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Cieza 2201: Alucinatorio Featured

 Bartolomé Marcos

Aunque nos lo permitiera el gran sátrapa asesino del siglo XXI, Vladimir Putin, ninguno, o casi ninguno (seamos prudentes y precavidos en nuestras más o menos agoreras o proféticas proclamas) de los que ahora mismo contamos con eso que se llama uso de razón- o de locura- alcanzaremos a ver el final del siglo XXI (bastantes, ni ganas tenemos de eso, y nos parece que, visto lo visto, y sin ánimo de transmitir desesperanza a los ilusos, nada nos queda ya por ver, así que daremos por visto lo aún no llegado y -¡santas pascuas!- seguramente nos quedaremos más tranquilos y en paz sin verlo).  

Para entonces, a más de siete mil millones de seres humanos, los habrá matado la vida y se los habrá engullido la Tierra, justa e insaciable devoradora de vanidades, quizá incluso a muchos y muchas de manera acelerada y prematura, con alguna “megatónica” explosión “putinesca” de por medio, y toca madera. A quienes en ese punto aún remoto del futuro les toque habitar en esta devaluada perla de la basura, que seguirá, si existe, anclada a la montaña de yeso y piedra de la Atalaya, si es que para entonces no se la ha tragado un terremoto y el mar de Thetys ha recuperado el Valle de Ricote, surgiendo con ímpetu nuevo por doquier las calentitas aguas del volcán de Archena, para cuyo disfrute no será preciso pagar en el Balneario, ni pedir tampoco permiso a la alcaldesa Patricia Fernández. La avutarda, el cormorán, la nutria, el quebrantahuesos y hasta el águila real o el lince ibérico se pasearán por montes, ríos, veredas y senderos de nuestro (sic) privilegiadísimo y…¡ah, eso sí!, árido entorno, cuyo estatus natural habrá sido plenamente restablecido. Algo tenía que ser bueno.

Aunque nada será igual a como lo concebíamos. La antigua “normalidad”, suprimida radicalmente por la vieja y tramposa pandemia de coronavirus propagada en 2019, estará aún muy lejos de volver. Muchos ya habrán renunciado a ella definitivamente. Poco antes de dar por terminada la pandemia, después de casi tres años causando estragos y llevándose a millones de personas, uno de los recurrentes locos de atar que periódicamente surgen entre los humanos, el citado Vladimir Putin, decidió acelerar la apocatástasis, esto es, los desastres que anuncian el fin del mundo, con la llegada de los cuatro jinetes del Apocalipsis: el Hambre, la Guerra, la Muertey el misterioso jinete del Caballo Blanco, que bastantes asocian con la Gloria, o incluso con la Esperanza, que por definición es lo último que se pierde, aunque Dante ya colocó un cartel  en su Infierno  que advertía siniestro: abandonen toda esperanza quienes entran aquí”, y, desgraciadamente, el mundo puede acabar pareciéndose mucho, antes incluso del 2201, al infierno dantesco.

Sin embargo, habrá algo que habrá cambiado, y mucho. En medio de una generalizada indiferencia, los partidos políticos y sus componendas, chanchullos y oportunismos, habrán desaparecido de la faz de la Tierra, con su larga y pesada historia de la infamia a cuestas, y el gran partido será el de los Pensionistas Unidos (por Internet, claro, o desde el etéreo, apacible y feliz metaverso), en reciclaje paciente conseguido a golpe de menosprecio en la cola de las entidades bancarias, que era necesario renovarse, y – amigos- que la unión hace la fuerza, aprovechando su inmenso y creciente número para reivindicar el justificadísimo merecimiento de 10 años (con suerte…) de regalada y muelle vida, después de cuarenta años, o más, de esforzada entrega a la comunidad. La inmensa mayoría de los jóvenes (todos los que tuvieron la desgracia, o la suerte, según se mire, de cursar la ESO, serán analfabetos, y formarán parte de la ignara, pero también preclara y privilegiada, clase dirigente, mientras los migrantes (extranjeros en su mayoría… magrebíes, ecuatorianos o… ucranianos), sus hijos y los hijos de sus hijos, cultivarán la tierra. Los libros habrán desaparecido definitivamente, la enseñanza será virtual y a distancia, y a los hombres y mujeres, que se seguirán distinguiendo – con permiso del perseverante y obsesivo Ministerio de Igual Dá, de Irena Montera- por el pene y las tetas, respectivamente, como protuberancias más significativas e inútiles, se les habrá olvidado reír y llorar, y recordarán las emociones como algo ajeno y primitivo. Comeremos por un tubo de plástico, beberemos por otro (de plástico), entubados (en plástico y aire acondicionado) viviremos, y por un aséptico y sofisticado desagüe (de plástico) dotado con un moderno y eficaz dispositivo de rápida evaporación, cagaremos y mearemos popós y pipís más o menos como los de ahora, resueltos asépticamente ipso facto en nada (sin embargo, el estreñimiento incrementará significativamente su incidencia, y seremos una sociedad – o algo así- de estreñidos, estreñidas…y estreñides, vamos, una cosa muy rara, aunque es posible que los raros, si sobrevivimos, hayamos llegado a ser nosotros. También hay que decir que las mierdas serán menores en número. Y olerán menos. No hablaremos con nadie, pero -desde nuestros autosuficientes y ultramodernos hogares- o desde nuestra casita en el residencial con césped artificial, estaremos siempre bien comunicados, eso sí. ¿Qué más?...Sí, la desconexión será la muerte, y quedarán disponibles nuestro número del D.N.I., el de la Seguridad Social, nuestros números de teléfono, la dirección de correo electrónico, nuestra página web, y hasta el código de barras genético, es decir, lo único que merecía la pena de nosotros. Después, el Ordenador Central disolverá nuestros restos y los enviará por el desagüe hasta el almacén de Honorables Detritus donde machaconamente seguirá sonando la canción que antaño hicieran famosa los socios y socias del Centro de Día de las Personas Mayores: “Ciezaaaa, mi tierra boniiiitaaaa, te llevo muy dentrooooo, de mi corazón. Ciezaaaaaa, mi tierra bonitaaaaa… “

Ya saben…Ya nadie piensa en el coronavirus…Cambien de tema. Ahora toca la guerra. Me sigue pareciendo todo un ensayo bien orquestado para llevarnos entretenidos hasta el abismo…Quizá alucino. Pero, alucinante, sin duda, es.

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