Adolfo Barrena Salces.- Ya me perdonarán, pero me apetece aportar una reflexión,  ahora que tanto se habla de ella, sobre la Libertad.

Libertad, que viene del latín libertas, es la palabra que utilizamos quienes hablamos castellano, para definir la capacidad humana para actuar por voluntad propia. Los romanos tenían, también la diosa Libertas que era la personificación de la libertad que diferenciaba a las personas libres de las esclavas.

Hasta hoy siempre había pensado que la libertad la tiene quien no es esclavo. Que la vive quien puede decidir si hace algo o no y que, además, lo hace responsablemente, con conocimiento de lo que hace porque el ser libre implica, a su vez, ser responsable de los propios actos y tener conocimiento sobre las consecuencias que los actos propios, libremente decididos, tienen sobre el entorno, sobre el resto de personas con quienes se comparte la libertad.

El problema de esto es que, tal y como vemos cada día, la libertad se pervierte, se convierte en un objeto más de consumo y se rebaja el nivel, y la calidad, de la libertad cuando se le quita el componente de la responsabilidad al ejercerla.

La libertad, hoy en día, se ha convertido también en una bandera más a la que apuntarse. Lo triste es que hay mucha gente que se apunta a esa libertad para ser insolidario e irresponsable. Para ser un esclavo del mercado, de las modas y del consumo.

No criminalizo a la juventud, que bastante tiene con la que les está cayendo en materia de empleo y de dificultades para sacar adelante su proyecto de vida.

Me refiero a esas gentes, muchas de ellas ya con varios cambios de prefijo en su edad, que se empeñen en demostrar que son unos niños malcriados, desobedientes y rebeldes. Es penoso oír comentarios del tipo “ya sé que está mal esto que estoy haciendo, pero la culpa no es mía, es de quien me lo permite”.

En este caso se ve que piensan que son libres para ser gilipollas. Lo que vienen a decir es que está incumpliendo las medidas sociales, haciendo el idiota, siendo irresponsables, asumiendo el riesgo de contagiarse o contagiar a sus padres, porque, aunque saben el riesgo, nadie se lo prohíbe, porque se lo permiten. Así derivan su responsabilidad, que es una parte de su libertad, a quien no les mete en cintura. Con lo que cierran el círculo reclamando libertad para hacer lo que les venga en gana, porque clamarían contra cualquier actuación que les obligue a dejar de ser estúpidos.

No hay responsabilidad individual, esta gente no sabe ser libre.

No me sorprende en absoluto porque, lo vivimos a diario, el capitalismo y el neoliberalismo que rigen nuestras libertades y derechos han conseguido separar el concepto de libertad de todo sentido colectivo. En el modelo social que tenemos se ha impuesto el individualismo salvaje que, además, gobiernan esos nuevos dioses que son los mercados, la banca, el Ibex, Wall Street, los Corteingleses y demás templos del capitalismo y el consumo.

No hay más que ver los comportamientos de la cayetanada, de quienes se niegan a llevar mascarillas, de los negacionistas de la pandemia, de quienes se oponen a las vacunas, de estos irresponsables y de quienes apoyan a rabiar esa la libertad para irse de bares, para salir por las noches, aunque no tengan libertad para elegir que vida quieren llevar. El nexo común de todas estas gentes es el egoísmo y la visión utilitaria de la libertad que proporciona la falta de cultura y la pérdida de valores sociales.