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Viernes de santos Featured

Bartolomé Marcos

Sí, viernes de santos por la mañana, por la tarde, por la noche…y en la madrugada. Viernes de santos y de santas, que, de santo, lo que se dice santo, poco tiene cada Viernes Santo.

Y es que la Semana Santa lo es porque es una semana de santos y de santas,  o sea, de imágenes de santos y de santas en las calles,  pero no porque se viva precisamente en olor de santidad, sino más bien en olor –y hasta hedor- de bacanal. En modo alguno lo digo con afán reprobatorio o inquisitorial, no. Es primavera y es fiesta ésta que aviva los sentidos y estimula el apetito. Es humano y natural. Hacían falta unas vacaciones.  Los santos y las santas son la excusa –importante porque sin ellos y ellas la fiesta no tiene color, pero el marisco sí mantiene su sabor- para vivir siete intensos días comiendo aquí y allá, donde quede un hueco para sentarse y algo que echarse a la boca bien regado con cerveza, ahora que el calorcillo empieza a apretar a mediodía. Sé también que habrá quienes vivan  la Semana Santa de otra manera, lo sé y me consta, de una manera más santa y recogida en sentido preciso y literal, en íntima comunión con los misterios, pero coincidirán conmigo en que son los menos, las cosas como son. La mayoría comulga más con asuntos más palpables, de mayor consistencia, fundamento y urdimbre.    

Se trata de una forma de pasar la vida, de entretenerse, de matar el tiempo que nos mata, de conjurar el aburrimiento; unos preparando el desfile y desfilando; otros contemplando la procesión como el rito obligado que nos convoca a la fiesta y que la justifica (cuando llueve y se suspende la procesión,  la fiesta –incluso la gastronómica, que es la FIESTA con mayúscula-  no luce igual y pierde encanto y aroma);   y todos,  aprovechando los intervalos para comer y beber, que no hay fiesta sin manduca, sin “bebercio”  y sin comercio y que en Cieza y en la Semana que dicen Santa porque salen los santos y las santas a la calle, se come y se bebe en todas partes y en cualquier parte, por inverosímil que parezca el sitio o lugar, que en cualquier enclave se improvisa el chiringuito. Se come y se bebe a toda hora y a destajo, hasta el hartazgo.  Se improvisan terrazas encima de las aceras, en la calzada, en calles anchas y estrechas, en pasadizos y encrucijadas, en calles llanas y en calles empinadas aunque pino no haya ninguno, a la sombra y en despiadado solanero, que todo vale si sirve para comer.

Entre todos los días de la Semana que llaman Santa, el viernes es santo entre los santos porque los santos y las santas  se pasan casi todo el día en la calle,  los pasean de aquí para allá, y a su amparo  y bajo sus variopintas y diversas advocaciones, el sarao culinario se mantiene en sesión continua, desde la mañana a la noche y hasta  bien entrada la madrugada, cuando hasta el infierno se alivia con churros y chocolate. 

El domingo es jornada de santos y santas a “gogó” y como sólo salen por la mañana, la fiesta culinaria se concentra a mediodía y llega hasta las tres o las cuatro de la tarde, pero sabe a poco y nos inventamos el apéndice –también gastronómico, desde luego- de la santa mona, que,  ya saben, aunque se vista de seda… 

Sí, Semana Santa, Viernes Santo, viernes de santos por la mañana, por la tarde, por la noche…y en la madrugada. Viernes de santos y de santas, que de santo, lo que se dice santo, poco tiene cada Viernes santo. Aquí pasa como en todo: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?.

Además, en Cieza, seguimos contemplando la realidad cercana y la más distante del universo cosmos, la vida en definitiva, sub specie aeternitate, desde la perspectiva del más allá eterno, que es nuestra industria más floreciente. El vendaval procesionista sigue in crescendo y mantiene su buena salud y al apoteósico marasmo en el que estamos inmersos de Señores (es lo que se lleva), de Vírgenes (no se lleva tanto pero aún hay muchas), de Santos y de Santas en las calles, se suman iniciativas mil de naturaleza semejante para satisfacer un ansia, un ritual y anacrónico camino de perfección,  que parece incontenible e insaciable. Ni un mes sin su procesión era ya una realidad evidente por estos lares desde hace años, pero es que empieza a ser ni una semana sin la suya y hasta ni un día siquiera sin un tiempo y un espacio para  la solemne  deambulación trascendente. Sí, pueblo que tiene por ocupación o negocio principal la apoteosis de lo divino, en Cieza se contemplan el mundo y la vida desde la perspectiva de la eternidad. ¿Hay quien dé más?

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