Juan José Cánovas, alcalde comunista de Totana, era como esos viejos árboles batidos por el viento que cantara Labordeta. Tenaz luchador como pocos, coherente con sus ideas, trabajador incansable por su pueblo y por sus vecinos/as, cercano, leal compañero y excelente persona. No son tópicos, los cientos de mensajes que hemos recibido transmitiendo sus condolencias a la familia y a nuestra organización resaltan estas cualidades. Juanjo era todo eso y mucho más. Tanta gente no puede estar equivocada, tanta coincidencia no puede ser casualidad.
Pero, el manotazo duro, el hachazo invisible y homicida, el empujón brutal que escribiera Miguel Hernández ha derribado al, tantas veces, lidiador de mil batallas, unas políticas, otras, por la propia supervivencia frente a la terrible enfermedad del cáncer. De todas salió victorioso, aunque no indemne, de hecho, las secuelas de esta anterior enfermedad le predispusieron, apenas sin defensas, frente al virus que sigue trastocando nuestras vidas.
Aunque no por ello dejó, en ningún momento, de ejercer sus responsabilidades como alcalde, como tampoco dejó nunca de luchar y trabajar para superar el pesado lastre de tantos años de corrupción que inundaron el Ayuntamiento de Totana y a la que se enfrentó valientemente, sufriendo, por ello, una persecución política que le costaría, incluso, su plaza de funcionario municipal, recuperada a través de la Justicia años más tarde.
Esa lucha sin descanso fue reconocida por la ciudadanía de Totana en las últimas elecciones municipales, siendo su lista, la de Ganar Totana-IU, la más votada obteniendo seis concejales/as, seis titanes de veintiuno que se echaron a la espalda la responsabilidad de gobernar el Ayuntamiento en solitario liderados por Juanjo, ante la pasividad y la falta de apoyos de otros, que esperaban vergonzosamente que claudicaran a pesar de que el equipo de gobierno siempre tuvo la mano tendida. No lo hicieron entonces y no lo harán ahora tampoco.
Este es el legado que nos deja: trabajo, compromiso con los más débiles, honestidad y defensa del interés general frente a los corruptos. Lo que dijera Stefan Zweig sobre los libros, que «se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido», podría aplicarse muy bien a su memoria y a su legado.
Hasta siempre compañero, camarada y amigo. «Que el Dios en quien nunca he creído bendiga tu luz».