"Cuadradas" las agendas, por fin el pasado miércoles los líderes de PSOE y Podemos se reunían con una estudiada puesta en escena tras la fallida investidura del primero de ellos. Al finalizar la misma, la comparecencia ante los medios de ambos líderes ofrecía pocos datos más allá de la aritmética ya conocida. Iglesias, insistía en que 161 (PSOE, Podemos y sus confluencias, Compromis e IU) suman más que 140 (PSOE y Ciudadanos). Por su parte, Sánchez respondía que 199 (PSOE, Podemos y sus confluencias y Compromis) son más que 161. Ninguna pista acerca de como ahormar un acuerdo político y menos aún de su contenido para lograr la mayoría necesaria capaz de conformar un gobierno que aborde los problemas que padecen los ciudadanos.

No obstante, entre la comparecencia de aquel Iglesias que se autoproclamaba vicepresidente de un ‘Gobierno del Cambio’, repartía carteras ministeriales y exigía un giro total a la izquierda en las políticas económicas y sociales al nuevo gobierno, y ésta, hay dos detalles que no pueden pasar inadvertidos. De una parte, su disposición a “sacrificarse” autoexcluyéndose de una vicepresidencia que nunca tuvo. De otra, esas anotaciones en su cuaderno que, ante un “descuido”, recogía “oportunamente” un medio gráfico, con las cuatro cesiones de gran calado político que Podemos parece estar  dispuesta a hacer para facilitar un gobierno presidido por Pedro Sánchez, evitando la repetición de elecciones: reducción del déficit público a un ritmo mayor que el planteado inicialmente, más al gusto de Bruselas; la aceptación de una reforma fiscal menos redistributiva, un guiño a los poderes económicos de este país; rebajar en 30 mil millones de euros las inversiones públicas previstas par los cuatro años de legislatura, imprescindible tras las dos anteriores; y la derogación de la reforma laboral del PP pero manteniendo la del PSOE, para ganar el favor de la Gran Patronal. Si a esto se le une la poca prisa por iniciar negociaciones y la decisión, propuesta por Iglesias y refrendada por su Consejo Ciudadano, de que cualquier acuerdo –incluida la abstención del partido morado ante un gobierno en minoría PSOE-Ciudadanos- será consultada a unos inscritos acostumbrados a refrendar “ciegamente” las propuestas del líder, no es ninguna quimera pensar que ante el  dilema de ir a unas urnas, con un resultado incierto o peor aún desfavorable, o facilitar mediante la abstención un gobierno en minoría de Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos, CC y PNV, quedando Podemos como principal partido de la oposición de izquierdas en una legislatura corta, se abre la puerta a ésta última.

En política, las razones por las que en un determinado momento se da un giro estratégico desdiciéndose de lo dicho,  a veces, son más sencillas de lo que parecen. Podemos, más todavía su núcleo dirigente con Pablo Iglesias a la cabeza, un partido y una cúpula que han ido cambiando el mensaje en sus dos años de existencia mirando las encuestas, en este período postelectoral en el que han pasado de la euforia a la “preocupación”, se ha dado de bruces con dos realidades que le hacen pensar que no le interesa un 26J que pudiera certificar el principio de un fuerte declive, lo que en un partido “en construcción”, con escasos cuadros políticos, significaría su “acta de defunción”. Para llegar a esta conclusión, hay dos variables que han entrado en escena  con inusitada fuerza, que han pasado de favorecerles a ser un infranqueable escollo: la primera de ellas, la presión de los potentes medios de comunicación de la orbita socialista encabezados por el Grupo Prisa, pero también de otros grupos mediáticos que ya no tienen tan claro, o sí, que Podemos les sea útil para sus fines; la segunda, la decisión de las confluencias de tener grupo  propio en un nuevo parlamento, para lo que solo les cabe la opción de presentarse el 26J bajo la fórmula de un partido instrumental al margen de Podemos. En la primera de ellas,  la magnificación de los errores del partido de los círculos, la aireación de las luchas internas por el poder -que es la realidad que están sufriendo por más que se intente disfrazar de ajustes organizativos-, y la publicación de encuestas electorales cada día más desfavorables constituyen las claves principales. En la segunda, el aviso de la adscripción de los diputados de Compromis al Grupo Mixto, la decisión de Ada Colau de  transformar Barcelona en Comú en un partido político de ámbito catalán y los avisos de Beiras en el mismo sentido con En Marea, lo corroboran. A ello, hay que unir los 24 mil millones de euros que Bruselas obligará a recortar al nuevo gobierno y que solo flexibilizará si éste es de su gusto, porque, que se conozca, Podemos, al igual que Syriza, no tiene plan B ante las exigencias de la Troica.

Así las cosas, el 26J podría deparar un escenario en el que Podemos en solitario no consiguiera más allá de los 35 diputados, lo que unido a que, hasta ahora, le han atribuido unos 69 que no tenía en realidad pero que ellos admitían en su provecho, le situaría con unos resultados que serían interpretados como un auténtico batacazo del partido que, sin una fortaleza ideológica y sin una estructura organizativa consolidada con cuadros dispuestos a fajarse en el peor de los escenarios,  le abocaría a un declive sin retorno. Este escenario, leído con acierto por la cúpula del partido de los círculos, explicaría un escenario de cesión para posibilitar su supervivencia y para ganar tiempo y explicaría que Pablo Iglesias abra la puerta a un gobierno PSOE-Ciudadanos para una corta legislatura.