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El cuadro Featured

Bartolomé Marcos

Fernando Galindo Tormo, ciezano, profesor de Dibujo jubilado y fotógrafo apasionado e impenitente en ejercicio ever and forever (no traduzco porque esto ya es de universal vulgarización y conocimiento), publicó, hace ahora poco más de un año, un libro con fotografías y textos sobre el fenómeno de “La Floración” en Cieza. Un trabajo multicolor y espléndido por el que Fernando ha recibido numerosos reconocimientos, parabienes y elogios desde muy diferentes instancias sociales. Me sumo a todos ellos, faltaría más.

Incondicional de Fernando y de su infatigable quehacer andariego perpetuando imágenes acá y allá es –fíjense qué casualidad- mi apreciado consuegro Francisco López García, alias “el pajero”, que vive en amor de extensa familia y general respeto de amigos y convecinos, en la casa en el aire más significativa de la ciezana Cuesta del Río, desafiando planificaciones urbanísticas y asentada en firme plataforma de piedra –segura sobre el Segura- en la ladera misma del río. Ahora, con la remodelación del ribereño, hasta les han construido allí un puente a lo “Indiana Jones”.  Pues bien, Francisco López García, reputado profesional de la maquinaria agrícola en pequeña empresa familiar, resulta ser también un lector sensible y un más que notable e inspiradísimo pintor, que, enamorado de todo lo ciezano, además de enamorado de Lola, su mujer, encuentra su inspiración en los espacios naturales de los alrededores de Cieza o en la recreación de esos espacios que le proporciona la mirada del fotógrafo amigo que sirve de orientación y guía a su mirada propia.

Llegados a este punto hay que decir que, como sabía que le haría ilusión y que habría de valorarlo, regalé uno de los libros de La Floración en Cieza a Francisco López, y éste, ni corto ni perezoso, sino muy al contrario, diligente y aplicado, ha convertido una de las bellísimas fotografías panorámicas del libro en un cuadro hermoso, único cuadro que lucirá en las paredes del nuevo hogar que mi “novia Popotito” (ya saben mi querida hija menor Patricia) y el único hijo varón de Francisco López, Paco también como él y López además por legal imperativo, van a constituir a partir del próximo 3 de Diciembre, sábado, acontecimiento del que ya dejé cumplida noticia en estos mismos artículos pero que se me antoja a mí que acabará dándome aún más juego literario a mí y más tabarra a ustedes. Yo ya tenía un paisaje de Francisco López, un óleo sobre tabla que luce más que digno en la sala de estar de mi casa, junto a cuadros de Granados Valdés, Rafael Torres Buitrago, Buitrago Puche, José Lucas, Lisón o mi propia hija mayor María Mercedes Marcos, que no por ser inédita en la lista de pintores contemporáneos conocidos, es menos valiosa su aportación al enriquecimiento plástico de la pared doméstica en la que tan dignamente cuelga su obra. El cuadro que Francisco López ha regalado a sus hijos (y míos) Patricia y Paco es el único que va a tener el honor de colgar de una pared de su nueva casa de recién casados en la calle Marín Barnuevo de Cieza, junto a la cuesta del Molino. El cuadro, de más de dos metros de ancho por algo más de uno de alto, reproduce una maravillosa panorámica de un paisaje de los alrededores de Cieza, un cuadro al que por su tono cromático y temática bien podríamos titular “África en Europa” o bien “Oasis en el desierto”, o incluso, “Idílico espejismo”. Lo más significativo, el relieve alargado de fondo, en la distancia, de la Atalaya, en una composición cinemascópica dominada en primer término por seis esbeltísimas palmeras.

Pero- al margen de los valores artísticos- el cuadro representa la ilusión de un padre y la plasmación del buen hacer, la sensibilidad y el pulso firme de un artesano fino y un aspirante a artista plástico más que meritorio, porque además lo suyo es el arte por el arte y por amor al arte porque Francisco López sólo va a cobrar en agradecimiento emocional y reforzamiento de lazos afectivos. Francisco López García ha vivido el cuadro y en el cuadro ha dejado tiempo, amor, desvelos, esfuerzo, vida también en suma de un artista plástico cuya gran obra, no obstante, está en su numerosa y pujante, inquieta, viva, bullidora y feliz familia: la incombustible y sufridora esposa Lola; las hijas Joqui, Jose, Ana, Belén y Sara, poderoso repóquer de chicas, ahí es nada; y el hijo, Paco, príncipe principal entre princesas, primus inter pares (único y primero entre iguales), esforzado piragüista, fino y habilidoso mecánico y (puedo decirlo porque es al que más y mejor conozco) excelente persona, que a fin de cuentas es lo que más importa.  Un cuadro que une porque es único y porque en él, viéndose sin verse, estará siempre presente su autor, Francisco López, el pajero.

 

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