Después de un año, el 2015, con hasta cuatro citas electorales, que por cierto han dejado a España hecha unos zorros, nos ha venido un 2016, bisiesto para más desgracia, en el que resulta prioritario y urgente (de urgencia vital) aplicarse en enderezar los renglones torcidos trazados por la procelosa travesía de un año fatídico para España, que el 2016 aún podría empeorar. Y ya se sabe, siguiendo a Murphy, que todo lo que es susceptible de empeorar, empeorará.

Las elecciones no han resuelto ningún problema ni, sobre todo, han despejado las incertidumbres de un futuro que se vislumbra, hoy por hoy, más sombrío que ayer, pero menos que mañana. Incertidumbres que, cuando se despejan, como en el caso catalán, acentúan aún más las sombras: el gerundés paleto payés Carles Puigdemont, nuevo presidente nada honorable de la Generalitat (por los modos y formas que ya ha demostrado en su toma de posesión), se despacha a gusto diciendo que están “ahogados y humillados financieramente”, cuando podría y debería mirar en otra dirección, hacia otros pueblos, comarcas, provincias o regiones españolas, como Murcia, que también, como Teruel, existe, para constatar la evidencia de la auténtica postergación, por no hablar de otras zonas del mundo como Siria, donde lo único que se prodiga es el sufrimiento y la hambruna, versiones máximas de la humillación y la degradación. Artur Mas, malo. Puigdemont, peor. Que venga Oriol Junqueras. Venga quien venga dará lo mismo, porque el problema es que no hay nacionalismo bueno. Nacionalismo rima con egoísmo y no rima pero se identifica con insolidaridad.

Los políticos, incluso los “podemitas” recién advenidos a la casta sin querer queriendo, la están gozando en la actual coyuntura. Son políticos vocacionales (les gusta la política) que están llegando a ser políticos profesionales (ahora ya les pagan por hacer política). Baste ver el afán puesto en que se les reconozcan cuatro grupos diferentes en el Congreso de los Diputados, con lo que ello implica de incremento de poder y de mejora retributiva: un millón más de euros al año de asignación. Ellos, los políticos (no sólo los “podemitas”) la están gozando. Un elevadísimo número de ciudadanos está sufriendo. Desconcertados, sin saber qué han hecho para merecer esto, y sufriendo…
 
Ahora, en 2016, después de haber votado tanto en el 2015, toca votar otra vez, votar más aún, menos cuando no interesa, como no interesaba ya en Cataluña, donde el pueblo estaba muy cerca de botarlos a todos, tirarlos a todos por la borda de una puñetera vez. Pues no: votar más, votar una y otra vez, votar, votar y votar,  cuando de lo que de verdad hay ganas es de potar, echar la pota porque la náusea nos invade ante tanto sinsentido, que además encoge el ánimo del pueblo llano y sencillo, que tiene derecho a reclamarles a sus políticos –botarates a los que habría que botar antes que votar- que aporten un poco de paz, sosiego y tranquilidad a sus vidas, porque para ellos el panorama actual de la política en España será muy apasionante, como algunos han declarado, pero para la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie, el panorama resulta acojonante, desasosegante e intranquilizador, por no decir aterrador, y cercano al conflicto civil. Y todo eso en un contexto de quiebra moral de fondo ¿Ustedes creen que declaraciones como las de la abogada del Estado en el caso NOOS manifestando que el eslogan “Hacienda somos todos” no es más que publicidad contribuyen a mejorar la conciencia social y la moral colectiva? La situación es muy jodida y mala, malísima cara tiene el perro.

Así lo percibo y así, como lo percibo, lo transmito. Que Dios nos coja confesaos, porque esto, desde la política con minúscula de los botarates de la política, tiene muy difícil salida.