aguileños, que optaron por respaldar tan ejemplar acto en lugar de unirse a la manifestación ecologista, mucho más sana, que simultáneamente tenía lugar tres o cuatro playas más abajo, reclamando que se proteja de una vez a la Marina de Cope.

Poco después me he encontrado –en páginas veraniegas que no han conseguido, ni mucho menos, relajarme– con otro murciano ciertamente excepcional, al que se le entrevistaba –¡con motivo!– en un conocido diario regional. Se trata de Víctor Martínez-Carrasco, diputado regional del PP, a quien no tenía el gusto de conocer por ningún tipo de hazaña (¡cómo estaré yo!) pese a su existencia sorprendente, ya que es padre de diez hijos y, más notable todavía, exhibe con orgullo su singularidad reproductora. Uno, tan afectado por la mala marcha del mundo, pero tan respetuoso, no sabe cómo decir cuatro cosas a tan implacables progenitores; y prefiere no interferir en su tarea proliferante por más que subleve su estilo, que no sé si es de graciosillo irresponsable o de ingenuo perturbador.

Por supuesto que se trata de un católico poco común, y así lo demuestra por sus ocurrencias al aludir a Jesucristo, la Iglesia, el Demonio y hasta Dios paciente y misericordioso (con una fe ridícula, de chicle). Lo supongo perteneciente a alguna de esas raras sectas que se arrogan la gracia de Dios en función del número de hijos, de parecida forma a cuando los evangélicos ricos aseguran que su fortuna es indicio de que dios los ama. Es una desgracia que la Iglesia Católica no los incluya en algún Índice condenatorio, epígrafe 'Libidinosos cuentistas', por ejemplo, ya que los de Roma oscilan sin recato entre el 'Creced y multiplicaos' y la castidad matrimonial, en esa dicotomía secular, de entrañable hipocresía, en la que vienen situándose desde que trastocaran a sus anchas el mensaje del Nazareno. Desearemos que, a falta de cánones que frenen a tan frenéticos multiplicadores, por aliviar en lo posible la suerte del Planeta e imitando la sabia decisión que adoptó China en su momento, sean las leyes penales las que pongan en razón a estos incontinentes desregulados.

En ese otoño que viene, si acaso podrán agravarse las amenazas –algunas, como he destacado más arriba, envueltas en el viejo arte del matón– a las que vive entregado el gremio agrario-intensivo, y a ver qué pasa. Como continúan cada día, no me cabe duda de que sus malas artes –roturación y conversión ilegal en regadío del secano, incisión de pozos piratas, maltrato del agua en general– continuarán. Me interesa qué va a hacer la propia Guardia Civil responsable del Seprona, con las denuncias que le llegan cada día: si mantenerse de adorno en esa proximidad al infractor que pasma, o salir de su silencio y opacidad con el patriótico objeto de que las Administraciones públicas dejen de reírse de ella (de la Guardia Civil, digo).

Y otra tarea que está al caer es señalar –con palabras gruesas, no queda otra– a la ciencia sin conciencia, esa que científicos y profesores universitarios han empezado a administrar a nuestros problemas ambientales con la clara intención de eximir de culpa a quienes financian sus proyectos investigadores y, al tiempo, machacan nuestro medio ambiente. Asunto feo, con el que no hay que ser neutros.

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