La proclamación del nuevo (es un decir) Gobierno de Mariano Rajoy ha puesto fin estos días a la última ceremonia de cierre de etapa política. Tras dos citas electorales, trescientos días de Twilight Zone y miles de maniobras orquestales en la oscuridad por parte de los grupos de poder que cortan el pescao en el paisito, quienes hemos luchado por la ruptura con las políticas del PP (y sus muchas servidumbres) nos vemos obligados a reconocer que no hemos conseguido nuestros objetivos. Pero también salta a la vista que, para exorcizar la amenaza que representa Unidos Podemos, los del bando ganador han tenido que disparar todas las balas, recurrir a todos los trucos. El bipartidismo setentaiochero, la independencia de unos cuantos grupos de comunicación, la utilidad de Ciudadanos o el tejido epistemológico del PSOE han saltado por los aires a lo largo de la operación, que tal vez consiga para Rajoy el récord Guinness del presidente más costoso (en tiempo, en esfuerzo, en número de víctimas) de la historia, pero que como plan de regeneración funciona menos que el mío para adelgazar. Entre el cupo de ministros del Opus y la cuota de promoción interna, por no entrar no ha entrado ni uno que estuviese haciendo el COU cuando empezó la Gürtel. No digo más.

Quienes, repito, hemos luchado este tiempo por la ruptura con este régimen ibéxico teníamos dos opciones: ganar o aprender. Y hemos cursado créditos como para cuatro másters. El primer sobresaliente nos lo llevamos el sábado en la asamblea de Izquierda Unida Región de Murcia, donde Candi Marín y José Luis Álvarez, los nuevos coordinadores regionales, se vieron arropados no solo por el dirigente federal, Alberto Garzón, sino por nuestro representante en el Congreso, Javi Sánchez Serna (el único diputado murciano, recordemos, que votó contra Rajoy), y por la plana mayor de Podemos RM: Urralburu, García y Urbina, así como por Jacinto Bastidas, en representación de Equo. Parecen quedar atrás esas dinámicas de competencia que nos han estado entorpeciendo hasta ahora, por tanto, y se abre una fase de construcción en el campo izquierdo murciano, que buena falta hacía. Las consecuencias positivas de este giro son una porrá (solucionar el disparate de las dobles candidaturas municipalistas, por ejemplo), pero yo me quedo con una: los movimientos sociales vuelven a funcionar a toda máquina, se liberan de tensiones partidistas dañinas, y se descontaminan.

Y es que, dado el mapa político de la Región (con el PP entrando en su tercera década en el poder, y disfrutando de una mayoría absoluta oficiosa), nuestra sociedad civil es tanto o más útil que nuestras organizaciones políticas transformadoras a la hora de poner el cuerpo. Uno hace tanto o más por la cultura regional participando en la asamblea sectorial que ha creado Patricio Hernández en Cartagena que aportando su experiencia a unas siglas. Tanto o más por una integración ferroviaria digna en la Plataforma Prosoterramiento de Murcia que en los partidos que la defienden. Tanto o más contra la ubicua represión (¿qué pasó con Amadou?) en la Coordinadora Anti Represión. Tanto o más contra nuestros doce desahucios diarios (sí, doce. Y sí, diarios) en la PAH. E igual en Huerta Viva. O en Huermur. O en la FAE. O en Salvemos el Mar Menor. O con los Yayoflautas. Y un largo, largo etcétera. Qué raro que algunos no encuentren la forma de decir no, cuando hay tantas y tantas.

Y todas son necesarias, porque sigue siendo cierto que «vienen de frente gigantes de azul / con las bocas llenas de su democracia. / Pero el miedo ha dejado de ser la actitud, / suena en cada cabeza un hermoso runrún: / nos quieren en soledad, / nos tendrán en común». Como dice Nacho Vegas.