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 Pablo Batalla / Contexto y Acción

El partido fundado por Manuel Fraga nunca admitió que la democracia fuera un sistema de representación y articulación variable de la diversidad

Hay cosas que regresan con machacona regularidad: el cometa Halley, el turrón El Almendro, las entrevistas a Miguel Ángel Revilla en los canales de Atresmedia… y las matracas del PP sobre la necesidad de que gobierne siempre la lista más votada. Alberto Núñez Feijóo la rescata ahora, año electoral, y trata de venderla como una imposición del buen juicio que pretende encarnar el hombre de orden y de las cosas como Dios manda que aspira a ser: un “pacto de perdedores” no puede arrebatar el gobierno a la fuerza victoriosa, aunque obtenga su victoria por un solo voto, aunque haya recabado, pongamos, un 15% de los votos y el 85% restante sean fuerzas de ideología similar, con programas muy cercanos. Todos deben inclinarse ante el vencedor, renunciar a articular la similitud de sus programas, claudicar, caminar a gatas por debajo del futbolín, callarse el resto de la legislatura.

El politólogo estadounidense Steven Levitsky acuñó hace algunos años la etiqueta “autoritarismo competitivo” para referirse a lo que también hemos dado en llamar “democracias iliberales” o “regímenes híbridos”: aquellos en los que hay elecciones, parlamentos, tribunales de justicia, teóricamente independientes, etcétera, pero en los que se organiza y se consolida de diferentes maneras un campo de juego desigual entre gobierno y oposición. La Hungría de Viktor Orbán es el ejemplo paradigmático de esta tiranía con campañas electorales. En España, con el mantra de la “lista más votada”, el PP demuestra no haber entendido nunca la democracia de otra manera. Hijos de la victoria del 39 del modo que explicitara Torcuato Fernández-Miranda en el funeral de Carrero Blanco, y que podría ser el lema de la Transición (“Hemos olvidado la guerra, pero no la victoria”), el partido fundado por Manuel Fraga admitió que la tarta política franquista se abriera a una comensalía bipartidista, pero jamás que la democracia fuera un sistema de representación y articulación variable de la diversidad. Frente al “libertad, igualdad, fraternidad” de la Revolución francesa, el PP, vástago de la revolución pasiva franquista, sigue alzando el trilema contrario “orden, jerarquía y propiedad”; y bajo la égida del mismo pueden organizarse elecciones, formarse parlamentos, pero alguien debe agarrar un cetro, sentarse en un trono, mandar con comodidad. La imaginación fraguista no podía llegar más allá de la mera alternancia de caudillos.

Claman los voceros populares, con el lenguaje del darwinismo social, contra los “pactos de perdedores”, pero la democracia social es y debe ser, de hecho, un pacto de perdedores. No debieran existir la “victoria” y la “derrota” en el imaginario democrático; no debiera verse en las elecciones una cruzada, ni una liga deportiva, ni una guerra comercial en la que unos ganen y otros pierdan, ni la búsqueda de una legitimación reforzada para el mando absoluto, sino el reparto de una “correlación de debilidades”, que vea el acuerdo entre distintas fuerzas como fortuna, y no como desgracia. Albert Camus definía la democracia como “el ejercicio social y político de la modestia”. El demócrata, escribía, “es modesto. Admite una cierta parte de ignorancia, […] que no todo le es dado; y a partir de esa admisión, reconoce que tiene la necesidad de consultar a los demás, de completar lo que sabe con lo que saben ellos. No se reconoce en otro derecho que el delegado por los demás y sometido a su acuerdo constante. Cualquiera que sea la decisión que tome, admite que los demás, para quienes se ha tomado esta decisión, pueden juzgar lo contrario y hacérselo saber. […] La democracia verdadera se remite siempre a la base, porque asume que ninguna verdad es absoluta y que diversas experiencias humanas puestas en común representan una aproximación más preciosa a la verdad que una doctrina coherente, pero falsa. La democracia no defiende una idea abstracta o una brillante filosofía: defiende a los demócratas”.

A Camus hay que hacerle caso siempre.

Fuente: https://ctxt.es/es/20230101/Firmas/41921/Pablo-Batalla-Cueto-golpe-de-remo-pp-democracia-iliberal-lista-mas-votada-fraga-franco.htm

 

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