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Los coches de nuestra vida: TRACA CASI FINAL DE COCHES. DOS FORD MÁS EN UNO (V) Featured

 Bartolomé Marcos

¡Vaya folletín el de los coches de nuestra vida! Esto sí que es mi vida en fascículos. Ya quedan pocos, no se preocupen. Si me sale, se los remato en uno. Si no, en dos. Si no, en tres ¿Qué pasa?, ¿que tiene usted mucha prisa y quiere liquidar ya mi folletín automovilístico? Tampoco quiero abusar de su paciencia, amable y paciente lector. He tenido muchos coches, o, por mejor decir, muchos cacharros, (como han podido ustedes ir comprobando semana tras semana), que, a su manera, y con su imprevisible peripecia, me han llenado también la vida, de azar y de calamidad, eso sí. Desde luego, han formado parte irrenunciable de ella, y hasta hacia el peor o más achacoso de estos cacharros alberga mi corazón irrenunciables sentimientos de cariño. 

Empezaré por el Ford Orion Ghia 8442 AW. Fue un coche desgraciado el pobre, como casi todos los Ford que han tenido la mala suerte de caer en nuestras manos, o, según se mire, nosotros de que ellos cayeran en las nuestras. El que se lleva la palma, sin duda, aparte del arquetípico gafe que fue el Mondeo, es el FORD Orion Ghia 8442 AW, un coche que compré cuando el concesionario de la Ford en Cieza era CIMOTOR, en el paraje de los Albares. Trabajaba allí por entonces un mecánico, Pascual, muy eficiente, que me sigue saludando cordialmente cuando me lo cruzo, transitador incansable a la carrera de la ribera del río, o el simpático Juan Carlos, que después se ha instalado exitosamente con su propio concesionario, en su caso de la Hyundai. Dos millones justos de las antiguas pesetas nos costó. El encargado de ventas del concesionario, un calasparreño cuyo nombre no recuerdo ahora mismo, ¿quizá Martín?, al que conocía por un amigo común, paisano suyo, Ricardo Escavy Zamora, compañero y amigo íntimo de la facultad de Letrasde Murcia, me garantizó que el coche llevaba todos los extras: aire acondicionado, dirección asistidacomo principales, así como un escudito identificador muy molón y resultón. Pues una de las primeras aventuras con el Orion fue un viajecito a Madrid precisamente para presentar una ponencia en la UNEDsobre la experiencia con los Audiovisuales, Cine y Vídeo, del IES “Diego Tortosa”, incluida una entrevista conmigo que pretendían incorporar a su conocido y prestigioso curso de Lectura de Imágenes. El viaje no recuerdo si fue en noviembre; lo que sí sé es que la sensación de frío en el interior del coche fue creciendo exponencialmente y es que, ¡oh fatalidad!, se habían obstruido todos los tubos y conducciones del sistema de calefacción. Pagó el pato una sobrina de Merche, la extraordinaria y sensible María Encarna Argudo Izquierdo, que nos acompañó en este viaje. Con una manta que por casualidad había en el maletero del coche, como -sin casualidad- llegó a haber allí hasta diez o doce paraguas y una sombrilla de playa, María Encarna aguantó, la pobre, en el asiento de atrás, hasta Quintanar de la Orden, donde decidí detener al noble y sufrido corcel, con sus más sufridos aún (y ateridos) ocupantes, y buscar un taller. Lo encontré, pero no supieron darle solución a la avería, así que, en una singladura cuasi siberiana, por en medio de la estepa castellana, decidimos continuar hasta Madrid, donde el programa previsto se desarrolló sin más contratiempo. Menos mal.

No fue ésa la única peripecia en la que se vio envuelto el flamante FORD Orion Ghia, color granate, mi primer coche de los dos millones de pesetas, sino que, al poco tiempo de aquello, nos pasó “la de Jaimito”. Y es que fue que una casi madrugada, como yo solía, bajé del cuarto piso del edificio del Paseo en el que vivíamos, hasta la casa de mi santa madre, que vivía en el primer piso del mismo edificio, sobre la TINTORERÍA LÓPEZ. Solía bajar cada mañana a afeitarme allí. Mi madre me recibía con su invariable y algo socarrón “estoy viva”…tras dejar pasar invariablemente un breve pero significativo lapso de silencio…sí, para acojonar. Ella era así de ingenuamente perversa. Al poco, y mientras me estaba aún afeitando, me llaman por el tubo ancho de comunicaciones del patio de luces, que les aseguro que funcionaba, y muy bien. Es mi hija mayor, María Mercedes. Me dice que llaman desde la Policía Nacional en Orihuela, que si tengo el coche en la cochera o donde lo dejara aparcado el día anterior. Le digo que creo que sí, pero me asomo para confirmar y veo que al otro lado del Paseo, frente al edificio de “los Paci”, recientemente derruido para levantar un impresionante edificio de la imparable nueva burbuja inmobiliaria ciezana, sólo está, ominoso, ¡oh desagradable sorpresa!, el hueco insondable de su ausencia, de la ausencia de mi Orion, digo. Nos han robado el coche, que se encuentra en los almacenes de la Policía Nacional en Orihuela. Una banda de jóvenes delincuentes ha forzado la dirección asistida, ha practicado el “alunizaje” en varias joyerías y establecimientos comerciales y ha “celebrado” diversos rituales “drogotas” en el interior del coche, que presenta daños diversos, pero que funciona, que debemos denunciar el robo y pasar a recoger el vehículo, que para nosotros ha quedado contaminado para siempre.

Pues bien, con un cabreo de mil demonios y cagándonos en la madre  que parió a los hideputa de los quinquis oriolanos, eso es lo que hicimos…Menos mal que, afortunadamente, habíamos tenido la previsión de comprar otro coche, un Ford Fiesta, (¡otro Ford y toca madera!) con el que al menos yo pretendía que Merche Izquierdo, mi esposa, superara la asignatura pendiente de aprender a conducir, con el cual pudimos irnos hasta Orihuela, a recuperar al hijo solo, perdido, violado y abandonado. En Orihuela, con la Policía Nacional, ninguna pega. Nos entregaron el coche, nos advirtieron de los daños y reemprendimos el regreso a Cieza, yo conduciendo el Orion y mi mujer, bastante muerta de miedo, el Ford Fiesta. Recuerdo que era día de mercado semanal en Orihuela. Guiada por mí, que iba delante con el Orion, Merche hizo la proeza de sacar el coche por en medio de la barahúnda de furgonetas, coches, y el gentío del mercadillo, y, justo cuando salíamos de la ciudad, cuando había hecho lo más difícil, en una de las múltiples rotondas que existían en los alrededores de Orihuela, observo, estupefacto, asombrado y no dando crédito a lo que estaba ocurriendo, cómo el Ford Fiesta blanco, inmaculado, de Merche, que iba siempre detrás, acelera y se abalanza sobre la parte trasera de nuestro desventurado Orion para darle el golpe de gracia definitivo, por si no hubiera tenido bastante ya con el castigo recibido, el pobre, sin haber hecho nada para merecerlo. Recuerdo que, paralizados por la situación y las circunstancias, allí quedaron los dos coches. No había más circulación. El terreno era despejado y no se veía vehículo alguno en kilómetros a la redonda. Eso atenuó algo nuestra vergüenza. Nada. Nadie en derredor. Al cabo de unos instantes de sopesar, incrédulo, que aquello no podía estar pasándome a mí y que qué había hecho yo para merecerlo, decidí bajar del coche y acercarme hasta el Ford Fiesta de Merche, donde esta, en estado de shock, insistía en que se apeaba del coche y que no seguiría conduciendo más. Nunca en la vida. Le dije que muy bien, que de acuerdo. Nunca más después de aquella, pero que aquella ocasión sería la última, porque estábamos en la práctica en mitad de la nada y ella era necesaria para llevar el coche hasta Cieza. Reemprendimos la marcha porque los dos coches estaban, aunque destartalados, maltrechos, mustios y cariacontecidos, como sus propietarios, pero en condiciones de transitar. Me quedaba una sorpresa, no obstante, y es que a la altura del puerto de la Losilla, donde había un carril de aceleración, me adelanta correctamente por la izquierda un pequeño bólido blanco, el Ford Fiesta de Merche Izquierdo, que, viéndose en terreno familiar y conocido, había decidido pegar un acelerón, en lo que fue al cabo su canto de cisne como conductora, para llegar cuanto antes a Cieza, donde lo primero que hizo fue desviarse a la izquierda, a la altura del taller de Juanito el Chapista, en la plaza de San Juan Bosco, para dejar el coche allí para su arreglo. Yo por mi parte llevé el Ford Orion a Cimotor, donde me valoraron el arreglo del estropicio causado por los desgraciados quinquis oriolanos en más de 200.000 pesetas… que ni que decir tiene que volvimos a pagar religiosamente, porque los autores del crimen eran-claro-pobrecitos insolventes ¿Comprenden ustedes ahora por qué dije aquello de que mi afición por los coches había hecho imposible que pudiera nunca hacerme rico?

 

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