No creo que vayan a enfadarse si los clasifico, si los catalogo, aunque quizá no les guste demasiado tampoco que los etiqueten. Ya les dije alguna vez que las cosas tienen alma. Los mejores a un lado, los peores al otro. Y pueden enfadarse. Desde luego, en conjunto, ellos, todos, tienen la culpa de que yo nunca haya sido rico. Tampoco es que haya puesto mucho empeño en serlo, y tampoco es que me importe demasiado serlo o no, pero la cuestión es que todo iba a parar en mi casa al pozo sin fondo del hijo tonto, y mira que algunos buenos amigos me lo advertían e incluso me lo ejemplarizaban con su propio comportamiento y actitud al respecto. Es el caso de Ignacio Egea Marín, compañero en el Instituto “Diego Tortosa”, y amigo forever. Siempre ha tenido coche, pero jamás ha comprado un coche nuevo…por principio, y principio de la más elemental y sabia economía, añado yo (los coches, como inversión, siempre han sido, y son, una pura y puta ruina). Lo que pasa es que “engolosinan”. Da mucho gusto estrenar un coche nuevo.
Pues bien, dicho lo anterior, y sin ánimo de establecer comparaciones odiosas, que además aquí no tendrían base dada la heterogeneidad del punto de partida, diré que el mejor de los coches que hemos tenido, sin lugar a dudas (creo que algo a este respecto se me escapó en un artículo anterior), fue el Toyota AVENSIS Advance, 2110 HMR seguido de cerca por el Renault Laguna 1083 BZ, coche que le compré al excepcional vendedor que por entonces tenía la Renault de Cieza, en 1999, Juan Moreno, “Verduso”, muy aficionado también por cierto a la fotografía, excelente conversador. De ese coche les hablaré otro día. Fue el coche de nuestra pequeña aventura lisboeta.
El toyota, el mejor coche de nuestra vida, fue un coche que les compré a los hermanos que regentaban el establecimiento de compra-venta llamado CICARS, a la entrada del polígono industrial de “El Búho”, uno de los cuales, Pepe, había sido antiguo alumno mío en el instituto, circunstancia esa que no pareció servir de mucho a la hora de mejorar la oferta económica por el coche que nosotros aportábamos en la transacción, no otro que el peor coche de nuestra vida, el Ford Mondeo Ghia 9.364 T. El Toyota no era un coche bonito, la verdad. Lo elegimos de color azul abisal, algo así como casi el negro rebrilloso, misterioso y titilante de las profundidades del océano. Por encima de todo era un coche austero y serio, con mínimas concesiones a la horterada, por no decir ninguna, muy japonés. Una perfecta caja de zapatos. Nos pasaron por el Ford Mondeo Ghia, el peor coche de nuestra vida, 4.000 euros, mucho en realidad si atendemos a la alegría con que nos desprendimos de él teniendo en cuenta los muchos disgustos que nos dio mientras fue nuestro. Tanta gloria tengas como paz dejas. Por fin aquel infame tractor dejaba de ser nuestro. Aún tuvimos ocasión de verlo, sin ninguna nostalgia, al menos durante un año o dos, por las carreteras de la comarca. El Toyota sin embargo, aun reconociendo que fue el mejor coche que hemos tenido por fiabilidad y confianza, hay que admitir que fue un coche aburrido. No hicimos con él ningún viaje de larga distancia, entendiendo por tal ir más allá de Madrid, a donde tampoco fuimos, por cierto. Llenó el tiempo en el que, sorprendentemente para quienes me conocían como “urbanita” y “tabacófilo”, en propia autodefinición, ajeno y hasta hostil al esfuerzo mínimo inherente al caminar siquiera cien metros, descubrí, gracias a mis amigos Pedro Luis Almela y Manolo Dato, los placeres de la práctica del senderismo y sus reconfortantes endorfinas por los alrededores de Cieza y algo más allá…Almorchón, Cagitán de Mula y su campiña fantasma…Aunque Manolico Dato siempre fue esencialmente atalayero, de hecho la umbría de “El Paraiso” y sus recodos era una de sus rutas y zonas preferidas. Nos costó el Toyota 18.750 euros que mi mujer -¡sorprendente Merche!, sacó de un rincón del armario de nuestra alcoba y fue metiendo en un sobre, para, en un sobre, llevarlos al banco y pagar al contado. Todo lo contrario del nefasto Ford Mondeo, que nos costó, financiado desde el primer al último céntimo, más de 30.000 euros y que nos llevó, en un maravilloso viaje inaugural, eso sí (estreno rutilante y canto de cisne) por tierras de Andalucía acompañados por nuestros queridísimos amigos Pedro José Lucas Díaz, y su inolvidable esposa, Juani Guillén, que nos mira con cariño desde otras auras y esferas celestiales desde hace más de un año.
El Ford Mondeo nos esperaba, parece que desde siempre, en un expositor de la Autonaval de Cartagena. Estaba solo y triste, como si nadie lo quisiera (y en verdad es que nadie lo quería, después me di cuenta…los vendedores esperaban a un incauto, a un primo de Cieza, que se presentó, recomendado, además). El coche ya zurría un pelín sospechoso, como si tuviera alojado el neumococo de una neumonía crónica en sus turbinas, respiraderos y pulmones, cosa que achacábamos a la gran potencia de su motor, un dos litros. Pronto, antes de un año- tendríamos cumplida noticia de algunos de los graves achaques que aquella pieza de artillería pesada de la primera guerra mundial (por lo menos…), guardaba en su interior. Rodamientos y otras piezas empezaron a descuajeringarse y nos encontramos de repente con una factura por reparaciones insoslayables de más de 2.000 euros, en un elefante herido de muerte del que aún nos quedaban por pagar cuatro años a razón de 395 euros/mes. Ná…Naíca de ná…una broma ¡Ah! El coche había cumplido un año y – la mejor noticia- se había acabado la garantía… El resto, cuatro largos años de plazos mensuales e innumerables facturas de taller. Una auténtica delicia el cochecito, vamos.
Remataré esta entrega diciéndoles que suscribo plenamente la reflexión de mi querido amigo paseante José Antonio Marín Ayala, bombero y escritor, cuando afirma, en su última colaboración en la revista digital “La Paseata” aquello de que la única movilidad sostenible (y verdaderamente ecológica) que se me ocurre no es la que nos ofrece el coche eléctrico, sino la de desplazarnos de un lado a otro…a pie…o a caballo…o sobre elefantes, como hiciera Áníbal hace tanto. Mientras, el contubernio hijoputil de las eléctricas y el gobierno, con muchos guinguilinguis y eufemismos, pero también con premeditación, alevosía y cinismo me han clavado este mes por la cara 40 euros más en la factura de agosto, simplemente en concepto de unos supuestos cargos normativos, que me río yo de la explicación y que vaya usted a saber con qué se corresponden, pero que lo que está claro es que han salido de mi pobre bolsillo para entrar en otro bastante mejor abastecido ¡Ya está bien, señor Sanchinflas, ya está bien, señor Galán!