Hace bastante tiempo que tenía previsto escribir sobre acontecimientos que sucedieron en la tierra que pase toda mi niñez y la mayor parte de mi infancia. Es domingo 27 de noviembre, y por desgracia es un día un poco triste porque acabo de venir del cementerio del entierro de un amigo de la infancia. Me he enterado de pura casualidad, de no haber sido así, lógicamente, no hubiera podido asistir a la despedida de ese amigo. Hoy no toca hablar o escribir sobre política, esta la vamos a dejar aparcada para otra ocasión. Desde muy pequeño supe que las personas de etnia gitana no sentían mucha simpatía por la guardia civil. Cuando uno es un crío y no tiene el conocimiento de una persona mayor, uno no se entera de la misa la mitad. Por el año 67 ó 68, se produjo un incendio en una tendía de esparto que los hermanos De Arce Martínez tenían en el Toledillo, Justo detrás de la casa de Manuel Pérez Ríos, Al día siguiente del incendio, un grupo de amigos y yo estábamos en el polvorín serenándonos, solíamos hacerlo con un trozo de cartón, una palera o un trozo de cubo de plástico. Al poco de estar allí, vemos aparecer dos parejas de guardias civiles, estos iban acompañados por mi padre. Estuvieron visitando el lugar donde se  produjo el incendio. Al rato de estar inspeccionando el terreno, mi padre nos llamó a mis compañeros y a mí. Bajamos hasta donde ellos se encontraban, uno de los guardias civiles nos pregunto si habíamos visto a alguien prender fuego a la tendía. Lógicamente le dijimos todos que no. Con un poco de pillería, el mismo guardia nos preguntó si alguno de nosotros fumábamos, la respuesta volvió a ser negativa. Cuando el guardia terminó de hacernos preguntas, mi padre nos dijo que nos podíamos ir. Volvimos de nuevo al polvorín para continuar serenándonos.. El guardia que nos hizo las preguntas debió sentir curiosidad por lo que estábamos haciendo, y subieron hasta donde nosotros nos deslizábamos. Cuando  comenzaron la bajada, el guardia que nos hizo las preguntas pegó un resbalón e intento agarrarse a un poste de la luz que habia en mitad del polvorín. Debido a la velocidad que habia cogido tras el resbalón, el guardia no pudo agarrarse al poste cayó de boca y bajó arrastrando un buen tramo. Debido al golpe que se dio, sufrió heridas en cara y nariz. Las primeras curas que hicieron al sargento Montalbán, se las hicieron en la casa de Manuel Pérez. Tras la caída del  Sargento Montalbán, de la boca de mi amigo Juan Pedro salieron unas palabras, ‘mira que suerte ca tenío el payo que no sa matao’. En aquellos momentos no entendía el porqué de aquel odio a la guardia civil, pero pasado unos años comprendí el porqué de aquel odio hacia la guardia civil. Ignoro los años que hace de lo que voy a relatar a continuación, pero este caso me lo contaron en septiembre u octubre de 1985. Un día cualquiera, subí a los casones en compañía de Pepe Santos y Santiago “liberato”. Ambos se dedicaban a la industria del esparto. Por aquellas fechas, solo habia un bar en los casones. Dicho bar pertenecía a Pepito y Piedad, un matrimonio que al igual que yo, se criaron en los casones. Cuando entramos en el bar solo estaba la dueña. Saludamos y pedimos tres cervezas y unas cascarujas. Pocos minutos después, hizo aparición en el local un hombre de etnia gitana, amablemente saludó y pidió una cerveza. Al percatarse de quien era yo, el hombre dijo unas palabras: yo estoy vivo gracias al padre de este hombre. Tras aquellas palabras de Antón, me pregunté cual seria el motivo por el que vivir gracias a mi padre, y esperé pacientemente haber si daba alguna explicación. A continuación salieron unas palabras de la boca de Antón, que me pusieron la carne de gallina. ‘De no haber sido por su padre que se puso en medio de mí y de un guardia civil que con pistola en mano quería matarme, yo no estaría vivo’. En aquel momento me di cuenta  el porqué de aquellas palabras de mi amigo Juan Pedro cuando el sargento Montalban cayó arrastrando por el polvorín, y comprendí porqué esa familia y otras tantas de etnia gitana, tenían tanto aprecio a mi padre. Cuando Antón  contó aquel suceso, no medié palabra alguna. Pero aquello se me gravó en el cerebro, y al cabo de unos cuantos años le conté aquella historia a su hijo Antón.  Fue un miércoles, él estaba en su puesto del mercado semanal, y cuando se lo conté, él me respondió que aquello fue verdad. Esas fueron las únicas palabras que salieron de la boca de mi buen amigo Antón. Por simple curiosidad, años más tarde, en una visita que hice a mi madre, le conté lo mismo que a Antón. Mi madre me dio más datos. No solo fue a Antón al que mi padre  posiblemente salvara la vida, también corrió la misma suerte Román, cuñado de Antón. Según me comento mi madre, esto ocurrió porque la guardia civil buscaba a un hermano de Antón y le confundieron con él. A pesar de la insistencia en convencer al guardia de que Antón no era la persona a la que buscaban, el no daba su brazo a torcer y  estaba dispuesto a apretar el gatillo de su pistola. Por suerte, aquel suceso no acabó en tragedia. El hombre del etnia gitana era Antonio Santiago Moreno, y el hombre que arriesgo su vida por la de Antón y su cuñado Román, fue Francisco Semitiel Molina, conocido como “Paco el carota”. Mi madre también me dijo quien fue el guardia civil que estuvo apunto de acabar con la vida de dos honrados gitanos, pero éste me lo reservo. Las dictaduras no son buenas, y el abuso de poder, todavía menos.