Adolfo Barrena Salces.- Hoy la prensa, las noticias, las tertulias,… todo el aparato, recordará aquel atentado, salvaje como todos los demás, que segó vidas inocentes mientras derribaba torres. Seguro que habrá, también, espacio para hablar del pérfido independentismo catalán que, aunque dividido, saldrá a las calles de Barcelona y las llenará de esteladas, para cabreo de quienes querrían llenarlas de banderas nacionales, muchas de ellas con el aguilucho incluido. Pero hoy, solamente algunos y algunas, recordaremos que hace 49 años, en Chile, los militares chilenos acabaron con el gobierno socialista de Salvador Allende y abrieron el terror de una dictadura asesina.
Allende, con la Unidad Popular, llegó al gobierno a finales de 1970. Allende, socialista y con un programa político marxista, quería implantar el socialismo mediante una serie de reformas económicas y sociales, la vía chilena al socialismo.
Allende quería nacionalizar los recursos y sectores estratégicos, quería dar al pueblo chileno educación, sanidad, vivienda,… quería reconocer autonomía a los pueblos indígenas, quería que su pueblo rompiera las cadenas de la dependencia de los poderes económicos que estaban en manos de capital estadounidense y de las grandes familias burguesas. Quería, en definitiva, que Chile fuera un país más justo, más libre y más democrático.
Lamentablemente la Unidad Popular y Allende llegaron a Chile cuando el imperio, utilizando a la CIA y a los poderes económicos, había decidido que en latinoamérica no se instalaba ningún régimen de izquierdas.
Allende lo intentó de manera democrática, tras unas elecciones, pero no dejaron que el sueño siguiese adelante. Un día como hoy de 1973, un fascista, un general, dio un golpe de estado, alentado y apoyado por la CIA, es decir, alentado y apoyado por EEUU, apoyado por ese país agresor, responsable de tantas guerras y de tantas invasiones para "defender la democracia".
Hoy es el aniversario de la muerte de Allende, murió en su puesto, se suicidó para no caer en manos de Pinochet y los golpistas. Nixon, lo había dejado muy claro, «no habría más Cubas en América». El sistema temía que un gobierno de izquierdas, llegado por medio de las urnas, pudiera demostrar que había alternativa diferente al liberalismo capitalista y no quiso dar opción. Había que abortarlo y evitar que el Chile socialista pudiese servir de ejemplo.
Así que soltaron a Kissinger (vergonzoso premio nobel de la Paz en 1973), a la CIA y pusieron toda la pasta necesaria para que la izquierda no avanzase en América. No importaba nada apoyar golpes de estado ni ayudar al establecimiento de sangrientas dictaduras militares. El mecanismo y táctica fue la habitual: presiones a la banca internacional para ahogar la economía chilena, actos desestabilizadores y violentos, atentados de la extrema derecha, compra de medios de comunicación y sobornos de militares y personas influyentes. Hoy ya se conocen las pruebas de la participación norteamericana en el derribo del gobierno de Allende. Se conocen porque el Archivo Nacional de Seguridad, en 1998, 25 años después del golpe de Pinochet, desclasificó documentos. En ellos hay: transcripciones de reuniones de agentes de la CIA con militares chilenos, correspondencia entre la estación de la agencia en Santiago y la central en EE UU, recibos de pagos y subvenciones a políticos locales, medidas de boicot a la economía chilena, etc.
A Allende, al «Chicho», no le dejaron salvar a su pueblo.
Hoy, la esperanza nueva que supuso el triunfo de Boric, sufre un varapalo y Chile seguirá con la Constitución heredada de la dictadura de Pinochet que, como tantas otras llamadas democráticas, consolidan la desigualdad social y amplían la brecha entre la pobreza y la riqueza. La extrema derecha, la derecha reaccionaria, el centro y el aparato mediático y económico, han conseguido que saliera el ¡No¡ a una constitución que superase la de instaurada por la dictadura pinochetista en 1980.
La guerra del sistema para mantener sus privilegios continúa. La lucha de clases sigue siendo la nuestra. Hoy la vamos perdiendo, pero Allende nos marcó el camino. Allende dejó, en su último discurso, un canto de esperanza en la democracia y libertad. «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».
Hoy, le recordamos. Lo hacemos sabiendo que tenemos que conseguir abrir las alamedas, sabiendo que mataron el sueño de Allende y las esperanzas del pueblo chileno, pero sabiendo, también, que la lucha continua, que igual que pudo ser en Chile, en 1970, un día será posible y ese día, cuando llegue, no dejaremos que vuelvan a cerrar las alamedas y las llenen de sangre.¡¡Allende, presente¡¡