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El harakiri capitalista Featured

La cuarta revolución industrial ha multiplicado la demanda de materiales críticos como el litio y el cobalto, mientras se constata la incapacidad de las renovables para cubrir un consumo energético cada vez mayor

Gorka Castillo / ctxt.- El miedo a una crisis global por el desabastecimiento de materias primas ha empezado a ser invocado sin reservas en medio mundo. Parece unánime que el detonante hay que buscarlo en el ingente acopio de recursos energéticos que viene realizando China en su carrera por liderar la nueva era tecnológica, la de la inteligencia artificial, los microchips y el 5G. Pero este comportamiento codicioso no es exclusivo del gigante asiático. Lo practican todos. “Es una crisis donde se solapan tres escenarios de tensión: primero, la batalla que se libra entre EE.UU. y China por la hegemonía económica mundial; luego está el desafío que representa la transformación productiva y energética derivada de la cuarta revolución industrial y que no sabemos cómo discurrirá. Por último, aparece la amenaza implacable del cambio climático”, observa Juan Vázquez, doctorando en economía por la Universidad Camilo José Cela con una tesis sobre el fin de la hegemonía de EE.UU. y el auge de China.

Ahora el interrogante, y las desavenencias entre los analistas, está en las medidas que deberían tomarse para solventar la dependencia patológica de unos bienes como el petróleo que están agotándose. ¿No será que el modelo productivo, la depredación en masa de recursos naturales, es lo que está realmente en crisis? “Yo no creo que estemos cerca del colapso como algunos vaticinan. El capitalismo ha demostrado una gran capacidad de adaptación a lo largo de la historia. Veo más factible que se produzcan ciclos económicos mucho más convulsos que en el siglo pasado y que afecten a todos los niveles de la vida”, pronostica Vázquez.

Pero al sistema económico ya se le han visto las costuras. “Cuando China despierte...”, decían los catastrofistas de la geopolítica. Pues bien, la nueva China hace tiempo que despertó y lo que se atisba es que la gran fábrica del mundo, la que fluctúa entre el libre mercado y la planificación comunista, la que levanta asombrosas ciudades a una velocidad vertiginosa, ha tenido que ralentizar los dos proyectos que iban a convertirle en la superpotencia tecnológica de esta década, el ‘Belt and Road Iniciative (BRI)’ y  el ‘Made in China 2025’ por falta de combustibles fósiles en un mercado cada vez más sediento y especulativo.

Y esto sucede a pesar de las serias advertencias lanzadas por la Agencia Internacional de la Energía (AIE) hace 11 años de que el pico de extracción del petróleo había llegado al máximo y que el del gas se encontraba a la vuelta de la esquina. Cuidado, alertaron, el combustible que mueve el sistema no es infinito. Sin embargo, los virus infecciosos se mantuvieron intactos y las medicinas de caballo recomendadas para amortiguar la depresión –una transición ordenada hacia energías limpias y una inversión decidida en economías circulares más autónomas– han sido adoptadas con cuentagotas o simplemente despreciadas. Las renovables se han revelado incapaces de saciar un consumo enloquecido, las nucleares son un negocio peligroso e impopular; y los combustibles fósiles, aunque escasos y en declive, se han mantenido como el clavo infalible al que agarrarse para cumplir la sagrada ley de que crecer es la solución siempre. “Si hay un factor que debemos atender con urgencia ese es el tiempo. Las empresas, y ahí está ahora el ejemplo saboteador de Iberdrola con el Estado, quieren seguir funcionando bajo parámetros de rentabilidad máxima e inmediata, recibiendo subvenciones públicas que financien la transformación energética pero sin alterar el oligopolio cuando lo que necesitamos son plazos para cambiar las reglas. Es un problema de directriz política”, asegura Marina Echevarría Sáenz, catedrática de Derecho Mercantil e integrante de la Red Académica de Defensa de la Competencia (RADC).

A juicio de los expertos consultados, el papelón económico que se avecina es descomunal. Con el precio del barril de petróleo a 80 dólares, el de la tonelada de carbón a 230 y el del MWh de gas a 85 los riesgos para las finanzas son gravísimos. La dependencia de unos bienes tan escasos suele acarrear consecuencias nefastas. El primer brote de esta dolencia planetaria es el coste de la luz, disparado en España y en el resto de Europa como nunca en la historia. La temida inflación ha vuelto a reaparecer en escena con los dientes afilados. “A mi modo de ver, hay varios factores que han provocado esta situación. El principal, sin duda, es que la reactivación económica tras la pandemia se está realizando en un contexto de límites de recursos que anima a los productores a contener sus exportaciones. Rusia, por ejemplo, ya no es capaz de aumentar la extracción del gas porque ha alcanzado el pico y a la vez ha incrementado su consumo interno. El resultado es que ha recortado el suministro a Europa. Algo similar le sucede a Argelia, más allá de su conflicto con Marruecos”, explica Luis González Reyes, doctor en ciencias químicas y autor o coautor de una decena de libros, entre ellos En la espiral de la energía (Ed. Libros en acción).

Pero hay más causas que explican la esencia del problema. “Todo esto se hace en medio de unas políticas monetarias ultraexpansivas que han generado un volumen gigantesco de dinero que los mercados bursátiles, que son quienes establecen el valor de las materias primas, utilizan para especular. Tampoco se pueden olvidar factores coyunturales como el brexit que también influyen en el aumento de los precios que hoy sufren otras muchas cosas, como los fertilizantes, las pinturas, los microchips, los materiales de la construcción, los fletes…”, remata González Reyes. Es como una pescadilla que muerde la cola de un mercado cuya afamada mano invisible ya no corrige los desajustes que se producen sino que atrae más sombras. La más preocupante, por su contenido y urgencia, aparece en el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicado este verano: el planeta ha acelerado la aproximación al punto de no retorno de un cataclismo inimaginable.

“Hay hechos que muestran claramente que la lucha contra el cambio climático es la moto que utilizan para vendernos un determinado modelo de transición energética. Buena parte de los agentes económicos, las grandes empresas eléctricas y algunas otras más, no creen en ella porque buscan la rentabilidad a corto plazo. Saben perfectamente que las renovables, que nos venden como la panacea de la solución, tienen muchas limitaciones. La primera es que la cantidad de energía que pueden captar no es ilimitada pese a lo que intentan hacernos ver. Técnicamente es imposible absorber toda la energía que llega del sol, la que producen los vientos o la que recibimos de las lluvias. Yo suelo decir que estamos capacitados para captar entre un 30 y un 40% de toda la energía que se consume hoy en día, que es muchísima, suficiente para satisfacer nuestras necesidades pero que no permite crecer a las economías. Por lo tanto, la única opción posible es decrecer sí o sí. Esto no es la elucubración de un catastrofista. Es una realidad física, una ley termodinámica que no puede afirmarse en público porque es impopular y te machacan”, revela Antonio Turiel, doctor en Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid e Investigador Científico en el Institut de Ciències del Mar del CSIC en Barcelona.

Ahora que el otoño melancólico empieza a alfombrar los campos con hojas muertas, el mundo parece caer en la cuenta de que la cuarta revolución industrial necesita ingentes dosis de combustibles fósiles y de materias primas para avanzar. La crisis de semiconductores es un ejemplo nítido. Minerales como el litio, el cobalto o el manganeso son estratégicos para su producción y su demanda es industrial, pero hay pocos fabricantes –Taiwán, EE.UU. y Europa, principalmente– y carecen de capacidad para aprovisionar a un mercado descomunal. Sectores como el automovilístico, que paralizaron inversiones durante meses de pandemia, se han visto desplazados de la cadena de abastecimiento por aquellos que triplicaron su actividad durante esas fechas. La electrónica es la triunfadora. Y las previsiones tanteadas no son nada halagüeñas. Lo peor para una industria que importa buena parte de sus materias primas en bruto es que necesitan meses para reorganizar una cadena de montaje tan compleja y años para abrir nuevas plantas que requieren inversiones estratosféricas de dinero.

Por si esto fuera poco, no hay suficientes minas operativas de litio, cobre, cobalto o manganeso, sus componentes estructurales, para satisfacer la voracidad tecnológica desatada. La investigadora del Instituto CIRCE de Zaragoza Alicia Valero, una referencia internacional en el estudio del consumo de recursos, anticipa años negros para la economía. En una entrevista publicada en la revista Crític detalla las carencias inabordables que existen para extraer estos recursos del subsuelo. “Abrir una nueva mina de estos materiales críticos implica, de media, unos 15 años, y muchos problemas ambientales asociados. Aunque fuéramos capaces de encontrar nuevos yacimientos, que por supuesto se encontrarán, el problema está en el hecho que sus minerales estarán cada vez más diluidos. Esto es como el petróleo: la rentabilidad será cada vez peor. Es aritmética. Otra cosa es que no se quiera ver el problema”, aseguraba.

Es la cara oscura de la cuarta revolución industrial en la que todos parecen estar ahora sumergidos. Una carrera sin un líder pero que está rediseñando un régimen de alianzas comerciales que garanticen el sustento de dos tragaderas insaciables como China y EE.UU. Y el rastro que dejan estas batallas son siempre las mismas: deterioro de las condiciones de trabajo, degradación medioambiental y el hundimiento de las economías locales cuando concluyen la colonización.

Fuente: https://ctxt.es/es/20211001/Politica/37471/?fbclid=IwAR22qzwn0WaLOvYTaYzw2QzFbci53OniF_yPT_5pK9KWGhYpGOan5OBz4dA#.YWMEnlsujRR.facebook

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