A mediados del siglo pasado, don Antonio Pérez Gómez consiguió levantar en su casa natal una de las bibliotecas particulares más interesantes del mundo. Allí mismo, en el doce de la calle Cid, en Cieza, Murcia, Pérez Gómez (¡qué abundancia de sonidos ceceantes!), abogado, bibliófilo, erudito y editor también publicó bajo el sello editorial “… la fonte que mana e corre…” decenas de libros raros y singulares que de otra forma se habrían perdido para el público. Entre ellos, ediciones facsímiles de obras tan emblemáticas como La Celestina o el Lazarillo de Tormes. Dicen quienes lo frecuentaron que en su casa había libros por todas partes y que su pasión por la letra impresa, que cultivó desde sus años de estudiante en Madrid, nunca lo abandonó.
Lástima que la ingente labor coleccionista de este lector voraz y esa encomiable tarea editorial se hayan visto empañadas, de algún modo, por su condición de primer alcalde franquista y la dispersión posterior de su biblioteca. Político polémico, Pérez Gómez militó desde muy joven en Acción Republicana, liderada por Azaña, pero acabó aceptando el cargo de primer edil de Cieza en los inicios de la dictadura. Entre tanto, sobrevino el asesinato de su hermano por radicales exaltados que le hizo perder la fe en la República. Poco tiempo, sin embargo, ocupó el cargo de alcalde. Apenas un año. Destituido fulminantemente, también él terminó padeciendo alguna suerte de destierro. Su tibieza en la cruel represión de la época, argumentando que se necesitaba mucha mano de obra para las fábricas de esparto, fue en opinión de algunos la causa de esta desafección. Luego, escarmentado de la política, rechazó otros cargos, aunque no el de Jefe Nacional de Grupo de Espartos, desde el que llevó a cabo a una importante labor en defensa de esta fibra clave para la economía local y regional de la época, y se dedicó de lleno profesionalmente a su labor de abogado, pleiteando con éxito causas ante el Tribunal Supremo, y en sus “ratos de ocio”, a su pasión por los libros como coleccionista y editor.
El pasado sábado, “callejeando entre libros, historias y leyendas”, una ruta lúdico-literaria organizada por otro editor de la localidad, Fernando Fernández Villa, y quien esto escribe, tuvimos inesperadamente la suerte de entrar en su casa familiar, ahora en venta, gracias a Matilde Guardiola Pérez. Penetrar en el que un día fuera su despacho de trabajo, un estrecho pasillo rodeado de una multitud de libros, fue lo más parecido a lo que puede significar adentrarse en un templo sagrado, en un lugar mítico. En este caso, de la cultura y del saber. Fue sin duda un momento de honda emoción. Todavía se palpa entre aquellas paredes, condenadas al derribo, la magia secreta que irradian los libros. Todavía se puede percibir adentrándose en aquel santuario abandonado la “honda palpitación del alma” que, en palabras de Machado, produce la creación literaria. Lo pudimos comprobar los afortunados que hicimos la ruta.
Lástima que de aquella biblioteca excepcional, como de la de Alejandría, sólo quede el recuerdo de lo que fue. Sólo queden estantería desnudas, anaqueles vacíos, rinconeras desiertas. Sólo quede errando el “espíritu nostáljico” de los libros, por citar también a Juan Ramón Jiménez.
Las bibliotecas, como los cuerpos de sus dueños, también tienen su osamenta que las sustenta. Los estantes vacíos de la de don Antonio Pérez, a quien el Gremio de Libreros Alemanes concedió el título de “Mayor editor privado del mundo”, son el esqueleto de una biblioteca excepcional, reconocida en todos los circuitos nacionales e internacional del mundo de la bibliografía. Recordada y apreciada en todo el ámbito del hispanismo internacional, en palabras de Díez de Revenga, su mejor valedor, cuyos trabajos sobre el bibliógrafo ciezano dan cuenta pormenorizada de su inmenso legado.
Lástima que los libros más valiosos de esa biblioteca se hayan esparcido por el mundo, como se esparcen las cenizas de los cuerpos difuntos. En 1976, cuando murió su dueño, el Ayuntamiento de la época, en una situación económica crítica, no pudo competir con lo que ofrecían particulares e instituciones extranjeras.
Lástima que de la biblioteca de don Antonio Pérez Gómez sólo nos quede a los ciezanos la réplica, en el Museo Siyasa, del pequeño rincón que albergaba su mesa de trabajo, y la desolación de las estanterías vacías en su casa familiar condenada al derribo.