Quedan dos coches y no es cuestión de dejarlos sin su debido lugar en el relato. Uno ya lo conocen en parte, porque se trata del Ford Fiesta blanco con el que Merche arremetió con saña digna de mejor o más justificada causa contra el desventurado y ultrajado Orion en tierras de quinquis oriolanos y eficacísima Policía Nacional, que resolvió un delito antes incluso de que fuera denunciado, cosa casi nunca vista. Restablecida la normalidad tras el cambio de marca y la adquisición del LAGUNA, en 1999, el Fiesta quedó, tras haberle servido a María Mercedes, mi hija mayor, para sus desplazamientos a la Universidad, para idéntico cometido en el caso de nuestros dos hijos menores, Antonio y Patricia, conduciendo siempre el primero de ellos, que acabaría monopolizando el coche.

Eso hasta que un mediodía, probablemente de Marzo o Abril de 2007, recibo una llamada telefónica en Jefatura de Estudios. Sería la una o una y media de la tarde, hora a la que yo solía retirarme al referido despacho de Jefatura, para disfrutar de un rato de cháchara con todas o algunas de las integrantes de quienes yo di en llamar mi querida y Santísima Trinidad, ya que, un afortunado azar, había unido como Jefas de Estudios, a tres excepcionales mujeres, tres maravillosas profesionales, Mari Carmen Galindo Martínez, como Jefa de Estudios principal, y Conchita Piñera Moreno y Mari Ángeles Templado Gómez como Jefas de Estudios adjuntas. Alguien, de la progresía divino tesoro, por cierto, afincada en Ascoy, me dijo por entonces que él seguía pensando que la Jefatura de Estudios debía desempeñarla siempre un hombre, porque imponía más, como si en aquel oficio lo importante fuera la fuerza bruta. Jamás me arrepentí de haber elegido sólo mujeres para aquel cargo. Funcionó bien con una sola jefa de estudios. Funcionó aún mejor con tres.  En aquel rato hablábamos de todo lo humano y de todo lo divino y, sobre todo, pasábamos revista al estado de situación del instituto. Una delicia, porque, además, nos reíamos y sacábamos a relucir chácharas diversas, cotilleos y dimes y diretes de aquel pequeño gran mundo que era el instituto, que ellas y yo, desde luego, vivíamos con gran intensidad.

Pero, bueno, volvamos a la llamada telefónica, que era de mi hijo Antonio Marcos (nombre de solera y excelencia en el magisterio ciezano), llamada sque cortó en seco el ameno y relajado cónclave, ya que nos decía que acababan de sufrir un accidente, un poco más adelante del cruce de Archena, cuando volvían a Cieza, después de sus clases en la Universidad de Murcia. Que no nos preocupáramos, que ellos estaban los dos perfectamente, pero que, en su intento por evitar los camiones acumulados en un atasco, poco antes del comienzo de la subida al puerto de la Losilla, habían estampado, en un fuerte impacto fronto-lateral, al pobre Ford Fiesta contra la mediana de separación de carriles, con efectos fatales para el coche, cuyos restos recogería de allí poco después Juan Carlos, de la Hyunday, para darles-suponemos- digna sepultura, porque, sí, allí acabó su historia, y no hemos vuelto a saber nada más de él.

Pero, como pueden suponer en familia tan automovilística como ésta, es que después de aquel estropicio teníamos un problema. Nos habíamos quedado sin coche para los desplazamientos a la Universidad de Antonio y de Patricia. Había que comprar otro coche. Y así lo hicimos. Nos fuimos para ello a la zona de Atalayas en Murcia, a Pujante Motor, donde compramos un flamante Ibiza nuevo, casi negro, diésel (lo que entonces se llevaba) con el que Antonio batiría todos los records de kilometraje habidos y por haber. Creo que llegó a hacerle casi un millón de kilómetros a aquel pequeño y prodigioso coche, un modelo que por entonces también conducían María Mercedes y su marido Antonio Ricardo, que se habían casado en 2004, y con quienes Merche y yo hicimos un maravilloso viaje de recuerdo de viaje de novios suyo, que fue a Galicia, en el puente de Todos los Santos de ese mismo año.  Recuerdo que comimos mucho pulpo y que nos cayó la del pulpo (y más) en alguno de los pequeños desplazamientos interiores (Bayona, Valença y la línea fronteriza con Portugal), que hicimos durante el desarrollo del viaje. Por lo demás, el viaje y el coche, sensacionales.  

Aquel nuevo coche, el Ibiza, de reducidas dimensiones, animó de nuevo a Merche a reanudar su vocación dormida de piloto de carreras y su asignatura eternamente pendiente de aprender a conducir. Que si quieres arroz Catalina. Se limitó a dar cuatro o cinco vueltas por el nuevo polígono industrial los Prados, donde, por entonces, no estaba aún ni SERMUCO.  Merche renunció hace tiempo a esas tentaciones. Quizá en otra vida…

El culebrón de los coches é finito. Me tomo un descanso de unas -pocas- semanas. Queridos amigos, hasta más ver…No sé dónde, pero os espero.