La verdad es que resulta bastante desquiciante la falta de coherencia de tantos, que, cuando gobierna la derecha (la última vez, Mariano I el Recortador, que salió rápidamente por patas y sin despedirse cuando Falconetti Sancho el Ninot le montó el tinglado de la vergonzosa moción de censura que lo aupó al poder, con la cara más dura que el cemento y sin ápice alguno de vergüenza, sino más bien todo lo contrario, que hay que ver qué rostro le echó el tío, joerrr). ¡Vete ya, Sanchinflas!, que me has subido la pensión para bajármela en sólo una salida mensual al Carrefour Atalayas, al Mercadona del Gran Vía- Camino de la Estación o a la gasolinera de Benedicto, que la inflación empieza a tenernos en un sinvivir ¡Estafa! ¡Farsante!¡Sinvergüenza!

No, a estas alturas de una vida que ya va siendo larga, pero de la que no me siento ni harto ni cansado, les diré que no tengo complejos de ninguna clase, aunque sí que los tuve en su día, y les diré que no los tengo pero porque, como personalidad, soy complejo y un complejo en mí mismo…es decir, porque soy difícil, único, unívoco e inclasificable, raro, en el sentido de escaso y poco abundante (ya quisiera el mundo tener más gente como yo…), anormal (pero no enajenado ni alienado, porque -quizá paradójicamente-quiero y respeto a la gente…aunque la gente que sólo es gente me da mucha pena, y siento – y reitero, lo digo con pena- (que reconozco que sólo debiera sentir por mí mismo) que siento, sí, un infinito desprecio por ella. Por eso me gusta ver las cosas, el mundo en derredor, desde una perspectiva diferente, atípica, buscando lo que casi nadie ve, o lo que nadie aparentemente piensa, o lo que nadie dice, quizá porque no se atreven a decirlo, aunque, finalmente, mucha gente suela reconocerse en lo que nadie habría dicho, pensado o imaginado. Sé que pasa así, y ojalá…porque eso querría decir que aún hay esperanza, esperanza en la irrepetibilidad, en la unicidad.

Por ejemplo, algo que tengo comprobado desde hace mucho tiempo. El poder no está en quien parece que lo ostenta sentado en un sillón, en una poltrona o en un trono, que las más de las veces más que trono es tronera que muchos pretenden socavar, sino en quien lo detenta, y estos no son otros que los que poseen las llaves, que posibilitan su acceso a todo. Por eso ha sido siempre mucho, largo y grande el poder de los conserjes, más allá de la aparentemente humilde y subalterna condición propia de su oficio, y de su patrón, San Pedro, gran señor celestial de las llaves, Conserje, Llavenzo y Cerrajero Mayor del Reino, conserjes que estaban cuando los directivos o jefes aún no lo eran y que permanecen cuando los jefes ya se han ido, o sea cuando han cesado, o dimitido. Fíjense si es poder el de los conserjes que San Pedro lo tiene para cerrarnos las puertas y no dejarnos entrar en la Gloria, si quiere. El poder real lo es para entrar y salir de donde se quiera y cuando se quiera, y ese poder lo tienen evidentemente quienes tienen las llaves que abren todas las puertas. Eso es lo que sucede. Pero no vayan a creer ustedes que con lo de las llaves y los conserjes me refiero sólo a los humildes y honrados subalternos que custodian llaves, llavines, cerrojos y consignas. Hay mucho político y cargo de altura – suelen habitar en las últimas plantas de edificios altos y monumentales- con mentalidad y oficio de conserje, que basa también su quehacer en disponer de las llaves  de acceso a las dependencias más nobles y arcanas de sus respectivos reinos, cuando lo que debería importar no son las llaves físicas, sino las claves, es decir, los mecanismos y resortes, o, como ahora tanto se dice, el “algoritmo”(yo me quedé en los logaritmos neperianos y no llegué a eso tan sofisticado del algoritmo) para resolver los problemas e idear soluciones al conflictivo mundo en el que vivimos, que ahí debería radicar y para eso debería ser y servir el poder. Tienen sus conserjes propios, es cierto, pero lo que les importa fundamentalmente es que cuentan con las llaves que abren sus magníficos despachos y posesiones anejas, los abren para ellos y se los cierran a otros, y si no fíjense en cuantos se quedan llamando a las puertas sin que las puertas se abran jamás por mucho que las aporreen. El poder debería estar en manos de quienes disponen, por sensibilidad, bondad, inteligencia y humanidad, no tanto de las llaves cuanto de las claves para resolver problemas como el de la inmigración, los refugiados, o la guerra, y no en manos de conserjes diabólicos como Putin, subalterno en su día del desequilibrado borrachín Boris Yeltsin, que sólo lo utiliza para satisfacer temerariamente y con desprecio de lesa humanidad, sus propias ansias desmedidas de omnímodo poder. Si el sueño de la razón engendra monstruos, el de la locura más aún.

Se acabó (o eso parece) una pandemia y nos han traído una guerra, cuando lo que queríamos y queremos era PAZ, TRANQUILIDAD, CERVEZA,    SOSIEGO y AMOR.  Y se me ocurre pensar: ¿por qué y para qué les pagamos tanto a tantos políticos? ¿Por qué no nos devuelven llaves, llavines, cerrojos y consignas, los aherrojamos todos juntos, parafernalia y conserjes incluidos, en lo más profundo de la sima de las Marianas, en el Pacífico (a ver si se les pega algo) y recuperamos nuestra Arcadia feliz, nuestro paraíso perdido del bocadillo de sobrasada en nuestro poyo de la infancia en el Paseo de Cieza?... Aunque me temo mucho que el deseo que expreso no podrá ser satisfecho sin traumatismo brutal resuelto en rojo intenso, brillante y… cálido, muy cálido, ardiente y abrasador incluso, mientras se superpone un rótulo sobre la bolica del mundo que rece…GAME OVER…Que nos sea leve, que no parece que vaya a serlo.