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“Madame BOBA”… Featured

 Bartolomé Marcos

Decía (o al menos se le atribuye) mi admirado Gustave Flaubert, novelista francés del siglo XIX al que tuve la oportunidad de conocer (en sus obras, se entiende) allá por el curso 1978-79, en el Instituto de Bachillerato Mixto de Altea (Alicante), digo que decía el antes mencionado Gustave aquello de que “Madame Bovary c´est moi” (Madame Bovary soy yo), en referencia al minucioso, exhaustivo y detallado conocimiento del personaje que demostraba en la novela de ese mismo título que le llevó escribir cinco largos años de su vida, y que a mí siempre me pareció un folletín sensacional, casi perfecto, en el que no en vano ocupó, como digo, esos cinco largos años de su vida, corrige que te corrige como un poseso, que así corregía él, que era un maniático de la corrección. Leí la novela de Flaubert en una traducción del francés de Consuelo Berges, todo un lujo, en Alianza Editorial, prologada por Mario Vargas Llosa bajo el título de “La orgía perpetua”, un ensayo que revela la rendida e incondicional admiración que siempre ha sentido el gran novelista peruano por Gustavo Flaubert, admiración que yo he heredado.

Mi encuentro con Flaubert fue feliz, forzado y tardío. Leí “Madame Bovary” en plan absolutamente virginal, descubriéndola a la par que mis alumnos y alumnas de tercero de Bachillerato de aquel curso 78-79. Tenía 27 años, y estaba dispuesto a comerme el mundo. A diferencia de las clases de Literatura que yo había recibido hasta entonces en el Bachillerato (la Universidad no fue mucho mejor), proverbial Don Luis González Palencia, (perfectamente olvidable) catedrático en aborrecibles “Estilo y Características” (sic) en aquella media lengua tan peculiar que se gastaba, en el instituto Alfonso X el Sabio de Murcia, aquel curso de Literatura, Universal, el mío de Altea, digo, donde conocí a la desgraciada Enma Bovary,  estaba basado exclusivamente en la lectura directa y comentario de entre ocho y diez títulos de narrativa, poesía o teatro. Recuerdo, entre otros, el “Hamlet” de Shakespeare, o el “Miau” de Pérez Galdós. Francamente, desde la experiencia de lo vivido y conociendo el panorama actual de la enseñanza, una delicia, una gozada.

Madame Bovary” como personaje literario creado por Gustave Flaubert sólo hay uno, y me pareció muy guapa y deseable cuando la conocí, pero en realidad hay muchas pobres muchachas como ella, simples y pretenciosas, pululando por el mundo. No las deseo para mí y compadezco al pobre Charles (y otros Charles que en el mundo han sido y son) por haber tenido la desgracia de tropezarse con ella. Ha habido y hay muchas “Madames Bovarys” en el mundo antes y después de que el escritor naturalista, paradójica y desaforadamente romántico por otra parte, que fue Flaubert, metiera el escalpelo para diseccionar el hermoso cadáver de Enma tras su suicidio por ingesta de arsénico. Claro que la inmensa mayoría no llegan a Bovary y se quedan en BOBAS, algo que evidentemente, al menos desde mi punto de vista, también era Enma. Tan minucioso, detallista y exhaustivo era Flaubert en su trabajo de escritor que nos dejó escrito en su correspondencia sobre la obra, que ”llegó a notar el sabor del arsénico en la boca” cuando Enma lo ingirió para acabar con una vida que ella misma hizo triste. No ahorraba detalles Flaubert a la hora de describir meticulosamente el lento proceso de envenenamiento por arsénico. “Volvía a su casa y padecía el indecible calvario: el sabor a tinta, la náusea, el frío en los pies, sus estremecimientos, los dedos incrustados en las sábanas, el sudor de su frente, el castañeteo de sus dientes, el extravío de sus ojos, los aullidos, las convulsiones, el vómito de sangre, la lengua que escupe su boca, el estertor final.

Está casada con Charles Bovary, médico, con una discreta posición social que sin embargo no basta para satisfacer las (desmesuradas) aspiraciones de su señora… como tampoco calma el insaciable y rabioso furor uterino que parece aquejar a esta hermosa campesina normanda con ínfulas y muchos pájaros en la cabeza, que alguien ha llegado a comparar con “un Quijote con faldas”, pero que dónde van a parar la fuerza, la polivalencia y la grandeza de “Don Quijote”, ola genial e inmarcesible creación de su espíritu que es Dulcinea, con la pusilanimidad, el egoísmo y la ramplonería de la pobre Enma. La novela está basada en hechos reales. Para construir a su personaje, Flaubert se inspiró en la historia real de Delphine Delamare, la segunda esposa de un médico rural de Normandía, conocido de los padres del escritor. Delphine se suicidó a los veintiséis años, después de acumular deudas y amantes, dejando huérfana a su hija de seis años.

 

Buena lectura para este verano de este ermitaño de la literatura que buscó siempre el aislamiento desdeñoso, el artepurismo: en realidad lo que le habría gustado  hacer es “un libro sobre nada”, casi sin tema, liberado de personajes, de intriga y de todos los viejos accesorios, reducido todo ello a un puro movimiento que lo emparentaría con el arte abstracto. La parte excitante era, para él, trabajar el estilo, la elección de las palabras, resolver los problemas de nominación, adjetivación, eufonía, ritmo. Un autor que despreciaba la política y una novela que encarecidamente les recomiendo. Si logran aguantar las cincuenta primeras páginas quedarán atrapados para siempre en el universo flaubertiano. Y allí está esperándoles ella, Enma, caprichosa, bellísima, inconsciente, estúpida…Madame BOBA.

 

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