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El nuevo Ribereño (ya no tan nuevo…) empieza a estar hecho una mierda Featured

Bartolomé Marcos

El lunes, 8 de Agosto, en mi programa intensivo de normalización de vida, y en el capítulo de prudente pero decidido reencuentro con las caminatas por los alrededores de Cieza, decidí orientar mis pasos –siguiendo la recomendación familiar de ser prudente y evitar las cuestas- por la llanada del nuevo Paseo Ribereño –en compañía, ya saben, de mi hija menor Patricia, porque mi andariego colega habitual, Pedro Luis Almela, se me ha marchado a tierras escocesas por ocho días. Está en Edimburgo, haciendo anglosajones pinitos creo que hasta con escocesa falda, con o sin ropa interior debajo (que no lo sé), en buena compañía de su hijo, el hippie emigrante Antonio José  y de su cada vez más intelectual y políglota hija Beatriz, la ragazza del Dante, la “bella Beatrice”. Queríamos hacer los 8 kilómetros completos de Paseo Ribereño, pero se quedaron finalmente en poco más de 6. Tampoco estuvo mal, porque estamos…eso, “normalizando”, y vamos piano, que bien sabido es que “qui va piano va sano e va lontano”, y las dos cosas interesan.

Hacía poco más de mes y medio que no pasaba por allí. En líneas generales el paseo sigue precioso y sirviendo al esparcimiento, la oxigenación y el recreo de numerosísimos ciezanos y ciezanas que lo transitan diariamente. Sin embargo se constata una vez más que este pueblo no tiene remedio y el paseo presenta ya signos evidentes de inequívoco deterioro. Lo más llamativo: el río ha vuelto prácticamente a desaparecer de la vista de los paseantes, tapado una vez más por las cañas, que han crecido podríamos decir que casi furiosamente, rabiosamente, como reclamando que ese es también su sitio,  después de la última y pretenciosa tala, que parecía definitiva pero que- a la vista queda- distaba mucho de serlo. Al lado de la frondosidad y la pujanza del renacido (como yo) cañaveral, resulta pobre y casi ridícula la plantación de pequeño y frágil arbolado que se ha hecho en diversos puntos del recorrido del nuevo Paseo, vegetación que además presenta un aspecto desolado y triste, literalmente arrasada y ahogada por los rigores del calor que estamos padeciendo. Y es que (esto es una queja en el desierto), ¿por qué no pueden crecer álamos, olmos y otro arbolado y vegetación de ribera de mayor porte y empaque a la misma velocidad que crecen las cañas, verdaderas cucarachas botánicas que todo lo invaden, sin que haya remedio definitivo contra ellas? Es lo que hay; y se sufre cuando se pasa junto a esos arbolicos recién plantados porque te viene a la cabeza el enemigo irracional e incorregible al que se enfrentan.

Las agradables playas habilitadas en calas y remansos siguen ofreciendo un magnífico aspecto y ganas dan de meterse en ellas; muchos y muchas, cada vez en mayor número, lo hacen; además la gente ha respetado en general, más de lo que es habitual por estas latitudes y en tribu tan montaraz y asilvestrada como la de los ciezanos, los indicadores, carteles y fotografías diversos instalados, explicativos de parajes, flora y fauna de la zona.  Sigue siendo un locus amoenus, en el sentido clásico de lugar ameno, tranquilo y agradable, aunque no tanto en lo de retirado del mundanal ruido, primero porque afortunadamente está aquí al lado mismo, está muy cerca de la ciudad, y eso es bueno, y segundo porque silencioso, lo que se dice silencioso, no lo es demasiado. Lo peor, con diferencia, son las cañas ya mencionadas, el vandalismo de la tribu de los ciezanos que se ha cebado especialmente con los puentes, estructuras y pasarelas de madera…y –sobre todo y por encima de todo- la suciedad. Reyes del Paseo Ribereño son el cañaveral insolente, soberbio, asilvestrado e indomable y las cacas…de perro, o de…Pedro, porque muchas de las muchas que pude ver (y puse expreso empeño en verlas todas para no pisarlas) en mi paseo del otro día por el Ribereño, tenían apariencia bastante probable de cacas humanas sin que hiciera falta ser Sherlock Holmes para deducirlo. Y ello en las dos márgenes del río, la derecha, la de siempre, más sombreada, y la izquierda, verdadero solárium encajonado ahora entre dos filas de cañas donde el paseante puede enfrentarse cara a cara al terrible melanoma.

Ya dejé dicho en otro artículo que los ciezanos somos, como colectivo, muy marranos. Y no es que éste sea un pueblo de mierda, pero sí que es un pueblo donde reina la mierda por doquier. No tienen la culpa los aldeanos gobernantes de la aldea, ni los peperos de antes ni los tripartitos que entraron a gobernar hace poco más de un año. El nuestro es un pueblo egoísta donde todos presumimos de tener la casa muy limpia, pero que se les da un ardite tener hecha una mierda la casa común…Como los chorros del oro para cualquier rincón de la casa propia; chorreando mierda la casa de todos. Pero, literalmente, oigan…que hay gente que va a cagar en el nuevo Paseo Ribereño, vamos, que defecan allí,y  así no vamos a ninguna parte, o sea, donde yo vengo estando desde hace mucho…Campañas ha habido bastantes y bastante inútiles todas porque el ser marranos está enraizado en lo más profundo del ADN de la tribu de los ciezanos. Es descorazonador, pero…qué le vamos a hacer, que sea lo que Dios –y las cañas- quieran…

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