Carlos Taibo se muestra en las conferencias, charlas, debates, encuentros, con una suerte de explicador, de persona que va más allá de un simple ejercicio docente. En sus frases acude a los diálogos y a la tercera persona con frecuencia, cual narrador de historias antiguas, pero buscando siempre la complicidad de una pedagogía sencilla para algo complejo: el colapso del capitalismo. Se le escucha con atención, su auditorio joven sonríe y asiente al corroborar en la voz de Carlos ideas y argumentos que en algún momento ya había razonado. El final es con derecho a roce, firma libros y comparte una bebida con pincho de tortilla. Hay buen ambiente, compañerismo.
¿Es imposible hacer una entrevista a Carlos Taibo sin que le pregunten por el 15M, Podemos, confluencias, mareas, municipalismo y demás apuestas electorales, pese a su ideario anarquista?
Lo cierto es que los medios de comunicación del sistema rara vez me entrevistan, algo que reduce sensiblemente el riesgo de que aparezcan preguntas sobre esas materias. Pero debo confesar que, cuando surgen, me vienen bien para soltar alguna que otra diatriba sobre la miseria del mundo político al uso, con lo cual esas preguntas no son necesariamente mal recibidas. Me permito agregar que en modo alguno sitúo al 15-M en la misma onda que las restantes opciones que mencionas. El 15-M en el que creo, que todavía existe en algunos lugares, es cualquier cosa menos una apuesta electoral. Está en los antípodas, por lo demás, de esa realidad tan triste llamada Podemos.
En tus conferencias y en tu último libro analizas un posible colapso del capitalismo. En los años sesenta y setenta se hablaba y teorizaba sobre el fin del capitalismo y aquí estamos, soportándolo…
Es verdad lo que dices, en el buen entendido de que en el escenario hay dos cambios importantes que obligan a mantener, pese a todo, el diagnóstico. El primero afecta a la condición del propio capitalismo. En la versión contemporánea de este último se han asentado reglas que, vinculadas con la primacía radical de la especulación, con una aceleración espectacular de las fusiones de capitales, con la desregulación y con las deslocalizaciones, han perfilado un proyecto aberrantemente cortoplacista, que no busca otra cosa que el beneficio más inmediato. De resultas, el capitalismo ha perdido muchos de los mecanismos de freno que en el pasado le permitieron salvar la cara y, con la salvedad que haré inmediatamente, carece, a diferencia de lo que ocurrió antaño, de un proyecto de futuro.
El segundo cambio identifica la irrupción espectacular de fenómenos hasta hoy por completo desconocidos. Hacen, sin ir más lejos, que el panorama presente sea muy diferente del que se registró en 1929, cuando el problema de los límites ambientales y de recursos del planeta no se manifestaba o, en su defecto, tenía un relieve menor. Estoy pensando en lo que significan el cambio climático y el agotamiento de todas las materias primas energéticas que empleamos, dos fenómenos que se suman a un escenario de crisis múltiples: demográfica, social, financiera, de cuidados…
Cierto es, con todo, que en el capitalismo contemporáneo se barrunta una respuesta, el ecofascismo, que bien puede permitir que el sistema recupere alguna vitalidad y se dote de un proyecto de futuro todavía más criminal que el actual. Debo subrayar, aun así, que esta respuesta, que reclama la marginación de buena parte de la población planetaria –esto ya lo hacen- y, en su caso, más aún, el exterminio de la población que se considera sobrante, es, en sí misma, una forma de colapso.
Tan grave sería, en fin, que ignorásemos la vitalidad histórica del capitalismo como que asumiésemos que este último está en condiciones de salir adelante de manera cómoda y fácil.
Recuerdas en tus palabras que el anarquismo no es una ideología del pasado ni siquiera contemporánea sino de futuro. ¿Cómo argumentamos esto?
Aunque es verdad que he empleado con frecuencia ese argumento, debo confesar que una de sus aristas me gusta poco: me refiero a la dimensión de cosificación, y de pérdida de vivacidad, que puede acompañar a cualquier ejercicio de conversión del anarquismo en una ideología. Me siento más cómodo con una percepción distinta que entiende que lo que ilumina el futuro es el acercamiento de las gentes que, de manera muchas veces espontánea, practican la autogestión, la democracia y la acción directas, y el apoyo mutuo. Poco me importa, entonces, que esas gentes sean o no anarquistas confesas.
Aclarado lo anterior, me limitaré a señalar que cuando, con ocasión de la redacción de mi libro Colapso, incluí un capítulo relativo a la condición y las propuestas de los movimientos por la transición ecosocial rápidamente me percaté de que todas, o casi todas, las personas que previamente se habían interesado por la materia bebían de una vena libertaria. Lo que estaban defendiendo, como única alternativa creíble frente al colapso, era la autoorganización de las sociedades desde abajo, desde la autogestión y desde el apoyo mutuo. Quien piense, en esas condiciones, que el “anarquismo”, o lo que fuere, es una antigualla del pasado me temo que, afortunadamente, se equivoca.
¿Cuál es el estado actual de esas masas que van a necesitar hacer la revolución (o como queramos llamarlo) para sobrevivir?
A título provisional, y hablo de lo que ocurre en los países del Norte, ese estado no invita precisamente al optimismo. Están mayormente dormidas, siguen colaborando activamente con la explotación, no parecen percatarse de la formidable trampa que es la seudodemocracia liberal y, en términos generales, han sido captadas por la miseria dominante. Y, sin embargo, cabe augurar que la conciencia de la proximidad del colapso puede provocar cambios en conductas y adhesiones, y, en particular, puede estimular una reflexión crítica sobre la sinrazón de nuestras vidas.
No me queda más remedio, por lo demás, que creer en la gente común y que hacerlo desde la certificación de que no deja de ser sorprendente que, pese a siglos de capitalismo, Estado y sociedad patriarcal, la lógica de la solidaridad y del apoyo mutuo no haya sido definitivamente erradicada. De no verificarse esa reacción de la gente común todo lo que digo carecerá lamentablemente de sentido. Será, en otras palabras, la enésima manifestación de un proyecto vanguardista privado de suelo.
… pero cuantitativamente, por decirlo así, estamos bastante peor que en los años treinta, donde esa generación de personas conscientes compuesta por cientos de miles tuvo claro que el futuro pasaba por la expropiación de la propiedad privada, por ejemplo…
Es cierto: hemos sido capturados por el sistema, por la competición y por el consumo, nos vemos sometidos a un individualismo lacerante e, inmersos en una aceptación del capitalismo como si fuese el aire en el que inevitablemente tenemos que movernos, reproducimos una y otra vez sus principios y valores. Repito, sin embargo, que la conciencia de que el colapso se va acercando puede producir sorpresas. No sin antes aclarar que en el Sur del planeta el colapso es la realidad cotidiana.
Aun así, creo yo que la locura capitalista abre inéditas ventanas de oportunidad. A menudo me asalta la idea de que es más fácil que la irrupción de un mundo de corte alternativo y libertario sea el producto de una reacción casi biológica ante la estupidez del capitalismo que la consecuencia de nuestra capacidad, hoy por hoy muy limitada, de configurarlo pausadamente a través de organizaciones e iniciativas.
¿Cómo desconstruir una realidad donde Gabilondo (Iñaki) o Wyoming (El Gran) parecen ser los ideólogos de una izquierda apesadumbrada en busca de cómo apuntalar al régimen sin que se note mucho?
Esos ideólogos no son sino la punta de un iceberg que tiene raíces mucho más profundas. Y eso que el iceberg en cuestión es capaz de emitir señales que remiten a manipulaciones tan burdas como, infelizmente, eficientes. A los ojos de muchos, y por lo que parece, la irrupción de Vox en España ha permitido otorgar una pátina de derecha civilizada a fuerzas como el PP y Ciudadanos, mientras, y al tiempo, el PSOE se presenta como un partido de izquierdas y, en el marco de este formidable y general corrimiento hacia la derecha, Podemos blande orgulloso la Constitución. El problema tal vez reside en el hecho de que, y al menos a título provisional, con la permanente colaboración de la izquierda claudicante el sistema no precisa siquiera que lo apuntalen.
Proponnos armas (ideológicas) para combatir el desánimo, el vale todo, la frustración, el individualismo…
Defiendo desde hace mucho la construcción de espacios autónomos que describo como autogestionados, desmercantilizados y despatriarcalizados. De espacios que nos permitan salir con urgencia del capitalismo y que, por añadidura, se federen entre sí y procuren acrecentar su dimensión de confrontación con el capital y con el Estado. Esos espacios bien pueden ser escuelas que nos enseñen a movernos en el escenario posterior al colapso.
Pero creo que no está de más que agregue que bien haríamos en buscar muchas de esas armas en los países del Sur, de la mano a menudo de horizontes precapitalistas que remiten ante todo al mundo rural y a muchas de sus prácticas. Al respecto, y por rescatar dos ejemplos, creo que es muy sugerente lo que llega del zapatismo en Chiapas y lo que ofrece el confederalismo democrático en Rojava. Bien puede suceder que las respuestas a muchos de nuestros problemas las proporcionen personas mucho menos corroídas que nosotras por la lógica mercantil del capitalismo.
Sostengo, en cualquier caso, que en todos los lugares debemos buscar la alianza de quienes creen y practican la autogestión y de quienes son conscientes de los retos derivados del colapso. Estos últimos, los retos, reclaman, en fin, el despliegue de un programa encaminado a decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar, descolonizar y descomplejizar nuestras sociedades.
Insurgente, kaosenlared, lahaine o la necesidad de usar también la trinchera mediática para enfrentar a los enemigos de clase…
Necesitamos medios que hagan frente a la manipulación permanente, a la servidumbre ante los intereses del capital y a ese seudopluralismo de circuito cerrado que tiene su principal manifestación en el espectáculo de las tertulias de radios y televisiones. Pero precisamos también medios que escarben con vocación crítica, y con discurso serio, en los problemas de los movimientos de vocación emancipadora. No vaya a ser que la ineludible contestación de las miserias del sistema esquive una consideración cabal de nuestras propias miserias. La tarea de los medios alternativos es tanto más necesaria cuanto que, en mi intuición, muchos de los conceptos que hoy manejamos van a dejar de servirnos en el escenario, insorteable, del colapso.