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11 tesis sobre la invasión rusa de Ucrania Featured

 Consejo Redacción Revista LaU

La invasión rusa de Ucrania ha precipitado un mar de artículos y reflexiones desde la izquierda. El recurso a la falsa analogía ha sido constante, cada posición buscando justificar su planteamiento a priori utilizando las similitudes históricas más convenientes. La I y la II Guerra Mundial han sido los eventos más referenciados. Si bien el conocimiento de la historia es útil para la comprensión de la trayectoria de la senda –el “cómo hemos llegado hasta aquí”–, una aproximación correcta implica el análisis concreto de la realidad concreta. En este documento, desde el Consejo de redacción de esta revista tratamos de cumplir con ese enfoque y nos aproximarnos con más profundidad a las diferentes dimensiones que consideramos pueden ser más relevantes para entender tanto el qué y el por qué está pasando esta guerra como para esbozar el qué y cómo debemos actuar para frenar la guerra.

1. Ucrania: entre dos imperios

La República de Ucrania es un país de 43 millones de habitantes y de altísima extensión (600.000 kilómetros cuadrados) situado en Europa Oriental. La mayor parte de la población se identifica como ucraniana (77%), pero existe una minoría que se identifica como rusa (17%) situada sobre todo en el este. Además, el ruso es la primera lengua de un 30% de la población, frente al 68% que utiliza como primera lengua el ucraniano. Kiev es la capital y la ciudad más poblada con 3 millones de personas.

Ucrania obtuvo la independencia en 1991 en un referéndum (90% a favor), respecto de la Unión Soviética. El nacionalismo ucraniano ha sido siempre muy fuerte en la parte noroccidental (anexionada por Stalin a Polonia en 1945) y con importantes vínculos con el pasado ultraderechista. Sin embargo, en la parte sureste cierta nostalgia fue apoderándose durante los noventa hasta el punto de que allí casi la mitad de la población reconocía que no volvería a votar por la independencia. La razón de esa desafección probablemente sea económica, puesto que Ucrania es actualmente uno de los países más pobres de la región. De hecho, el PIB per cápita de Ucrania disminuyó entre 1990 y 2017, y en esas tres décadas perdió hasta 8 millones de habitantes.

Con todo, el sistema político ucraniano es más abierto que el ruso y es reflejo también de las notables divisiones culturales apuntadas. Y, desde la independencia del país, Ucrania se ha encontrado en medio de las presiones tanto de EE. UU. como de Rusia para inclinar la balanza de su lado.

2. El imperialismo ruso

La era post-soviética fue para Rusia una continua sucesión de crisis económicas, políticas y sociales. La gestión priorizó las reformas del libre mercado antes que las reformas políticas y democráticas, sobre la base ideológica de que, aunque la Unión Soviética hubiera fracasado, aún Rusia seguía siendo una gran potencia y, además, la líder del espacio post-soviético. De acuerdo con algunos antiguos asesores de Putin (Matveev, 2021), el pensamiento «auto-crítico» de Putin se podría resumir en «fuimos idiotas porque en la Unión Soviética intentamos hacer una sociedad más justa cuando en realidad tendríamos que haber estado haciendo dinero a través de la creación de una clase capitalista depredadora que pudiera competir con occidente». Con los años se fue creando, políticas neoliberales mediante, una oligarquía de hombres de negocios vinculados al Kremlin. Además, la desarticulación de la Unión Soviética profundizó los problemas económicos de Rusia, de manera que se elevó la dependencia de la extracción de los recursos naturales, especialmente combustibles fósiles (gas y petróleo), y provocando, en opinión de muchos analistas, la conocida como enfermedad holandesa. Así, la relación entre la nueva oligarquía empresarial y la clase política dirigente se mediaba de manera dinámica por la evolución de la industria del capital fósil.

Durante la primera década del siglo XXI la inversión extranjera directa de Rusia fue creciendo de manera notable, debido a los ingentes excedentes creados en esta industria fósil. Parte de esos flujos monetarios fueron a paraísos fiscales y a la gestión de la riqueza privada de las oligarquías, con su expresión más obvia en la opulencia y extravagancia que tanto se ha visto en Europa Occidental. No obstante, también Rusia fue empleando una suerte de imperialismo económico al comprar infraestructuras y empresas de los países vecinos, siempre en el sector energético. En algunos casos ello se lograba con métodos diplomáticos (como los acuerdos con Uzbekistán en 2004, por los que las empresas rusas adquirieron contratos de producción de petróleo), pero en otras ocasiones a través de métodos más complejos (como el intercambio de deuda a cambio de concesiones petrolíferas, como en Armenia) o directamente chantajistas (como en 2006 con Moldavia, cuando Rusia interrumpió dos semanas el flujo de gas como medida de presión para que Moldavia firmara el acuerdo de incremento de la participación de las empresas rusas en las empresas energéticas del país moldavo). En otras ocasiones, ese expansionismo económico chocó, sobre todo en los países bálticos, con la oposición nacionalista y antirusa de los gobiernos de los países exsoviéticos.

Durante la primera década del siglo XXI, este imperialismo económico estuvo alineado con el imperialismo territorial y político. Putin desplegó una estrategia de acercamiento a Occidente, entrando en la OMC y en la OCDE, y puso en marcha uniones aduaneras con países cercanos (como Bielorrusia y Kazajastán en 2009) y la Unión Económica de Eurasia (con Armenia y Kirguistán). Sin embargo, todo esto se vino abajo cuando en 2014 estalló la situación en Ucrania.

Ucrania ha sido siempre uno de los principales objetivos de los nacionalistas rusos, por el papel simbólico y también por su potencial económico. Durante tres décadas Rusia y EE. UU. y Bruselas se han disputado la influencia sobre este territorio. En 2005 un gobierno pro-occidental (Yushchenko) propuso la entrada de Ucrania en la OTAN y puso en marcha políticas nacionalistas ucranianas que fueron vistas como una amenaza por la población rusoparlante y por Moscú. Sin embargo, las acusaciones de corrupción y otros escándalos posibilitaron en 2010 la llegada al poder de un gobierno pro-ruso (Yanukóvich), que a pesar de las declaraciones iniciales terminó inclinando la balanza hacia Moscú. Esa situación provocó protestas ciudadanas en Kiev en 2013, las cuales contaron con la participación de grupos ultraderechistas y que fueron reprimidas violentamente. La elevada cantidad muertos entre los manifestantes provocó la caída del gobierno y desencadenó una sucesión de acontecimientos que aún no ha terminado.

Como reacción defensiva ante las tensiones internas en Kiev, el imperialismo ruso tomó un carácter más militarizado y beligerante, hasta el punto de que en medio de aquella crisis en Ucrania y ante la alta probabilidad de que un gobierno pro-OTAN pudiera empeorar las relaciones con Rusia, el gobierno de Putin decidió preservar su control estratégico-militar con la invasión de Crimea. Aquello animó el conflicto nacionalista en toda Ucrania, radicalizando las posiciones al este y oeste, aunque en sentidos diferentes. Dos provincias del este, Donetsk y Lugansk, reclamaron su independencia respecto a Ucrania y recibieron el apoyo de milicias pro-rusas financiadas por la oligarquía rusa. Ucrania respondió con una ofensiva militar, apoyada por aliados occidentales y por milicias parafascistas, iniciándose una guerra civil en la región que ha causado ya más de 10.000 muertos. Este conflicto estaba llamado a solucionarse a través de los Acuerdos de Minsk, firmados por Ucrania, Rusia y representantes de Donetsk y Lugansk en 2014. Estos acuerdos aseguraban la integridad territorial de Ucrania a cambio de un estatus de autonomía especial para las dos regiones del Donbas, pero su implementación nunca avanzó más allá de un frágil alto el fuego violado con frecuencia por las partes. Además, cabe recordar que en 1994 se había firmado por parte de EE. UU., Rusia y Reino Unido el Memorándum de Budapest por el que Ucrania renunciaba a todo su arsenal nuclear (el tercero del mundo en orden de importancia) a cambio de garantías para su soberanía territorial, también incumplido de manera clara.

Desde 2014, las sanciones económicas y financieras contra activos rusos y la pérdida de legitimidad y credibilidad de Rusia en la región (la capacidad de generar consenso además de coerción) ha provocado un desacople del imperialismo económico respecto al territorial. Desde 2014 el capital ruso ha interrumpido su crecimiento y se encuentra duramente amenazado. La situación actual, con más sanciones, es sólo una agudización extrema de esa tendencia.

3. La extensión de la OTAN y la UE

La justificación que Rusia ha ofrecido respecto a los motivos de la invasión tiene que ver con la expansión militar de la OTAN hacia el Este. En efecto, desde finales de los años noventa son muchos los países que se han incorporado bien a la Unión Europea o bien a la OTAN, una expansión que ha sido tradicionalmente percibida por Rusia como una amenaza a su seguridad nacional, además de una ruptura de los Acuerdos de Helsinki de 1975. Así, en diciembre de 2021 Rusia presentó un ultimátum con una serie de demandas que incluían la exigencia de detener la ampliación de la OTAN hacia el Este y el cumplimiento de los acuerdos de Minsk, que Kiev estaba ignorando.

Debe tenerse en cuenta que además de factores militares también debe analizarse la atracción ideológica y material que supone Occidente para muchos de esos países. De hecho, muchos de los países del Este que se han incorporado a la Unión Europea en las dos últimas décadas han visto incrementados sus niveles de vida de manera muy notable, gracias a la integración en las cadenas globales de valor. La Unión Europea ha trasladado su tradicional eje centro-periferia hacia un nuevo eje centro-este que ha permitido a Alemania desarrollar una política económica de contención salarial al tiempo que incrementaba su potencial exportador, todo lo cual ha tenido como consecuencia la progresiva pérdida de peso económico de la periferia europea (Garzón, 2022).

4. Desinformación y ultraderecha

Los vínculos de la oligarquía rusa y Putin con la extrema derecha europea son bien conocidos. Las investigaciones han llegado a desvelar que Rusia ha usado sus empresas energéticas para conceder contratos ventajosos a empresas de otros países con el fin de utilizar los beneficios obtenidos en la financiación de las redes e instituciones de la extrema derecha. Estas relaciones han sido especialmente intensas en el caso de Italia, Alemania y Austria. En el caso de Austria el partido FPÖ, que ha formado parte del gobierno, tiene un fuerte y explícito lazo de amistad con el partido de Putin, debido a lo cual firmaron un tratado para «reforzar el espíritu patriótico en la juventud».

Si bien se ha producido también una exageración y sobreactuación respecto al potencial de los instrumentos de propaganda rusos, con surrealistas pseudo-reportajes en prensa española, también es verdad que dichos instrumentos han cumplido un papel muy importante en la difusión de ideas que, sin consistencia entre sí, buscaban agudizar los conflictos políticos nacionales. Así, emisores como Russia Today tenían una programación izquierdista en España (crítica a la UE por su política regresiva de refugiados y al Estado por su represión contra activistas sociales), mientras en Alemania desplegaban una agenda reaccionaria (promoción del movimiento antivacunas y difusión del discurso racista y xenófobo respecto a la inmigración, por ejemplo). La mencionada sobreactuación se ha unido a una Unión Europea con voluntad de mostrar una gran proactividad en el tema que ha prohibido la emisión de RT y Sputnik, medida que ni siquiera Estados Unidos ha tomado hasta ahora.

No olvidemos, de hecho, que algunos países de la Unión Europea, empujados por el miedo o por el convencimiento, no han dudado en iniciar una escalada represiva. En países como la República Checa, por ejemplo, se han aprobado normas para considerar delito la apología de la invasión rusa. Este tipo de procesos, que se suman a los ya acumulados en muchos de los países de Europa Oriental y del Este (particularmente notorio es el comportamiento lesivo de Hungría y Polonia), vulneran igualmente los derechos humanos y no representan los valores democráticos. Esta invasión tiene el potencial de estrechar mucho más el marco de libertades en dichos países, pero también en los occidentales.

5. La invasión militar y la narrativa

Tras el término de la I Guerra Mundial, le preguntaron al dirigente francés Clemenceau por su opinión sobre qué dirían los historiadores acerca de la responsabilidad en aquella guerra. Él contestó lo siguiente: «Eso no lo sé, pero sé con certeza que no dirán que Bélgica invadió Alemania».

La decisión de invadir Ucrania en 2022 obedece, probablemente, al predominio del imperialismo territorial sobre el imperialismo económico, algo que, tal y como hemos descrito ya, es una dinámica dominante desde 2014. Ello deja a un imperialismo de base territorial y económica en EE. UU., un imperialismo económico en China y un imperialismo territorial en Rusia. Como en la sentencia de Clemenceau, lo más probable es que nadie en el futuro diga que Ucrania invadió Rusia.

La derrota en la narrativa global puede que no importe a Putin o a la élite dirigente rusa –aunque hay buenos motivos para pensar que eso no sería una buena decisión–, pero desde luego sí tiene una importancia crucial sobre el resto de actitudes políticas a lo largo del globo.

La invasión ha enfrentado la oposición de prácticamente todos los países del mundo, incluyendo a una China que, al principio, mantuvo una posición más próxima a Rusia. El papel de los nuevos medios de comunicación y las redes sociales, con la posibilidad de ver en tiempo real las agresiones rusas sobre la población civil, han decantado la batalla por el relato del lado de la agredida Ucrania. Poco importan, en este punto, la heterogénea composición de la resistencia ucraniana y la presencia de grupos armados ultranacionalistas. De hecho, tal y como subrayó Perry Anderson a cuenta de la invasión de Crimea, el nacionalismo ucraniano se ha fortalecido con cada acción militar rusa en su territorio y no al revés.

Este proceso ha provocado que países tradicionalmente neutrales y no beligerantes, consecuencia de lo cual han sido históricamente también contrarios a la incorporación en la OTAN, como Suecia o Finlandia, este último con un gobierno de izquierdas que incluye a la izquierda radical, hayan verbalizado la posibilidad de sumarse a la organización militar y hayan enviado material militar a Ucrania. En Finlandia, que comparte una frontera de 1.340 km con Rusia, una iniciativa ciudadana para que su Parlamento debata la incorporación a la OTAN ha conseguido las 50.000 firmas necesarias para ello en un tiempo récord tras la invasión de Ucrania, y por primera vez en la historia las encuestas muestran una mayoría de la población favorable a la adhesión. En Suecia, por otro lado, en sólo un mes el apoyo a la OTAN ha pasado de un 42% a un 51% y la posición anti-OTAN ha caído desde el 37% al 27%.

6. Consecuencias políticas UE y OTAN

En cada episodio bélico se abre paso el furor belicista y, paralelamente, también el nacionalismo. Esto desplaza las posiciones pacifistas hacia la marginalidad, sobre todo en los medios de comunicación. La escalada de declaraciones va acompañada de escalada de acciones destinadas a la guerra, y esa senda es sumamente peligrosa.

La Unión Europea tenía la oportunidad de haberse convertido en protagonista para dirigir un proceso de mediación y paz. En lugar de eso, ha optado por la escalada verbal y ha renunciado a cualquier participación en una negociación. En el pleno monográfico del Parlamento Europeo del 1 de marzo, los discursos de Von der Leyen y Borrell marcan un antes y un después en el papel de la UE como actor bélico, apostando por participar directamente de la confrontación armada en lugar de erigirse como facilitador de una posible vía diplomática. Hasta ahora la Unión no ha dado una sola muestra de apoyo al diálogo que se viene dando en Bielorrusia entre representantes gubernamentales rusos y ucranianos, ni a la propuesta ucraniana de una mediación de China.

Hace unos meses la Unión Europea presentó su propuesta de Brújula Estratégica, que apostaba por la creación por primera vez de una fuerza de intervención militar propiamente europea, denominada fuerza de reacción rápida, que alcanzaría las 5.000 tropas en 2025, además de instrumentos para coordinar y agrupar recursos militares de los diferentes Estados para incidir en regiones que la UE ha catalogado como estratégicas, incluyendo el vecindario oriental. Esta colaboración siempre se ha planteado como un elemento más dentro del marco de la OTAN, ejerciendo un papel de complementariedad en territorios cercanos o de valor económico para la Unión, como el Golfo de Guinea. Esta crisis se plantea como la oportunidad perfecta para ensayar nuevos mecanismos de seguridad a nivel de la UE, siempre con la coordinación de Estados Unidos tal y como demuestra la recurrente participación del Secretario de Estado estadounidense Blinken en las reuniones de ministros de asuntos exteriores de la UE desde el inicio de las tensiones.

El historiador ucraniano Sergey Radchenko, especialista en la Guerra Fría, ha recordado que los mayores riesgos que se corrieron durante la Guerra Fría no vinieron de una posibilidad real de guerra nuclear, sino de una incontrolada escalada de tensión. Tanto en Octubre de 1962 (crisis de los misiles en Cuba) como en noviembre de 1983 (crisis de Able Archer 83) hubo momentos en los que todo podría haberse destruido, como consecuencia de una sucesión de eventos empujados por una escalada de tensión. Esa es la razón, dice Radchenko, que incluso en los momentos más difíciles y en medio de las condenas de las atrocidades, debemos seguir insistiendo en las llamadas a la calma.

7. El envío de armas y sanciones

La paz es siempre un proceso cuya resolución depende del estado vivo y dinámico de un conflicto de intereses (ideológicos, políticos, económicos) que de alguna manera se ha estancado y cuyo final se percibe que genera a las partes más beneficios que costes. Por lo tanto, realmente la información necesaria para saber cómo se compone el puzzle es «qué quiere Rusia» y «qué coste está dispuesto a asumir». Ahí sólo podemos especular. Como decía el economista Branko Milanovic, todo el mundo habla de la «estrategia rusa» cuando nadie sabe en qué consiste exactamente la «estrategia rusa».

El único dato estilizado que tenemos es que Rusia ha invadido a Ucrania. Quizás creyendo que era una operación militar más fácil o quizás anticipando lo que está sucediendo. Pero no sabemos qué coste está dispuesto a asumir para lograr sus objetivos (los que tampoco están nada claros, si bien podríamos pensar que es «controlar el territorio de Ucrania o al menos Kiev»).

El exjefe de Estado Mayor del Ejército Europeo, José Enrique Ayala, ha planteado importantes dudas respecto al papel que puede jugar una ayuda militar indirecta como es el envío de armas por parte de los países europeos, entre ellos España. De acuerdo con su tesis, esta decisión depende del alcance y objetivos de la operación. Así, según ha manifestado en medios de comunicación, el envío sólo tiene sentido si es capaz de cambiar el rumbo de la guerra militar o proporcionar tiempo para que las sanciones económicas hagan insoportable para Rusia el mantenimiento de la invasión. Sin embargo, reconoce, mandar armas para ganar tiempo puede conducir únicamente a un mayor número de muertos en el conflicto.

Si trabajamos con la hipótesis de que Rusia está dispuesta a sacrificarlo todo con tal de conquistar Ucrania, entonces podríamos pensar que todas las armas del mundo que se manden al limitado ejército ucraniano no servirán para nada que no sea incrementar el coste humano en ambas partes. Teniendo en cuenta que Ucrania está entregando armas a ciudadanos sin ningún tipo de formación militar, es más que probable que estas terminen en manos del ejército ruso en caso de que continúe la confrontación. Si, por el contrario, trabajamos con la hipótesis de que en algún momento se alcanza un «punto de saturación» para los rusos, un «umbral de daño» inasumible, entonces una mayor resistencia armada de Ucrania puede permitir llegar a ese punto y por lo tanto precipitar un proceso de paz. En ese caso, el envío de armas puede contribuir a un proceso de paz sin desencadenar una acción directa y una escalada. Por lo tanto, no podemos decir con toda seguridad que la decisión de enviar armas a Ucrania sea útil o inútil desde el punto de vista de la eficacia; sencillamente no se puede saber con la información disponible. De esa manera, todo posicionamiento a priori, a favor o en contra, y si aspira a evaluar la eficacia de la medida, es tramposo. Otra cuestión es que hablemos desde un punto de vista ético, como sucede cuando evaluamos la venta de armas a países que tienen guerras en curso o en mente. Pero incluso así entonces emergen otras dificultades para este caso: ¿es otro tipo de ayuda indirecta a Ucrania, como los préstamos o fondos económicos, distinta cualitativamente si los efectos son los mismos –la compra de armas–?

La posición de cautela y prudencia, y por lo tanto de rechazo, sobre esta operación de envío de armas –con casi toda seguridad la más razonable–, fue la que mantuvo el Gobierno de España desde el primer momento. Sin embargo, las presiones de la OTAN y de los medios de comunicación (en una narrativa ampliamente compartida de «los ucranianos tienen derecho a defenderse») provocó un cambio de posición en el PSOE y, por ende, en la posición del Gobierno. Probablemente ese cambio obedeció a cálculos electorales, medidos en medio del fervor militarista del momento, y es claramente ilegítimo vender esa posición de apoyo al envío de armas como una cuestión útil o eficaz. Sin embargo, plantear el rechazo a dicho envío con argumentos tales como que es la única posición pacifista –y que por lo tanto la paz es un resultado que se logra sólo debido a los esfuerzos en la deliberación racional– es igualmente ilegítimo. En medio de ese debate ha quedado atrapada y dividida una parte importante de la izquierda española, todo lo cual es absurdo sabiendo que el envío es probablemente inútil y la aportación de España es, precisamente por lo descrito arriba, básicamente simbólica. Incluso pudiera pensarse que hay un cierto interés en construir un nuevo campo político de división por puro interés faccional.

Por si fuera poco, a pesar de toda su retórica, la UE y los países de la OTAN han demostrado gran cinismo respecto a las sanciones. Se han excluido las partes energéticas: petróleo y gas, además de otros sectores de gran valor para algunos países de la UE, como el mercado de diamantes, mientras que sí se han aprobado sanciones sobre otros sectores más amplios que tendrán un impacto directo sobre el conjunto de la población. Esa dependencia respecto del capital fósil ha mostrado también la debilidad de la propia propuesta de la Unión Europea. Mientras las sanciones a la oligarquía que rodea a Putin o la congelación de los activos del Presidente ruso y su gobierno (una parte importante de los cuales se encuentra en paraísos fiscales que son parte de la Unión Europea) pueden ser incentivos concretos que empujen al gobierno ruso hacia la búsqueda de una salida al conflicto, desde la UE, Reino Unido y EE. UU. se ha apostado por un modelo de sanciones que, como la desconexión del sistema bancario SWIFT, hace pagar a la clase trabajadora rusa por el imperialismo de su gobierno.

8. Crisis climática, crisis económica y ecofascismo

Esta crisis ha servido para poner de relieve una vez más la enorme fragilidad de nuestras economías, altamente dependientes de fuentes energéticas procedentes de combustibles fósiles. Eso da un poder enorme al capital fósil y, en este caso, a las oligarquías rusas. Como se ha dicho ya, este ha sido un instrumento habitual con el que Rusia ha ejercido su imperialismo económico y en el que se ha basado para financiar su imperialismo territorial.

Sin embargo, no se trata sólo del gas o el petróleo. También se trata de recursos no renovables de carácter mineral, que además encuentra varias cuencas relevantes en Ucrania. Estos recursos forman parte de los inputs con los que se producen productos altamente relevantes para las economías occidentales, como es el caso de los fertilizantes, que requieren determinados minerales para su fabricación y que son usados intensivamente en el sector agroganadero. La escasez de estos productos de manera natural, por el agotamiento progresivo de las reservas, o la interrupción del flujo de comercio, como en esta invasión, elevará de manera notable el precio y afectará a toda la cadena de valor. Ello elevará la inflación y sin duda será un problema que gestionar en las economías occidentales.

En efecto, Ucrania ha sido históricamente uno de los principales graneros del mundo, debido a la alta fertilidad de sus suelos y por su enorme extensión territorial. Además, también es fuente de minerales y, por citar algunos ejemplos, es el séptimo país del mundo y el primero de Europa en reservas minerales de uranio y el décimo del mundo y segundo de Europa en reservas de titanio (también es rico en reservas de hierro, manganeso, mercurio y carbón). Por si fuera poco, parte de las infraestructuras del gas y el petróleo que fluyen hacia Europa Occidental pasan por el territorio ucraniano.

Esa situación estratégica en cuanto a recursos ha contribuido a las tensiones geopolíticas, pero también provoca una importante alteración en los mercados internacionales en cuanto el país se ve afectado. Efectivamente, en las últimas semanas los precios de materias primas esenciales y de los alimentos se han disparado.

Adicionalmente, en muchas economías en desarrollo hay una gran dependencia del grano y otros productos primarios procedentes de Rusia y Ucrania, por lo que estamos ante la posibilidad de crisis alimentarias en dichos países y, por extensión, un encarecimiento de los precios internacionales de dichas materias que también repercutirán en países como España.

Además, debe tenerse presente que en lo que llevamos de año la sequía está afectando de manera muy grave a la cuenca mediterránea. Un caso extraordinario es el de Marruecos, vecino de España, que sufre la peor sequía en décadas. Es probable que esto eleve las tensiones en la frontera sur, con nuevos intentos de saltar la valla y las consecuentes situaciones de conflicto y de vulneración de derechos humanos.

Toda esta situación provocará un encarecimiento de los precios de las materias primas también en los países occidentales, lo que puede ser fuente de disturbios en determinados sectores (especialmente el agrario) y de una creciente insatisfacción y frustración ciudadana, sobre todo en relación con la llamada factura de la luz. El Gobierno será, sin duda alguna, atacado duramente por esta nueva dinámica, que se suma a los costes ya acumulados en esta materia. Probablemente por esta razón el PSOE y la Comisión Europea están haciendo hincapié en los «sacrificios» que habrá que hacer para ayudar a Ucrania. En todo caso, será necesario articular nuevos paquetes de ayuda económica para paliar los efectos de esta situación, y muy urgentemente habrá que acelerar todas las transiciones energéticas y productivas que permitan ganar soberanía energética y económica.

Por otro lado, la posición de la extrema derecha en el debate parlamentario del 2 de marzo delineó los contenidos políticos de una posición ecofascista. En primer lugar, por el carácter de negación del cambio climático. En segundo lugar, por el cierre social –en sentido weberiano– al que empuja a las sociedades, estableciendo ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda que tendrían acceso a los recursos. Y, en tercer lugar, por el marcado carácter bélico de toda su propuesta. Son, claramente, los ingredientes de una propuesta ecofascista, la cual podría ir ganando terreno según avanzan las consecuencias del cambio climático, de otros desastres medioambientales y de fenómenos, vinculados como en este caso, tales como las guerras.

9. La izquierda europea ante la invasión

Pese a compartir un mensaje de paz, la izquierda europea se encuentra profundamente dividida sobre las respuestas concretas que se le pueden dar a esta crisis. Desde el Gobierno de Finlandia la Alianza de la Izquierda (miembro del PIE y The Left) ha apoyado el envío de armamento a Ucrania, y todos los partidos de la izquierda nórdica, además de la France Insoumise, se han posicionado abiertamente a favor de sanciones masivas que afectan al conjunto de la economía rusa. Mientras tanto, los partidos de la izquierda del Este de Europa han visto cómo esta situación ha servido para incrementar la represión y el hostigamiento al que se ven sometidos, y junto a otros como Die Linke, se han opuesto al envío de armamento. En la Resolución del Parlamento Europeo del 1 de marzo, se visibilizó esta división, con 21 votos a favor de la misma, 7 en contra y 10 abstenciones. Esta división incluso afectó a delegaciones concretas que, como Die Linke y AKEL, tuvieron diputados que votaron de forma diferenciada entre sí. En la delegación española sucedió lo mismo, pues la resolución fue votada a favor por los eurodiputados de Podemos, fue votada con abstención por los eurodiputados de IU y fue votada en contra por el eurodiputado de Izquierda Anticapitalista.

Este debate pone de relieve la indefinición de la izquierda europea sobre su modelo de política de seguridad. Hablamos de un modelo de seguridad mutua autónomo de los Estados Unidos u otras potencias y construido desde la interdependencia mutua que tenemos todos los países europeos, incluida Rusia. Sin embargo, la profundización que ha iniciado la UE de su arquitectura de seguridad nos obliga a avanzar colectivamente en este debate como única forma de superar las profundas diferencias existentes. Fuera del espacio de la izquierda radical, en otros espacios con los que podemos tejer alianzas como los verdes o la socialdemocracia más progresista, el apoyo en Bruselas a las posiciones más belicistas y atlantistas es de momento unánime –seguramente ante la falta de una alternativa sólida de nuestra parte–.

10. El Gobierno de coalición

La sociedad española ha identificado a Ucrania como «los buenos» (y débiles) y a Rusia como «los malos» (y fuertes: potencia nuclear), y, aunque la sociedad esté en contra de la guerra, también parece estar a favor de ayudar a los débiles con el envío de lo que se estime necesario. Aunque era cuestión de tiempo, el cambio de posición del PSOE, que primero defendió no mandar armas y después todo lo contrario, quizá se pueda explicar por: a) tienen encuestas que avalan ese cambio de posición; b) hace un día Unidas Podemos se dividió en una votación simbólicamente importante y que abrió una brecha en los días siguientes, como se vio en los medios de comunicación o en las instituciones, con la presentación de mociones.

Como decimos, el 1 de marzo de 2022 se aprobó en el Parlamento Europeo una resolución que pedía «a los Estados miembros que aceleren el suministro de armas defensivas a Ucrania» y que Podemos y Comunes votaron a favor, mientras que IU se abstuvo. Este es el origen de la división en el espacio de Unidas Podemos y en el bloque de la investidura que los medios de comunicación están aprovechando para sembrar división.

El escenario para Pedro Sánchez es, de momento, inmejorable: un contexto de excepcionalidad para recurrir a un alineamiento político de Estado y un posible «efecto bandera» electoral (cierre de filas); el socio de gobierno (UP) débil en este marco e incluso dividido y con su cartel electoral en el aire; y el PP recomponiéndose y con Vox pisándole los talones. Cabe pensar que no volverá a tener una oportunidad tan propicia para adelantar las elecciones, pues más adelante el PP recuperará terreno cuando se consolide el liderazgo de Feijóo, aunque estará por ver si goza sólo de un efecto luna de miel o, por el contrario, puede revalorizar el espacio de una derecha con una mayor inclinación de Estado y más formalidad institucionalidad.

La izquierda debe afrontar esta crisis con responsabilidad, coherencia y altura de miras política, evitando profundizar tiranteces internas que, en cualquiera de los casos, sólo pueden contribuir al debilitamiento del espacio político de Unidas Podemos y, por consiguiente, al fortalecimiento del PSOE y de las salidas antidemocráticas en sus distintas expresiones.

11. Escenarios hipotéticos

Aunque de momento no parezca probable, sería sensato tener presente la hipótesis de un posible adelanto electoral. Pedro Sánchez, como comentamos, podría ver en la actual coyuntura una oportunidad electoralista. En ese escenario, parece lógico pensar que la que está llamada a ser la candidata de la izquierda, Yolanda Díaz, pudiera no hacerse cargo del adelanto; quizá no tanto por los riesgos de este como por los motivos y la pendiente que nos pudieran llevar a él. Es probable que se encuentre en estos momentos sufriendo un momento de asfixia por parte de las fuerzas políticas que forman el espacio, y cuyas presiones reducen su margen de intervención. En ese escenario de elecciones sin Yolanda Díaz como candidata, lo más probable sería un acusado retroceso de Unidas Podemos que llevaría al espacio a un punto de no retorno, tanto a nivel político como a nivel organizativo. Este debilitamiento abriría dos posibilidades: una Gran Coalición, con independencia de su fórmula formal, o un gobierno de la derecha con la extrema derecha.

Por esa razón, la izquierda no debería mirar sólo, ni principalmente, por los intereses propios del espacio político, mucho menos por los intereses corporativos de las fuerzas que lo conforman, sino por los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares de nuestro país. Por los derechos humanos, sociales y cívicos. Por la propia democracia, ya de por sí maltrecha y limitada. El momento exige dirigentes políticos responsables y de altura.

Artículo escrito por el Consejo de redacción de la revista laU (@revista_laU).

Bibliografía

Anderson, P. (2015): Incommensurate Russia, New Left Review, 94. 5-43.

Garzón, A. (2022): Las relaciones centro-periferia en la Unión Europea post-COVID, pendiente de publicación.

Matveev, I. (2021): Between Political and Economic Imperialism: Russia’s Shifting Global Strategy, Journal of Labor and Society, 1-22.

 

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