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“Hambre” de Semana Santa Featured

 Bartolomé Marcos

Escribo esto (reflexión insomne, miscelánea, pinceladas, masturbaciones mentales, ideas al albur o al calambur, guindas al marrasquino o gilipolleces varias y variadas – si es que ya está todo inventado y dicho, me dijeron en una clase de la facultad de letras de la Universidad de Murcia hace más de 50 años) en una mañana esplendorosa de domingo, 3 de Abril, domingo de Pasión de 2022, una mañana de domingo que al menos a esta hora -son las 9.45 ante meridiem- se ha vestido de plena primavera en primavera plena y reventona, harta de brumas y neblinas, aventando calimas saharianas y cirílicos temporales que le habían puesto telón de fondo hosco, apocalíptico y siniestro a un mundo exterior que ya lo venía siendo sobradamente como para añadirle lúgubres adornos al escenario, que reclama a gritos vestirse de perfume y de flor. Sólo eso. Olor a cielo y pasión desatada que estalla en el pecho de innúmeros ciezanos y ciezanas, chitos y chitas que visten sus almas de rojo, morado, amarillo, verde, blanco, o amarronado saco de patatas, en explosión cromática multicolor y estruendoso rampataplán. Ni un jirón de nube en el cielo, en el que, desde mi ventana, se recortan, en permanente y eterno desmorone, la vieja Atalaya y el antiguo Castillo. Piedra a piedra cayendo, cada día, todos los días…y aún quedan. Piedras, digo. Inagotables Atalaya y Castillo que flanquean desde siempre nuestras vidas, y que durarán más que nosotros, mucho más. Más desde luego que mis muelas, también en derrumbe permanente desde que me recuerdo y que aún quedan también, apalancadas unas en otras y en, aparentemente  consistentes y bastante caras, obras de odontológica ingeniería…

Hace justo 20 años tuve el privilegio de pregonar la Semana Santa de Cieza. Fue el presidente por entonces de la Junta de Hernandades, Rafael Salmerón Pinar, antiguo alumno mío, por cierto, y ya incorporado para siempre, por decisión libre, sopesada y consciente, a mi familia más irrenunciable y querida, quien me propuso el insólito ofrecimiento, para el que yo no veía más mérito o razón entonces que el que sigo viendo ahora: haber estado más de una década retransmitiendo por Tele Red Cieza los desfiles procesionales de nuestro pueblo, un pueblo que siempre tuvo muchas ganas de Semana Santa y que ahora, tras dos años huérfano de procesiones por la nefanda pandemia, no sólo tiene ganas, sino verdadera HAMBRE de Semana Santa y procesiones. Es lo que justamente observé en la mañana del domingo de Pasión 2022, cuando volvía, a eso de las 11, de mi largo paseo matinal. La mañana era fresca, casi fría, a pesar de que estemos en abril, aunque ya sabemos lo que son los fríos por Semana Santa en Cieza, si es marzo, como si es abril. Es Semana Santa, ¿qué esperas? A la altura del solar del antiguo Cocodrilo, del que se ha enseñoreado ahora un gran cartelón con la fotografía del edificio que quiere construir allí una promotora inmobiliaria, escuché rumor muy bien acompasado de cornetas y de tambores, que después descubriría interpretado por la muy meritoria banda de cornetas y tambores “Sones de Pasión” ¡Claro!, pensé, era la procesión de los estandartes, especie de prólogo, presentación o aperitivo procesional que anuncia el Pregón y en el que participa una representación, bastante numerosa, por cierto, de cofrades, por cada una de las cofradías y hermandades de la Semana Santa de Cieza. Sentí reverdecer en mi interior, fíjense qué extraño, lo que podría ser que nunca hubiera estado allí, o que quizá sólo Rafael Salmerón, intuyó un día de hace veinte años que podía estar allí, en mi corazoncico, y tomé una decisión insólita: ver, a pie de calle, apoyado en la pared de un edificio muy próximo al que fue mi domicilio familiar de toda la vida, la procesión de los estandartes, algo que no había hecho antes nunca, ni siquiera el día en el que hace veinte años, pronuncié mi pregón desde un ambón de la Basílica de la Asunción. Y debo decir que me gustó lo que vi. Se ve que, de algún modo, yo también tenía HAMBRE de SEMANA SANTA. Me gustaron las dos bandas, una de cornetas y tambores (la citada “Sones de Pasión”), y otra de música, no sé si era la banda de Música Municipal, pero me lo pareció, y me gustó el sobrio y ordenado desfile de estandartes y “enmascarillados” cofrades (donde había abrumadora mayoría, por cierto, de “cofradas”, pues parece que también en la Semana Santa el futuro se escribe en mujer y matriarcado…y bien está que así sea: en femenino, confortable, acogedor y cálido regazo ser recibido y ser despedido. Desde el ovocito primigenio al polvo cósmico, dicho en pedante, que también es una manera de decirlo).

Y es que, tras dos años de pandemia (o lo que haya sido…) la ilusión se palpaba en el ambiente. Llevado por el Hambre de Semana Santa y Procesiones, estuve tentado incluso de acercarme hasta la iglesia de la Asunción al pregón de José Antonio Gázquez Milanés, pero la ropa que llevaba no era muy adecuada para un acto de esas características y mi mujer se habría enfadado, así que opté prudentemente por no hacerlo. No hay que enfadar a quien manda, sobre todo si es un poder cercano e inmediato, que con inmediatez y eficacia es capaz de expresarse y/o ejercerse y te va la felicidad, o la ausencia de infelicidad, al menos, en ello.

Apoyado en aquella pared del Paseo mientras la procesión seguía su prefijado curso y armonioso deambular, pude constatar con claridad algo en lo que ya había venido reparando: mi creciente (y agradable, por cierto), sensación de invisibilidad. Sólo dos personas me saludaron en la media hora larga que tardó en pasar el desfile por el punto en el que yo me encontraba: Leo, conserje del Instituto “Diego Tortosa”, que pasó acompañado de parte de su familia, y Mariano Rojas Marín, buen profesional docente de plásticas expresiones y excelente persona donde las haya, que ante mi observación sobre lo bien que lo veía, se limitó a responderme, con un dejo de tenue y resignada melancolía, que “la procesión iba por dentro”, algo tanto más significativo cuando la procesión estaba, evidentemente, allí afuera, frente a nosotros, intentando ponerle sordina, con su música del alma, a los perros de la guerra. Y es que en nuestra sociedad tanatofóbica se precisa con urgencia la sabiduría que permita mirar a la muerte directamente a los ojos, y amar, amigo Mariano Rojas, lo que tú bien sabes, desgraciadamente, que no va a durar para siempre, porque la vida sigue siendo un milagro y la muerte un misterio. Por eso, yo, el sábado viví una espléndida fiesta familiar de primeras comuniones, protagonizada por los nietos de mis cuñados Marisol Izquierdo y Pedro Piñera, presentación en público de vidas en flor, y el domingo, 3 de Abril, guiado por mi HAMBRE DE SEMANA SANTA, me eché al coleto un sabroso aperitivo de ídem, que, francamente, me puso el cuerpo a tono, para irme después reconfortado y feliz a casa a tomarme una cerveza, y unas habicas con bacalao.

 

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