Aquella tarde (de un caluroso sábado del mes de Junio de 2004) cuando tantas cosas había aún por delante en la vida, tomé una decisión: le haría caso a mi querido colega y amigo, Francis, Francisco José Santos Martínez, gran persona, profesor de música e impagable animador sociocultural en el instituto Diego Tortosa con su feliz invención de los festivales de Baile, y me iría hasta Abarán a reclutar para la causa “bartolina”, o “bartolesca”- como antes hubo causa, o mejor, etapa, rafaelina o rafaelesca,  a Don José Simeón Carrasco Molina, que, aunque tiene poco de Sansón, tenía y tiene nombre de Bachiller quijotesco.

Estaba yo ocupado por entonces configurando mi equipo para optar a la dirección del Instituto por segunda vez en mi vida -ocurrencia que sin querer queriendo se me había instalado en la sesera y que a la postre lograría- y Francis me ofreció la piedra filosofal, aunque en este caso habría que decir más bien que la piedra, o, mejor, clave “poética”, con la que lo tendría todo resuelto. Me dijo: “incluye a Pepe Carrasco en el equipo y está hecho, la elección (por entonces estaba más de moda votar que ahora, y votábamos casi por cualquier cosa, hasta para elegir al director del instituto), está ganada”.

No fue fácil convencerlo, porque Pepe venía de librar una penosa batalla de desgaste en la Jefatura de Estudios, y estaba bastante quemado por la experiencia. Cuando nos vio entrar en el Bar Tana de Abarán a mi mujer y a mí pensó que le volvía a caer encima, como ahora se dice, la mundial, la del pulpo, la losa de una propuesta, para él, inasumible…que ya lo había dejado exhausto, casi exangüe, años atrás. Pero lo desarmé en seguida, ofreciéndole la Secretaría, de la que salía yo mismo por entonces, como ahora sale la señora Ana Espiñeira, inmediata próxima directora, ya nombrada, ¿qué tendrá ese despacho?, a la que aprovecho para desear todo el éxito del mundo en tamaña empresa.

Aquel día Pepe cayó en la trampa, seguramente con gran disgusto de su esposa, y terminó aceptando, en medio del general estupor conyugal…pero…pero…si antes, si hace apenas un momento, me has dicho que no… te negabas en redondo. Pero, ¿cómo es posible? ¿qué ha pasado?

En la secretaría, yo, que, por si no lo saben, era el director, solía sentarme frente a Pepe en su despacho, y le hacía las macrocuentas, las del Gran Capitán (Gran Jefe, que diría la señora Núñez, Doña Alicia, otro buen personaje…), cuentas que él después dejaba perfectamente cuadradas para su presentación en la Consejería. A nuestra manera, fuimos felices los siguientes siete años, que suele ser el margen de tiempo máximo que se le da a cualquier matrimonio, antes de empezar las primeras desavenencias. No les dimos tiempo a que llegaran esos problemas porque (aunque aún no se nos había acabado el amor) entonces dije yo que me iba, sobrevenidos los sesenta de mi ciclo vital.  Alguien, bastante listo, en quien confiaba, me había aconsejado: toma el dinero y corre. Y eso hice: por entonces aún se pagaba gratificación por jubilación anticipada LOGSE.

Y allá que me sorprendió entonces don José Simeón Carrasco, autoproponiéndose para sucederme en la dirección, después de reiterarme muchas veces que yo a dónde iba, que de ninguna manera podía irme aún. Que no, que no, que tú no te vas… Finalmente yo me fui y él se quedó. Y en la dirección ha permanecido durante once años este al que alguna vez percibí, sin ninguna mala intención, como “el alguacilillo obediente de la Era de Abarán”, su querido pueblo al que nunca ha conseguido sustituir Cieza en su corazón. Se cuadraba y saludaba cada mañana, tocándose la frente, en el lugar de una imaginaria gorra de plato y visera, como sólo había visto hacerlo antes a los municipales en la Era de Abarán. Ahora son dos los pueblos, separados por apenas 5 kilómetros, dos tribus, la de los Gómez y la de los Salmerones, la de su ermita y su acequia y la de su querida señorita, que inmortalizó su vocación de secretario perpetuo y a la que dejó  en el nombre del salón de actos del instituto, Lolita Marín Ordóñez, un recuerdo precioso e imperecedero…son dos pueblos los que se disputan, pacíficamente, como no podía ser menos en una persona significada siempre por su talante conciliador y pacífico, el legado de este hombre menudo y sensible, incluso “entrañable”, que yo creo que en el “Diego Tortosa” ha sido siempre feliz, y que aquí cumplió su sueño aldeanamente  abaranero de triunfar en la metrópoli, y que en ninguna parte ha hecho jamás, a nadie, a sabiendas, desgraciado.

A Pepe Carrasco, ya ex director del IES “Diego Tortosa”, cronista oficial de la villa de Abarán, bebedor de cerveza, humanista y hombre del Renacimiento, y devoto hasta la muerte del poeta Ángel González, sólo lo ponen nervioso y lo incomodan la mala educación, la zafiedad, la grosería y la falta de sensibilidad…y de sentido…común. Gracias, Pepe, y que , llegada la jubilación, sigas siendo feliz en esta nueva etapa de tu vida.

¡Ah! Sirva también este artículo, para disculpar mi ausencia en el Salón de Celebraciones Azahar, del Pericón de Abarán, donde se celebró la comida y otros fastos de despedida a don José Simeón Carrasco. Me habría gustado estar, pero mi neurólogo me había desaconsejado las aglomeraciones de más de tres personas… y allí, seguro que se juntaron unas cuantas más.