Adolfo Barrena Salces.- Uno de los recuerdos que tengo de mi niñez, en la escuela franquista que me tocó sufrir, era como entrábamos a clase.

Nos formaban en el patio, bien alineados, con la distancia reglamentaria obtenida poniendo la mano en el hombro del compañero que había delante, nos decían que cantáramos el "cara al sol" lo que a muchos nos costó unas cuantas hostias porque no nos la sabíamos, o, como alternativa, el "prietas las filas", que tampoco nos sabíamos. Hacíamos el saludo fascista y entrábamos a una clase presidida por un crucifijo y una foto del caudillo.

Recuerdo, eran los años 50 en Madrid, que no había sillas para todos y algunos, teníamos que llevar nuestra propia silla para sentarnos.

Recuerdo, también, las cantinelas insoportables de los reyes godos, de las tablas de multiplicar, y el catecismo. Y recuerdo un queso grasiento y amarillo y leche en polvo aguada que nos llegaba gracias a la generosidad del amigo americano.

Poco más, de aquella enseñanza del nacionalcatolicismo me queda el haber aprendido, a base de capones y coscorrones, a leer y a escribir, las famosas 4 reglas, las capitales de provincia, los ríos de España y que los comunistas eran muy malos.

Eso sí, aquella enseñanza fascista me enseñó lo que no había que hacer en la escuela si es que queríamos personas formadas, cultas, críticas y libres.

Hoy, 65 años después, hay una región de este puñetero país que, si nadie lo remedia, volverá a meter a sus niños y niñas en la escuela con los marciales acordes del himno nacional y entrarán a su clase que estará presidida por el Rey. Supongo que la próxima será la obligatoriedad de proyectar el nodo en los recreos.

La bestia sigue creciendo. ¿Es que sólo nos damos cuenta algunos y algunas?