Fue columnista semanal de latalaya.org y su antecesor enciezadigital.com, entre otros medios.
Pascual Gómez Yuste. Cieza. 29.08.2024.- “No esperes a que pase la tormenta ¡baila bajo la lluvia!”, puede leerse en ese librito que llevaba Bartolomé Marcos Carrillo, fotografiado una noche de verano de 2015 junto a su inseparable Mercedes. No cabe duda de que la coherencia con ese propósito vital es clave en la forma de ver y entender el mundo de este profesor, articulista y escritor, quien emprendió este jueves el extraño viaje a los setenta y tres años. El último adiós al que fuera catedrático de Lengua Española y Literatura y profesor de Comunicación Audiovisual será mañana, a las 11.00 horas, en el Tanatorio de Cieza, donde será despedido como un gran amigo de todos, a la altura de su grandeza humana.
Pocas veces habrá encarnado una persona tantos perfiles fascinantes para quienes disfrutamos de su presencia y magisterio. Una amalgama espléndida de valores y virtudes que han calado hasta el tuétano la conciencia cívica de todos los alumnos que pasaron por sus manos, de sus familiares y amigos y de sus compañeros del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd. Atesoraba dos cualidades que le han servido para convertirse en un autor ensalzado por la crítica y, al mismo tiempo, adorado por los lectores. En su literatura confluyen, pues, el genio de un escritor y la pluma ágil y amena de un periodista. Sus historias alternan las anécdotas y las categorías con cierta maestría.
La trayectoria vital de Marcos es indisoluble de la historia de Cieza de los últimos cuarenta años. Enamorado de su tierra, con la que se ha volcado en todos los ámbitos posibles, ha sido una persona imprescindible para la ciudad, donde llegó a ser pregonero de la Semana Santa. Su presencia ha sido muy activa en el ámbito educativo -profesor y director del IES Diego Tortosa- y en el periodístico -colaborador de El Mirador de Cieza, con su recordada columna de opinión ‘El viaje a ninguna parte’ y Tele Red Cieza-. Y es que fue una magnífico contador de historias con la pluma y con la cámara. Debió pensar que la realidad, si está bien narrada, siempre superará a la ficción, y esa convicción ha marcado su legado.
Frecuentemente era invitado a redactar prólogos de publicaciones o presentar libros, ese hermoso privilegio de los verdaderos maestros que regalan su sabiduría a la gente. Su capacidad de producción era legendaria: le llamabas, le encargabas un texto e invariablemente le oías decir con voz amable: “Vale, ya te lo hago”. Como apuntó con devoción Rafael Salmerón en el libro ‘Artículos’, publicado en 2007 por La Sierpe y el Laúd Ediciones: “Que a Bartolomé Marcos nada humano le sea ajeno explica por sí solo que sus artículos vengan prestando atención a los asuntos más variopintos y dispares; cuestiones y experiencias de toda índole -trascendentes y cotidianas, tangibles, y menos cercanas- se transforman en perlas cultivadas”.
Su mirada, crítica, a menudo cargada de ironía, es un verdadero dechado de esmero estilístico. El valor curativo de la escritura, ese trabajo de urdir palabras para enterrar debajo de ellas la realidad, era el que más apreciaba. En sus artículos de opinión y otros textos supo expresar un mundo profundo y personal, en el que se refracta, en toda su complejidad y problemática social, el tiempo en el que le ha tocado vivir. Porque consiguió que sus historias tengan una fuerza contagiosa y que transpiren autenticidad y vida. Y que sean siempre más de lo que cuentan. Quienes nos preciábamos de gozar de su amistad no podemos hoy sino celebrar la epopeya de un hombre que hizo de su oficio una alborozada entrega sin condiciones.
Fue, sin duda, una de las personas que mejor ha conocido la sociedad ciezana, a la que ha sido capaz de retratar con una mordaz ironía nunca exenta de cariño. Y es que estaba predestinado a ser cronista más o menos asiduo. Él se acercaba a este género periodístico cuando tenía una historia particular que contar, una mirada especial sobre un hecho que parecía interesante dejar constancia escrita. A Marcos le definía además una profunda ternura que se colaba en muchos de sus escritos. Quienes conocimos su sagrado entusiasmo, su vocación invulnerable, no podremos dejar de celebrarle en sus obras. Quizá las lecturas sean las que nos salvan. A mí, al menos, Bartolomé Marcos me ha salvado siempre con las suyas. Y que sigan haciéndolo muchos años.