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El síndrome de Karl Liebknecht Featured

 Alberto Cubero / Arainfo

"Sólo una paz basada sobre la solidaridad internacional de la clase obrera y sobre la libertad de todos los pueblos puede ser una paz duradera” estas iban a ser parte de las palabras de Karl Liebknecht un 2 de diciembre de 1914 en el Reichstag alemán para explicar su voto en contra a los créditos de la guerra. No le dejaron intervenir, ni siquiera que constarán en el acta de sesiones estas palabras escritas que entregó en mano al presidente del Reichstag, este se negó aludiendo que provocarían revueltas.

Trató de que fueran publicadas sus palabras de explicación de voto por algún periódico alemán, fue inútil, aunque las envió a todos los periódicos de la época, todos se negaron. Se quedó solo en el Reichstag votando contra los presupuestos de la guerra, ni uno más de sus otros 109 compañeros diputados del Partido Socialdemócrata alemán le acompañó en el voto.

Tras aquello, Karl Liebknecht fue repudiado por la mayoría de la sociedad alemana a la que habían preparado para la guerra inculcándole un sentimiento nacionalista y rusófobo (aquella guerra también era contra Rusia). Se le expulsó de su partido el SPD por romper la disciplina de voto, fue detenido y encarcelado, finalmente asesinado junto a Rosa Luxemburgo en 1919.

Su coherencia le costó cara, pero el tiempo le acabó dando la razón cuando aquella I Guerra Mundial fue una auténtica sangría sufrida por la gente más humilde de los pueblos de Europa. Se contaban en aquella época con los dedos de las manos los dirigentes de los partidos obreros europeos que mostraron una posición coherente, antibelicista y de solidaridad entre los pueblos, y siempre con enormes consecuencias para ellos. Así fue también en el caso del socialista francés Jean Jaurès, brillante orador que a finales de junio de 1914 durante un discurso en Lyon, acusó de la guerra por partes iguales a “la política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la brutal voluntad de Austria”.

No se le perdonó oponerse a la ola chovinista que asediaba Francia, situando a su propio país también como responsable de la guerra y una semana después, fue asesinado en el Café du Croissant de la calle Montmartre de París cuando hacía solo 3 días que había comenzado la I Guerra Mundial. A Karl Liebknecht o Jean Jaurès, su coherencia les costó la vida, pero con ella contribuyeron a la apertura de un nuevo ciclo que lleva a la constitución de la III Internacional de la que se deriva gran parte de la izquierda real 100 años después.

Pero la cuestión es que apenas dos años antes de aquella votación en el Reichstag donde Karl Liebknecht se quedó solo y ante la inminencia de la guerra en Europa, los partidos obreros de todo el mundo se reunieron en Basilea, en lo que fue un congreso extraordinario de la II Internacional, su IX Congreso.

“Elevad con todas vuestras fuerzas vuestra protesta unánime en los parlamentos; uníos en manifestaciones y acciones de masas, utilizad todos los medios que pone en vuestras manos la organización y fuerza del proletariado, de forma que los gobiernos sientan constantemente ante ellos la voluntad atenta y activa de una clase obrera resuelta a favor de la paz”. Así concluía aquel Manifiesto de Basilea, que continuando en la línea de Congresos anteriores de Stuttgart (1907, VII) y Copenhague (1910, VIII) “constataba con alegría la plena unanimidad de los partidos socialistas y sindicatos de todos los países en la guerra contra la guerra”.

¿Qué ocurrió en aquella Europa y especialmente en los sindicatos y partidos obreros para pasar del Manifiesto de Basilea a la soledad de Karl Libknecht en el Reichstag en tan solo dos años? O mejor aún, actualicemos la pregunta ¿Qué ha ocurrido en el presente en Europa y en la izquierda europea para que hace apenas unas semanas se criticara el envío de armas a Ucrania y ahora se justifique por una parte de esa izquierda, ya sea por activa o por pasiva?

Hace un siglo ocurrió lo mismo que ahora, fueron y somos sometidos a una brutal propaganda de guerra con la exclusiva visión unilateral de una parte en el conflicto, en nuestro paso del triunvirato EEUU, OTAN y UE. Una propaganda de guerra que justifica la guerra haciéndola pasar por el interés general, situándote en un bando y ocultando a los intereses económicos, verdaderos responsables de la guerra. Se han encarcelado a periodistas españoles en Polonia acusándolos de espías rusos solo por no contribuir a la versión oficial, se han cerrado medios de comunicación rusos por “desinformación tóxica y dañina”, como si las empresas de comunicación occidentales ofrecieran información rigurosa.

Se busca una homogeneidad en el conjunto de la sociedad y también en el arco parlamentario. El Kaiser alemán Guillermo II llegó a afirmar en 1914 “No conozco partido alguno, no conozco más que alemanes”. Algo similar ha pasado en España, desde Abascal a Yolanda Díaz apoyan el envío de armas a Ucrania, contribuyendo a una mayor escalada militar del conflicto con los riesgos que ello supone si tenemos en cuenta que Rusia no es Irak, Afganistán o Serbia, sino que es una gran potencia nuclear.

La invasión rusa de Ucrania es absolutamente condenable, pero la guerra en Ucrania no comenzó hace una semana y es que la visión sesgada del relato es otra parte indispensable de la propaganda de guerra. Hace 8 años se produjo un Golpe de Estado instigado por EEUU y la UE que dio lugar a una cruenta guerra civil en el este del país donde antes de la invasión rusa ya habían muerto 14.000 personas, sobre todo en los dos primeros años.

El ejército ucraniano junto a grupos paramilitares nazis, han estado atacando el Donbas y generando un sufrimiento en su población que no es muy diferente al que ahora sufren el resto de ucranianos. La diferencia es que lo que hoy son portadas ayer eran silencios cómplices pues la UE y EEUU estaba apoyando y armando al ejército ucraniano y a las milicias fascistas.

La progresiva ampliación de la OTAN hacia las fronteras de Rusia (Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Rumanía) y la consideración de Georgia y Ucrania como aspirantes a su ingreso suponen una evidente amenaza a la seguridad de la Federación Rusa, que no justifica la invasión de Ucrania, pero en parte la explica. Sus protestas, sus peticiones de que Ucrania fuese neutral o de que los equipos de lanzamisiles fueren retirados de los países de Europa del Este fueron ignoradas, a pesar de que estos días no pocos analistas militares (nada sospechosos de rusófilos) han expresado lo razonable que hubiera sido haberlas atendido.

Sin embargo, no se perdona a quienes enuncian la parte también de responsabilidad de este bando en la guerra, como a Jean Jaurès no le perdonaron recordar la parte de responsabilidad en la I Guerra Mundial de “la política colonial de Francia”.

La propaganda de guerra anula el debate, sustituye los argumentos por la visceralidad. Cuando se justifica la compra de armas con fondos para la paz, se compara Ucrania con la II República o a Zelensky con Allende es que se ha llegado a unos términos en que ya no es posible el debate. No es además el motivo de este artículo entrar en un debate que ya es imposible, sino mostrar mi apoyo a aquellos que sufren como yo el síndrome de Karl Liebknecht.

Un síndrome provocado por esa propaganda de guerra, que supone sufrir el repudio por mantener la coherencia y decir lo correcto y justo, a sabiendas que el tiempo te dará la razón pero que será tan cruel y horrorosa esa razón que no tendrás ningún motivo para alegrarte. En la actualidad este síndrome lo sufrimos muchos, desgraciadamente no tantos como deberíamos o al menos como yo esperaba, otros han decidido el camino cómodo pero incoherente de no salirse de la foto como aquellos otros 109 diputados del SPD. Pero aquella votación nos demostró que vale más un solo diputado con coherencia y principios, que un gran grupo parlamentario sin ellos.

Hoy, aquellas palabras de Karl Liebknecht tampoco se publicarían en ningún periódico, de hecho no se hace, y quién osa pronunciarlas es también repudiado acusado de aliado de Putin como a Karl Liebknecht lo acusaban de aliado del zar Nicolás II. Hoy sufrimos el síndrome de la soledad de Karl Liebknecht, lo hacemos como él desde la firme convicción de estar en lo cierto, conscientes que venimos de muy lejos para renunciar a nuestros principios por un mal entendido sentido de estado, que tras el discurso oficial y la propaganda de guerra se esconden los intereses económicos de los oligarcas de este lado representados por el triunvirato de EEUU, OTAN y la UE, responsables también de esta guerra como Putin y los oligarcas rusos, aunque sus intereses concretos son disimulados por la propaganda de guerra.

Fuente: https://arainfo.org/el-sindrome-de-karl-liebknecht/?fbclid=IwAR0QKgAVl1iiTmrN18UVu1uvPk-tbEEP2utGCMKUcv2uWA4EenEvDKPUk0Y

 

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