No debe de haber demasiados columnistas que hayan votado siempre a la izquierda del PSOE. De lo contrario, se habría valorado más lo que significa pasar de la inexistencia a 71 escaños

Decía Antonio Machado que la verdadera libertad no consiste en poder decir lo que se piensa, sino en poder pensar lo que se dice. Acatando esta máxima, voy a descartar lo que pensé el domingo tras el recuento, para decir lo que he pensado desde entonces, aunque me quede sola en el mundo. No debe de haber demasiados columnistas que hayan votado siempre a la izquierda del PSOE. De lo contrario, se habría valorado más lo que significa pasar de la inexistencia a 71 escaños, cuando nunca se habían logrado más de 23. Que las encuestas en España se hayan convertido en un género de ficción, cuyos autores juegan con las emociones de los lectores igual que hacemos los novelistas, ha favorecido sobre todo a Rajoy con una campaña insólita, en la que apenas se ha hablado de los problemas reales de los ciudadanos. El pánico al sorpasso ha sido tal, que aún perdura la sensación de que Unidos Podemos ha perdido unas elecciones que han ganado todos los demás. Eso es lo que se dice, pero si ustedes se paran a pensar, a lo mejor se preguntan qué precio habrían pagado el PSOE, o el PP, por absorber hoy a quien ya no será un rival directo mañana. O cuánto va a durar la próxima legislatura. O qué partido estará en mejores condiciones para ejercer la oposición sin hipotecas. Claro que los propios dirigentes de Unidos Podemos son los primeros que deberían pensar muy bien en lo que dicen. Porque, se diga lo que se diga, un resultado que triplica el record histórico a la izquierda del PSOE, es un principio demasiado prometedor como para seguir regalando a diario argumentos al enemigo.