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“Yo me voy p´al pueblo, tío” Featured

 Bartolomé Marcos

Y la decisión, la verdad, es que no le salió nada mal a Pascual, o, por decir mejor, le salió perfecta. Ya estaba bien de patearse los “madriles” de un lado a otro. Era el momento de traerse a su pueblo, Cieza, la revolución digital fotográfica que estaba adviniendo al mundo, y de la que él iba a convertirse en profeta, abanderado, promotor, embajador y emisario en su querido pueblo a la vera del Segura. Y lo hizo, vaya si lo hizo. Con cabezonería y empeño de visionario iluminado. También lo pude haber hecho yo, pero lo hizo él. En un plis plas montó en el bajo de la casa familiar de sus padres en la Gran Vía de Cieza, un establecimiento que aunaba las dos realidades vigentes en materia de imagen a principios de los años 90, la Fotografía, su auténtica pasión desde niño, y el Vídeo, su moderno juguete audiovisual siempre lleno de sorpresas y misterios, alguno de los cuales ayudé a desentrañarle yo, aunque esté feo que lo diga. Así surgió VÍDEOFOTO.  Pascual Vázquez Villa, más conocido como Pascual de VídeoFoto, hijo del espigado Tomás y de la vitalista y socarrona Joaquina, como expresará, sin adjetivos, su D.N.I., nació en 1959 en Cieza, donde pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia junto a su hermano Francisco (el inefable Paco el psicólogo, campeón de la supervivencia, y no voy a decir por qué lo digo. Lo digo y basta. Reinventándose siempre, y no doy más pistas). Pascual  supo mover un mercado bastante estático y algo anquilosado y lo movió con propuestas imaginativas en el terreno técnico y creativo, y con propuestas y ofertas comerciales casi irresistibles, incluso en el terreno del patrocinio de eventos culturales y deportivos. Pascual inventó el marketing audiovisual, y más que habría hecho si lo hubieran dejado. Se le llenaba la cabeza de pájaros enseguida.

 

A la edad de 14 años, su familia y él se mudaron a Madrid. Allí continuó sus estudios y empezó a trabajar, al principio sin el beneplácito de sus padres, como botones en la multinacional llamada Babcock & Wilcox. Después de un tiempo, comenzó una nueva andadura profesional en el hotel Emperatriz, donde rápidamente aprendió el oficio de administrativo. Mientras tanto, todo esto lo compaginaba con su gran pasión, la fotografía. Ya de muy joven esa vocación hacía que revelara sus primeras fotos en la oscuridad que le proporcionaba un armario pequeño que tenía en casa, valiéndose de unos pocos materiales. Tras dieciséis años residiendo en Madrid, la jubilación de su padre precipitó una decisión que, de alguna manera, ya rondaba por su cabeza, volver a su pueblo natal junto a su mujer, Anto, y sus hijos, para emprender la gran aventura de su vida: la mencionada de abrir una tienda profesional de revelado de fotos en la parte baja de la casa de sus padres en la Gran Vía de Cieza.

Pascual, tan ciezano hasta en el nombre (no creo equivocarme si digo que Antonios, Antonias y Pascuales, Pascualas, se llevan la palma en lo que concierne a frecuencia de esos nombres entre los ciezanos y ciezanas), mantuvo sin embargo hasta el final un inequívoco y muy perceptible acento madrileño, a lo Lavapiés, paseo de las Delicias y Legazpi,  forjado en sus años de estudio y trabajo en Madrid. Y, desgraciadamente, casi hasta el final también, una inveterada y nefasta fidelidad al cigarrillo. Sólo he conocido a otra persona que fumara tanto como él: yo. Aún recuerdo bien una aventura surrealista que vivimos juntos, allá por 1990 o 1991, cuando Pascual nos concertó, al equipo completo de realización de Tele Red Cieza, para grabar, en el Auditorio Gabriel Celaya, al grupo del conocido músico murciano y profesor Salvador Martínez García, en un concierto a puerta cerrada, sin público, durante más de dos horas, en lo que era una música excelente y experimental y que pronto empezó a tomar la apariencia de una descomunal tomadura de pelo a todo el equipo de Tele Red y al propio Pascual Vázquez, que fue quien nos embarcó en aquella historia, pero a quien nunca se lo tuvimos en cuenta ni se lo echamos jamás en cara. Lo había podido el afán, la ilusión por hacer cosas.

¿Y qué decir de otra ilusión, de auténtico niño grande, con la que nos mostraba los lotes de juguetes electrónico-vídeográficos, que de vez en cuando iba adquiriendo y que tantas veces desechaba sin haber acabado de sacarles rendimiento? Según él, se podía hacer todo con aquellas máquinas de segunda mano, que las habría comprado a carísimo precio de saldo, pero nunca acabamos de comprobar qué parte de ese todo se iba haciendo realidad. Lo que pasa es que el negocio chutaba y había dinero para casi todo, gracias en gran medida al trabajo abnegado y paciente de Anto, su esposa, la hormiguica hacendosa, sensata y cabal, que, detrás del mostrador, o en la trastienda, garantizaba la viabilidad del negocio. En aquella empresa de sus vidas, él tuvo la idea más o menos loca o romántica. Ella representó, y creo que sigue representando, la prudencia en la mujer, el aval impagable de futuro.

A pesar de la competencia y de los obstáculos que se iba encontrando en el camino, consiguió establecerse como un referente en el sector. No fue fácil, pero junto a su esposa, su permanente apoyo incondicional, que dulcificaba algunas aristas del carácter de Pascual, buena persona y servicial, pero a veces algo colérico y bronco para el trato con el público y que Anto, siempre dulce y amable, lograba morigerar, consiguió aquello con lo que siempre había soñado, un sueño que persiste, que lo ha sobrevivido a él y que supo transmitir a sus queridos hijos, tres tesoros, María, Borja y Beatriz, quienes continúan con ese legado en la actualidad, tras el fallecimiento temprano, prematuro e injusto, como siempre lo es la muerte, de Pascual, en abril de 2018.

 

El 1 de agosto cumpliría 63 años, ¡qué joven! ¿verdad? y ese mismo día podremos celebrar que una de sus ilusiones se haya hecho realidad, tener un local propio de laboratorio y estudio profesional de fotografía, un espacio nuevo, pensado y diseñado con mucho cariño, empeño y tesón, con el que sus hijos y su mujer rendirán homenaje al afán de toda una vida. Un lugar donde el alma de la fotografía, la de Pascual, sigue viva y permanece intacta. Ahí está. Sólo ha variado que el rótulo del establecimiento reza ahora “Pascual Vázquez. Fotógrafos”. Cada vida tiene un propósito. El de Pascual está cumplido. La saga…y la vida, continúan…

 

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