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Ciudadanos es un partido catalán Featured

Luis García Montero/InfoLibre

No es un partido catalanista, pero sí es por derecho propio un partido catalán. Barcelona va siempre por delante, anticipa lo que va a ocurrir poco después en el resto de España, lo que pasa en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Así que es posible que Ciudadanos sea pronto un gran partido español. Eso depende de la forma en que fluyan las visiones de la política sobre la realidad y de la realidad sobre la política.


Los vientos del neoliberalismo han conseguido convertir a la política en un mundo virtual. Se borran los conflictos cercanos a la experiencia de la gente (sanidad, educación, trabajo, pensiones, libertad) y se impone como conflicto la discusión abstracta, un videojuego de reglas autónomas (guerras de banderas, crímenes mediáticos, tácticas partidistas). Más que solucionar problemas, los partidos juegan a quitarse los votos. Ya no se trata de solucionar problemas para ganarse el derecho a ser votados, sino de buscar el voto como sea, aunque haya que agravar los problemas.


Del mismo modo que una ciudad puede convertirse en un parque temático o la cultura de una comunidad en un costumbrismo de penitentes, toros y ferias de abril, la política se inclina a crear relatos virtuales. El neoliberalismo catalán pudo así sustituir su corrupción, el uso sectario de las instituciones, la liquidación de la sanidad pública, de la educación pública y de los derechos laborales con el relato de una Cataluña oprimida por España.


Los mundos virtuales y las reglas autónomas no viven en las nubes. Afectan a la realidad hasta sustituirla. Hoy resulta casi imposible hacer política en nombre de la desigualdad y el conflicto social sin entrar en el vértigo del relato independentista. El proceso acaba definiéndose en la realidad como una forma interesada de situar el conflicto.

En la situación política española, la crisis económica dio protagonismo a la denuncia de las desigualdades y los desamparos que estaban provocando las élites económicas. Quedó claro que el PP gobernaba a sus órdenes. Durante muchos meses los ciudadanos de Madrid salimos en marea blanca, verde o roja a defender la sanidad, la educación pública y unos derechos laborales que habían sido borrados de reforma en reforma. Ahora todo queda cubierto por el relato virtual de las banderas que conmueve las emociones y borra el conflicto económico. Los debates políticos de hoy se parecen a la realidad social tanto como las figuras picassianas de Las señoritas de Avignon a un cuerpo de mujer.

¿Quejarse de esto es propio de un viejo trasnochado? Ya sé que el mercantilismo valora mucho más un Picasso que un cuerpo real; y también he visto cómo el obrero-proletario se convirtió en obrero-consumista para desembocar años más tarde en lo que puede definirse como un ciudadano supersticioso. No es lo mismo la ficción que el milagro. La ficción (representación política o arte literario) intenta interpretar y organizar la realidad consciente de su carácter imaginativo. El milagro se presenta como realidad, como verdad, borra la conciencia de lo que existe, sustituye la vida de carne y hueso. Los mundos virtuales cumplen el milagro de un nuevo orden que se vive con naturalidad. Y tienen que ver más con la superstición que con la ficción. Pues bien, a mí no me gusta este mundo virtual en el que voy envejeciendo.

Ciudadanos nació en Cataluña, aprendió muy pronto del pujolismo las ventajas del relato virtual y aprovechó sus estrategias, limitándose a cambiar el color de las banderas. A la política española, en nombre de España, eso sí, Ciudadanos trae la misma liquidación del conflicto económico y social que el independentismo. Sus brillos rojigualdas han aprendido de otras banderas a ocultar su desprecio por la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Los relatos virtuales se alimentan de heroísmo y situaciones límite. Los independentistas afirman que en España no hay democracia y juegan al exilio. Los españolistas favorecen el exceso de jueces valentones dispuestos a confundir una revuelta con un acto terrorista o un incumplimiento de la legalidad vigente con una rebelión violenta. Y deja de tener importancia que se mantenga en la cárcel durante meses a ciudadanos que todavía no han sido juzgados.

No hace falta una dictadura para que se humille el Estado de derecho. Y poco a poco todos vamos haciéndonos peores por dentro, con más capacidad de odio y menos necesidad de hablar.

Me gustaría que el conflicto no se nos quedara dentro, en los entresijos de la identidad. Que la política lo saque a la calle, que los sindicatos lo saquen a la calle, que volvamos a discutir sobre nuestra sanidad, nuestra educación, nuestros derechos laborales. Tal vez así las emociones se olviden de la Historia o del relato Virtual y vuelvan a la vida, al conflicto de la vida.

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