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Felipe Alcaraz: “El capitalismo tiene pánico a que la mujer tome conciencia de serlo” Featured

“El 'pensamiento' estructurado del capitalismo tardío, o posmoderno, ha destruido la memoria y ha aislado las luchas, explicándolas como fenómenos distintos, separados”.

 

Antonio José Domínguez/Mundo Obrero.- La función del artista, apunta George Lukács, es descubrir el problema por medio de la forma, tarea que realiza Felipe Alcaraz en su novela La torre y las mujeres. La utilización de procedimientos formales con los que el autor construye su novela, como transcripciones de las conversaciones telefónicas de sus protagonistas y textos de WhatsApp, parece indicarnos, además de las búsquedas de los valores artísticos narrativos, ser parte integrante de su estructura y de su semántica.

Si a estos elementos se suman las descripciones de los escenarios donde transcurre la acción y los apuntes de la actualidad política, crónica y relato, La torre y las mujeres nos brinda las bases de un debate tanto cultural como político y una concepción del amor formulada por el grupo de mujeres desde su propia praxis frente a la visión de Lucas Gaviero, protagonista masculino y antagonista, refugiado en su “torre” como espectador de su propia derrota. Esta cuestión sentimental se enriquece, además de las propias historias personales, con la inclusión de poemas de Gregorio Pruaño, personaje de otras novelas de Felipe Alcaraz, que buscan una superación de una sentimentalidad idealista.

Esta entrevista podría ser un homenaje a los procedimientos retóricos utilizados por el novelista: Tanto las preguntas como las respuestas se han materializado a través del intercambio de correos electrónicos. El campo de significaciones de la novela merecía una entrevista cara a cara ya que el cuestionario, creemos, no ha agotado las posibilidades de la misma. A partir de ahora entramos en la hora anónima del lector.

Tras la publicación de la tetralogía Los días y la gran crisis has dado a conocer La torre y las mujeres, una novela sobre el amor como tema central. ¿A qué se debe este cambio de discurso narrativo?

La tetratología “Los días de la gran crisis” es una crónica novelada o, más bien, el intento de una literatura política. Como si habláramos de literatura en cuanto servicio público. El personaje real, múltiple, a contrapunto, es el sujeto histórico. Parece que cambia el registro con una novela de amor, “La torre y las mujeres”. Pero fíjate lo que ha dicho de ella en twitter Isaac Rosa: Intentando una novela de amor ha conseguido una novela política, o a la inversa. Bueno, en todo caso el llamado amor es un discurso omnipresente, como motor del consumo o como resorte contra la soledad. Me refiero al amor cotidiano, esa especie de amor apropiación, contra el que se rebelan las mujeres de la novela. Hablamos desde el principio de feminismo, ese término tan envilecido por la ideología dominante.

Se sabe que forma y contenido deben aunarse en una novela en un equilibrio en función de la plurisignificación. Me explico, poemas, manifiestos y transcripciones de WhatsApp, entre otros recursos, junto a descripciones, conforman la unidad de tu novela. ¿Por qué esta heterogeneidad de registros estilísticos?

Los géneros literarios son un invento de la crítica oficial, desde La Rouchefoucolt. La poesía como lenguaje excelso, para unos pocos, y la prosa como un hilo narrativo: el espejo sobre el camino. Y el escándalo cuando aparece un grupo de mujeres dialogando a través de WhatsApp. El puritanismo de los comisarios de la norma se sube por las paredes. Yo me cago en la norma puritana, con perdón. Pon más bien “me cisco”.

La inclusión de personajes de la actualidad política son una constante en tu narrativa. Ahora, en La torre y las mujeres, incluyes a Antonio Maíllo. ¿No temes que, para un lector del futuro, esta inmediatez pierda su función que ahora tiene en el presente?

Maíllo tiene fuerza de personaje. Si se le olvida alguna vez como dirigente político, que no parece fácil, seguirá siendo un personaje. Hablo de la estirpe de Kavafis.


Cuando redactaba este cuestionario, recibimos la noticia de la muerte de Marcos Ana, a quien tú homenajeas en el relato. Para mí es un ejemplo en el que el compromiso político inmediato, como en Armando López Salinas, se sobrepone a su quehacer poético. Siempre me he preguntado el porqué de esta escisión.

En esta España de mercado no se puede ser a la vez político y escritor. Es lo que les ha pasado a Marcos Ana y a López Salinas. Las bodeguillas del canon dominante han recluido, como quizás en ningún otro momento de la historia, al escritor en su torre de marfil. Triunfar en el mercado exige el tono del best sellers y estar al margen de la política. Las grandes editoriales crean los lectores y, a la par, los escritores correspondientes, y con ellos el mercado real. Por eso en los momentos actuales un buen libro es el que se vende mucho. Y todo el mundo se adapta. Y si no, será expulsado a los infiernos del margen por los comisarios de la crítica. Todo es mercado en el capitalismo posmoderno: espacio y obra, tiempo y carne.


Existe un personaje colectivo en la novela, aunque con sus personalidades y protagonismos diferentes: Rosalina, Elvira, Nieves, Lilian, Sole que fundamentalmente se comunican a través del teléfono que se erige también como protagonista. No es casual que el narrador afirme que el teléfono marca las distancias, frase concomitante con la de Simone de Beauvoir en La mujer rota: “El teléfono no acerca. Confirma las distancias”, entonces cómo fundamentar el amor en la soledad.

En un momento determinado, a través de un verso breve, se sintetiza la fisura, cuando un personaje dice “Te necesito: vete”. El instrumento que cristaliza esa fisura es el teléfono. “Te necesito al otro lado: no vengas”, que reproduce aquello que ya aparece en algunos autores del 27, por ejemplo, en Lorca: Amor, enemigo mío; o bien: qué lejos cuando estás cerca, qué cerca cuando te vas. El amor-apropiación, o romántico, que es el que se critica y combate por las mujeres, máximas protagonistas de la novela, es el amor aquel de “quien bien te quiere te hará llorar”, o el de “tú serás mía” (mía o de nadie, en los momentos trágicos). Y la distancia necesaria contra esa “confianza” que anida en nuestro inconsciente, que es el reducto de la ideología dominante (que es siempre la de la clase dominante), a modo de metáfora, es el teléfono. Digamos que un procedimiento para enfriar las relaciones o, si se quiere, más allá, algo derivado del efecto de extrañamiento de Brecht. En todo caso, es una novela que, aunque parece sencilla, es muy compleja en su universo simbólico. Creo yo.

En la narración se incluyen poemas de amor de Gregorio Pruaño, un poeta en la semiclandestinidad, que fundamente su poética en una visión superadora del romanticismo y que sería la superación de la llamada poesía de la experiencia. ¿Es por esta circunstancia u otras por la que su figura y su obra quieren que permanezca en el silencio?

Pruaño, el personaje, efectivamente pertenece a la poesía secreta. Y logra (no hablemos ahora del problema de lo bueno y lo malo, que es un problema jurídico-legal-moral; o del me gusta o no, que es más bien un problema gastronómico) una poesía distinta a la norma dominante: esa especie de poesía de la experiencia, que es la que suele ganar los concursos. La poesía, huyendo de la “política”, ha caído de nuevo en esa categoría confusa y romántica, como una especie de piélago amalgamado, que es la vida, donde los hechos no se dan como causalidades de la clase, sino como experiencia creativa o abrumada por la vida. La vida no existe, ya lo dijo Javier Egea. Existe, en todo caso, una vida cruzada por la clase y el género. Pero la posmodernidad no acepta estas complejidades “interesadas”, de ahí que Egea se quedara solo ante la explosión de éxito de los poetas de la experiencia. Por cierto que la crítica que marca la norma llama ideológica a la literatura antidominante; la literatura del canon no es ideológica, sino desinteresada, neutral, kantiana. Qué cosas, ¿verdad?


¿Por qué el amor es imposible en el capitalismo, reflexión que es explícita y objeto de debate en el propio relato y que Marx esboza en los Manuscritos económicos-filosóficos?

El amor es imposible en el capitalismo, se dice en la novela. Se refiere, claro está, al amor burgués, ese que se creó un 7 de abril de 1327, cuando Petrarca vio por vez primera, a la hora de prima, en una iglesia de Aviñón, a madonna Laura. Y pensó que sería suya. Desde entonces, a través de subterfugios, el amor romántico, el amor apropiación, ha sido un instrumento muy activo en señalar esos límites que el patriarcado le ha impuesto a las mujeres, que a veces están sembrados de cuchillos. Dicen esto las mujeres de la novela, pero al par hablan de un amor “otro” que puede ser fuente y motor de un periodo constituyente hacia un tiempo distinto. En todo caso, es como si el amor “otro” solo fuera posible en el terreno del feminismo, ese feminismo que persigue con saña el patriarcado o a veces, desde cierta “moderación” posmachista, el sentido común cotidiano. Es la hora violeta. Porque lo que hay en el fondo es el pánico del capitalismo a que la mujer tome conciencia de serlo. La mujer no nace, dijo Simone de Beauvoir, sino que puede llegar a ser. Este proceso ideológico aterra a ese capitalismo que se defiende con cuchillos y acogotamientos diversos.


Frente a las protagonistas femeninas se erige Lucas Gaviero. Su biografía y su actual existencia es más que un contrapunto o cómplice de sus amigas y antiguas camaradas. Tú has escrito reiteradamente sobre la derrota, pero ¿cómo justificar o explicar este tipo de comportamientos de militantes y dirigentes de quedar al margen de la lucha política?

Gaviero es una especie de “arrepentido” del machismo. Un hombre que ha conseguido no soportarse a sí mismo, y por eso no soporta a los hombres. Su número de teléfono solo lo tienen mujeres. Es el hombre-torre. O más bien, el hombre que empieza a derrumbarse. En política le ha asustado la posibilidad de una ruptura constituyente. Igual con respecto a la vida, creo yo. Intenta ser un centro del tráfico diario de llamadas telefónicas, pero el centro real son las mujeres y su lucha solidaria especial. Su lenguaje clandestino y su sororidad.


No me resisto en señalar el paisaje de Sanlúcar de Barrameda y su entorno como personaje inanimado de la novela que es más que una descripción del lugar de la acción. Me recuerda a la luminosidad mediterránea que Albert Camus describe en El extranjero. ¿Qué relación tiene para ti este paisaje con el acontecimiento final de la trama de la novela? ¿Podíamos hablar de armonía frente a caos?

Otro de los protagonistas, que habla con luz propia, es Sanlúcar de Barrameda, el pueblo. Más específicamente, el barrio Alto de Sanlúcar. Un espacio irrepetible, de luz naranja y brisa única, que parece detenida, reverberando entre las paredes señaladas por el salitre. Vivir un atardecer en Sanlúcar, esa especie de simulacro de luces y apagamientos, es algo memorable. De otro lado, Sanlúcar es el pueblo europeo con mayor índice de paro. Lo que marca un contraste que se desarrolla de manera directa, acre y sincero a la vez. Descubrir las formas de subsistencia de mucha gente de Sanlúcar, completa de verdad esa amalgama de cal y salitre del Barrio Alto.


En la sociedad del espectáculo en la que el conocimiento de la realidad se hace cada vez más difícil. ¿Qué papel debe cumplir el poeta, el escritor y el artista para su clarificación?

La literatura es una mentira que dice la verdad, como afirmó, entre otros, Cocteau. Con independencia a veces de la voluntad del autor, la literatura da a ver la realidad social, los entresijos de la existencia y la explotación. Sobre todo si se taladra la cáscara de la ideología dominante, que tiene la habilidad, como el diablo, de “explicar” que no existe, refugiándose en los pliegues interiores en forma de inconsciente. La forma externa de nuestras relaciones, de la relación social con las cosas, es la sociedad del espectáculo. Ese “pensamiento” estructurado del capitalismo tardío, o posmoderno, ha destruido la memoria y ha aislado las luchas, explicándolas como fenómenos distintos, separados, como experiencias normales que no responden a ninguna explicación global. Es un modelo social que consigue que las personas estén aisladas en el seno de la muchedumbre y el ruido. Hablamos de la ruptura de la solidaridad y de la conciencia de explotación, de su fragmentación. No hay ya tiempo de trabajo y tiempo de libertad, de reencuentro con “uno mismo” ocho horas diarias. Todo el tiempo está comprado por el capitalismo. Y los que nos dedicamos a escribir tenemos la obligación de combatir esta macabra superchería. Precisamente hoy es lo que marca, a la hora de hablar de una “novela política”, la posibilidad de luchar, a la vez, contra la norma literaria y la norma social. Escritores contra la norma, emerged y uníos.

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