Pepe Haro.- Lo estamos viendo, de manera hiriente e impactante, en todo este asunto de las farmacéuticas que no cumplen sus compromisos de abastecimiento de la vacuna del Covid a la UE. Todo empieza con una enorme cantidad de dinero de los europeos que se inyecta en unos oligopolios, las empresas farmacéuticas, a fin de que éstas investiguen e inicien la producción de una vacuna en tiempo récord. Se firman unos contratos, sin duda vergonzantes y vergonzosos (ni la UE ni la empresa han querido mostrarlos íntegros) en los que, a cambio de unos precios bajos, las empresas quedan con las manos libres para vender las vacunas al mejor postor. Se inicia la distribución y en el mercado persa mundial en que se ha convertido esta transacción, las farmacéuticas priman la venta de la vacuna a quien esté dispuesto a pagar más por ella, con el resultado conocido: no llegan suficientes dosis a los países europeos. Estamos ante todos los ingredientes del capitalismo moderno: un sector básico, el de la salud, en manos de un oligopolio que recibe recursos públicos, y que siempre prima su interés privado sobre el público, no dudando en recurrir a prácticas especulativas aunque ello atente a la salud y vulnere, presuntamente, unos contratos suscritos con la Administración. La cual, dicho sea de paso, aunque se trate de un Estado del tamaño y del peso político y económico de la UE, es ninguneada y humillada por unas corporaciones que conforman el verdadero poder en nuestras sociedades presuntamente democráticas. La lección que extraemos es clara: todos los servicios estratégicos, como la enseñanza, la salud en todas sus vertientes y la energía han de ser públicos, de todos y todas. De lo contrario, su suministro adecuado y universal queda a expensas de la cuenta de resultados de las empresas privadas que los gestionan. Que son, además, las que acumulan poder de decisión por encima de las instituciones democráticas que representan a la ciudadanía.