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Cuando algunas cosas brillan y son más valiosas que el oro (I) Featured

Bartolomé Marcos

Querido Cipión: llevo semanas queriendo recoger en estas entregas semanales tu reflexión sobre tu experiencia, jugosa y muy sabrosa, con tu amigo holandés y su familia. Allá va una primera entrega (de dos):  

Querido Berganza, de sobra sabes que tengo un buen amigo que es holandés, aunque bien podría pasar por español por el amor que le profesa a nuestra bendita tierra. Le conocí, de manera un tanto casual, hace ya más de dos décadas, en un camping, y desde entonces nuestras vidas se han entremezclado de una forma maravillosa, ora cuando ellos han visitado nuestra casa, ora cuando nosotros hemos ido a su peculiar tierra. Y digo peculiar porque, a pesar de venderte la moto de que es casi un territorio más propio del Edén, lo cierto y verdad es que es de los pocos que han sido diseñados por la mano del hombre, desecando con esmero grandes extensiones de tierras ganadas al mar: tres cuartas partes de los Países Bajos han sido creadas por ellos así. La primera vez que visitamos aquellas tierras me sorprendió no ver montañas. «Claro», me dijo mi amigo, «estos son los Países Bajos. Todo esto perteneció una vez al mar, pero teníamos necesidad de tierras para vivir y nos vino bien que aquí el océano no fuera muy profundo».

Es por eso por lo que entendí la angustiosa sensación que sintió su esposa, la adorable Elvira, cuando en una visita a Cieza paseaba por la ribera de nuestro río mirando temerosa de soslayo hacia nuestra amenazadora Atalaya. Los holandeses, salvo una minúscula parte en su zona sur, carecen también de árboles, y son más escasos aún pinares y palmeras, como los que por aquí abundan, por lo que alucinan con nuestro variopinto paisaje.

Resulta difícil de creer que un pequeño estado, creado artificialmente, del tamaño de la Región de Murcia, perteneciente antaño a la poderosa Monarquía Española y destruido más tarde durante la Segunda Guerra Mundial, sea hoy uno de nuestros principales acreedores (qué mierda habrán hecho nuestros ineptos políticos para dar lugar a esta esperpéntica y grotesca situación).

Luego imaginé que aquí en Murcia alguien pudiera plantear algo similar a lo que hizo Holanda con la laguna del Mar Menor, proponiendo transformarla en tierras cultivables, o al menos urbanizables, mediante la oportuna desecación. Como puedes imaginar, me dio la risa tonta pensando en toda esa caterva de «ecologistas de salón» saliendo en defensa de las aves y otros animales, poniéndolos, como no podía ser de otra manera, siempre por encima de las necesidades humanas que pudiéramos tener (los árabes han hecho otro tanto en su vasto territorio, convirtiendo parte de su secarral desierto en ciudades habitables y en terreno cultivable). Y digo esto porque tengo un amigo que dice tener la solución a nuestro perpetuo problema murciano del agua. Dice él que si le dejasen pondría una central nuclear de última generación en el Mar Menor. Amén de la electricidad a cascoporro que tendríamos a bajo precio, el calor generado podría separar la sal del agua y vender este bien, el agua, al por mayor, consiguiendo de facto una producción superior a cualquier salina tradicional. La abundante agua potable así generada sería más que suficiente para regar nuestros campos (incluidos los de golf), y hasta podríamos comerciar con ella, vendiéndosela a aquellas comunidades que no tienen acceso al mar, como la de los aragoneses, cuyos miopes e insolidarios dirigentes tanto se oponen a vendernos su agua del Ebro, prefiriendo dejar perderse este oro líquido en el mar. ¿Y qué pasa con los residuos nucleares así generados? Para eso mi amigo tiene también su particular solución. Dice que no es necesario dejarles en custodia a los franceses nuestras lecheras de titanio, que nos cuestan el módico precio de 75.000 euracos diarios; afirma que él enterraría gustoso este oro radiactivo que nadie quisiera a unos cuantos metros de su jardín, de tal forma que con el calor residual de solo una de ellas tendría solucionado en su hogar el problema de la calefacción, el aire acondicionado y la electricidad durante los próximos...300 años.

Pero nosotros los españoles no somos tan pragmáticos como los holandeses, ni aun siquiera como los franceses, que tienen en funcionamiento nada menos que 53 reactores nucleares (nosotros tenemos solo 7 y el gobierno quiere desprenderse de ellos por la vía rápida). Así que los galos, durante las periódicas olas de calor y de frío que sufrimos cada año, nos venden gustosos sus megavatios a precio de oro (supongo que a estas alturas te habrás dado cuenta ya de que pagamos la factura eléctrica más cara de Europa, y que el gobierno ya te habrá informado puntualmente de dónde viene nuestra dependencia energética, ¿no?); es más, los españoles somos dogmáticos a más no poder, tanto que preferimos la defensa a ultranza de las ideas políticas a nuestras necesidades prácticas. Buen ejemplo de ello es el «non nato» Plan Hidrológico Nacional, un proyecto que pretendía unir mediante un canal dos cuencas hidrológicas, y del que mi amigo decía que el gobierno de España era tonto por no llevarlo a cabo. Ellos han surtido de canales toda Holanda (hay más de 4.000) para que el agua sea un bien de todos y no de ninguna región en concreto. En fin, qué poco nos conoce...si supiera la capacidad de autodestrucción que llevamos en las venas se llevaría las manos a la cabeza.

Querido Cipión: tú has obsequiado como sólo sabe hacerlo la proverbial hospitalidad española, a tu amigo holandés y a su familia. Es probable que lo sigas haciendo en el futuro, pero yo, francamente, me siento inclinado más bien a remitirles a esos países tan mercantilistas y tan “bajos” algunos de esos “recaditos” que antaño les mandaban el duque de Alba y los tercios españoles.

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