Podemos tiene que elegir entre acatar la autoridad de Díaz o arriesgarse al fracaso electoral
Da la sensación de que Pablo Iglesias no sabía a quién estaba encumbrando cuando decidió que Yolanda Díaz lo tenía que sustituir como referente del espacio morado. Seguramente no le pareció apropiado nombrar todavía a su pareja, Irene Montero, y confiaba en que Díaz acabaría obedeciendo sus designios y respetando la jerarquía. Crassus errare. La realidad es que Iglesias, que había trabajado como asesor de la política gallega antes de lanzar su propio partido, nunca llegó a captar la esencia del personaje. Porque si lo hubiera hecho, nunca la habría elegido a ella si él quería continuar mandando.
Y es que Yolanda Díaz puede llegar a desconcertar, porque detrás de su eterna sonrisa y sus formas extraordinariamente cariñosas, detrás de sus diminutivos en gallego y la tendencia a besuquear a quien se le ponga delante, se esconde una voluntad de hierro y una habilidosa jugadora de póquer. Tanto es así que ahora mismo la cúpula de Podemos se debate entre dos salidas igualmente dolorosas: o bien bajan del burro y aceptan las condiciones de Díaz para participar en su candidatura o bien rompen la baraja y se presentan solos, con el riesgo real de que haya una estampida de militantes y cargos hacia el nuevo proyecto de Díaz, que aparece ahora como el más rutilante en el universo del progresismo confederal hispánico.
Yolanda Díaz mantiene una diferencia básica con el núcleo formado por Iglesias, Montero, Echenique y Belarra, y es que ella viene del mundo sindical y está entrenada en mil negociaciones mucho más difíciles que esta. Esto quiere decir que conoce como nadie el concepto de correlación de fuerzas, es decir, qué poder de negociación tiene cada actor cuando se sientan en la mesa. Y ella siempre ha tenido claro que una vez ella había sido designada líder in pectore por el propio Iglesias, el mango de la sartén lo tenía ella y no el antiguo líder.
Todo el poder
Iglesias, conocedor del gusto de Yolanda por las negociaciones, pensaba que sería flexible y que aceptaría su juego. Otro error (y ya van dos). Precisamente, como Díaz es consciente de la importancia de las negociaciones que en el futuro tendrá que entablar con el PSOE, sabe que no puede ir con una mano atada a la espalda sino que tiene que tener todo el poder. Y todo quiere decir todo. Del mismo modo que un presidente de comité de empresa negocia con toda la fuerza si tiene a todos los trabajadores detrás, ella entiende que necesita toda la autoridad (como la tuvo Iglesias antes, por cierto) para poder desarrollar con garantías su labor.
De alguna manera Díaz está respondiendo a Iglesias con la misma medicina que él había aplicado con anterioridad a sus adversarios internos (Errejón) o externos (Sánchez, cuando lo obligó a repetir las elecciones). E Iglesias tendrá que decidir cuál de las dos cicutas bebe: la de la humillación de arrodillarse ante la vicepresidenta segunda, o bien la del fracaso electoral (y quizás ser visto como el culpable del acceso de la derecha al poder).
Esta batalla de Díaz no es porque sí. Si se repite la coalición, la política gallega mandará sobre los ministros de su grupo, cosa que ahora no puede hacer. Será finalmente un bipartido, y no un tripartito como hasta ahora. Sumar en realidad va de esto: de empoderar a Yolanda Díaz. Y como diría un connacional suyo: sin tutelas ni tutías.
Fuente: https://es.ara.cat/politica/errores-pablo-iglesias_1_4668028.amp.html