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Ucrania: la geoestrategia contra la razón Featured

 Diego Jiménez

La terrible guerra que se libra en el este de Europa ha supuesto, como es sabido, una fractura no sólo en el seno del Gobierno de coalición, sino también en la izquierda del PSOE: el conflicto ha polarizado las posturas, hecho que se ha venido manifestando preferentemente en las redes sociales. Al mismo tiempo, gobiernos, la prensa y muchos partidos políticos se han embarcado en una fuerte campaña antirrusa. A la criminalización de Vladimir Putin contribuyen, sin duda alguna, las imágenes que nos llegan de los cientos de miles de refugiados y la destrucción en Mariúpol, Sumy, Járkov, alrededores de Kiev…Crece la rusofobia y emerge la solidaridad con las víctimas, esa solidaridad europea que no vimos, por cierto, con los refugiados de otras guerras, como la de Siria, Yemen… (al parecer porque no eran eslavos). Se veta, además de a los oligarcas rusos, a músicos, directores de orquesta, cantantes… El colmo sería que, a imitación de aquel Index del Santo Oficio, se prohibiera a partir de ahora la difusión y lectura de las obras de Fedor Dostoievski, Iván Tolstoi o Maximo Gorki. La ruptura con las manifestaciones culturales y deportivas rusas ha llevado hasta el extremo de eliminar a ese país de su participación en Eurovisión 2022 y a no albergar (cosa que parece más razonable, por motivos de seguridad) la final de la Champions League en San Petersburgo.

Nada de qué extrañarnos; estas reacciones son las mismas (si se me permite la ironía) que los medios de comunicación y la comunidad internacional en general mostraron hacia Estados Unidos (EEUU) tras su invasión y posterior destrucción de Irak. Se ha llegado a tal extremo que todo intento de introducir racionalidad en la génesis de este conflicto nos sitúa, de inmediato, en el bando de quienes justifican e incluso defienden a Vladimir Putin. Y no se trata de eso. En las escasas líneas de este artículo pretendo aportar mi punto de vista.

LA GÉNESIS DEL CONFLICTO. Para empezar, vaya por delante que considero a Putin un criminal de guerra, que, además, apoyado por grupos nazis de su propio país (su apelación a ‘desnazificar’ Ucrania es por ello grotesca e indignante), se ha deshecho de la disidencia interior mediante asesinatos, envenenamientos y encarcelamientos. Dicho lo cual, he de decir, además, que estoy en sintonía con la opinión del reputado lingüista y politólogo Noam Chomsky: la invasión rusa de Ucrania, en la que se están cometiendo crímenes de guerra, puede equipararse a la alemana de Polonia en 1939 y a la de EE UU en Irak, Libia y Yugoslavia en tiempos recientes.

No obstante, el mismo Jack Matlock, exembajador de Estados Unidos en Rusia, aclara que no habría existido ninguna motivación para la crisis actual si no se hubiera producido una expansión de la Alianza Atlántica tras el final de la Guerra Fría, o si la expansión hubiera tenido lugar de acuerdo con la construcción de una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia. No en balde, George Kennan, considerado como el arquitecto de la política de contención de la URSS, predijo que la ampliación de la OTAN sería el error más grave de la política exterior estadounidense desde el final de la Guerra Fría.

El bombardeo de Belgrado por la OTAN (Serbia era aliada de Rusia, como es sabido), actuación no ‘bendecida’ por la ONU, motivó que las élites rusas que, desde Gorbachov, habían apostado por la integración de su país en un sistema occidental de seguridad común, se sintieron marginadas y traicionadas.

En 1999, año en que se celebraba el 50 aniversario de su creación, la OTAN realizó su primera ampliación hacia el Este (Hungría, Polonia y la República Checa) y anunció que continuaría el proceso hasta las fronteras rusas. Paradójicamente, y pese a ello, Putin permitió, tras los atentados de septiembre de 2001 en EE UU, la instalación de bases americanas en Asia Central.

La invasión de Irak coincidió con el anuncio de EE UU de instalar un escudo antimisiles en Europa del Este, tras retirarse del Tratado sobre Misiles Antibalísticos de diciembre de 2001. Además, en abril de 2008 se intensificó la presión norteamericana sobre sus aliados europeos para que ratificaran el deseo de Georgia y Ucrania de unirse a la OTAN, al mismo tiempo que reconocía la independencia de Kosovo. Rusia respondió haciendo lo propio: intervención en Georgia y reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, demostración clara de su voluntad de impedir una expansión de la OTAN hacia el Este.

RESENTIMIENTO RUSO. EUROPA Y CHINA. La posición de Rusia había llegado a un punto de no retorno y la guerra que ahora libra en Ucrania es muestra de ello. Lo cierto es que, a finales de 2013, europeos y estadounidenses, con la participación de la asociación norteamericana NED (la Fundación Nacional para la Democracia por sus siglas en inglés, un apéndice de la CIA) en Ucrania, como antes lo había hecho o lo viene haciendo en otros escenarios como Caracas, Túnez, El Cairo, Damasco, Hong Kong, Nicaragua, Cuba… con una clara intención desestabilizadora, dieron su apoyo a las manifestaciones que condujeron al derrocamiento del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich. Para Moscú, Occidente apoyó claramente ese golpe de Estado para conseguir, a toda costa, la adhesión de Ucrania al campo occidental. Desde entonces, el Kremlin presenta la intervención en ese país (la anexión de Crimea y el apoyo militar extraoficial a los separatistas del Donbass) como una respuesta legítima al golpe de fuerza prooccidental en Kiev.

Lo expuesto hasta aquí son hechos objetivos, sin que ello suponga, insisto, tomar posición a favor de Rusia, máxime cuando escribo estas líneas en el momento en que se habla de la brutal ofensiva en Mariúpol, con cientos de cadáveres en las calles, sepultados en fosas comunes. (Por cierto, me han llegado fotografías de ‘patriotas’ de la resistencia que exhiben, ostensiblemente, la esvástica nazi; ignoro si ello les aporta mayor visibilidad y credibilidad en sus demandas).

Ante la escalada del conflicto, me pregunto: ¿contribuye el envío de tropas por parte de la Unión Europea (UE) a las fronteras de Ucrania y de material bélico a ese país a dar una salida a la crisis humanitaria? (Me llegan noticias de que el 39,4% de españoles no quiere enviar soldados a ese escenario bélico y el 55% rechaza nuestra pertenencia a la OTAN, en la que se integran 30 países). La petición de Ucrania a la OTAN del cierre de su espacio aéreo obligaría a la Alianza a vigilar dicho espacio, con el riesgo de un ‘accidente’ con un caza ruso: ello abriría la espita de una guerra total. La OTAN lo sabe.

La posición de la UE en el conflicto es patética. En lugar de auspiciar vías diplomáticas, se dispone a armarse hasta los dientes y rearmar a un Ejército ucraniano claramente inferior, situación que prolongará la sangría de ese país. Si se exceptúan los tibios intentos diplomáticos de Francia y Alemania (este país no ha renunciado nunca a revivir el sueño de la Mitteleuropa) acerca de Putin, la UE no se ha dotado de un sistema propio de defensa y ha carecido de la visión y el coraje político necesarios para bloquear las iniciativas más provocadoras de Washington.

¿Y qué decir de China? El gigante asiático ha guardado silencio. Hasta el momento, su diplomacia se muestra proclive simplemente a mediar. Sabedor de que en el futuro soplarán aires de guerra en el entorno del Mar de la China, hace sus cálculos y contempla la invasión rusa de Ucrania como un ejemplo a seguir. El sueño de la Gran Nación china está aún vivo; la gran potencia continental mira hacia Taiwán.

Al parecer, todo apunta a que el actual conflicto es la antesala del enfrentamiento entre EE UU y China. Por el camino, hay que debilitar a Rusia, con una guerra de desgaste. En ésas estamos. La geoestrategia, esa ‘ciencia’ inventada para consolidar el dominio de unas naciones sobre otras, se impone a la razón. ¡Maldita geoestrategia! ¡Malditas guerras!

 

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