Pascual Gómez Yuste / Cieza. 20.04.2024.- Probablemente, la poeta María Pilar López (Cieza, 1919-2006) no era consciente de que un libro le hubiera salvado la vida y los que escribió no surgieron de la necesidad de leer uno que no hubiera encontrado antes en su librería (o en la biblioteca de su amigo Mariano Camacho), como contaba Juan Rulfo que le sucedió a él con su célebre novela ‘Pedro Páramo’. Pero tampoco estaba segura de que su vida hubiera sido la misma sin haber leído cuanto le fue dado leer y, por supuesto, los poemas que escribió a lo largo de su vida están llenos de deudas a quienes escribieron antes por ella. Los auténticos creadores escriben por todos nosotros y a veces nos entendemos mejor a nosotros mismos cuando nos hallamos interpretados por ellos en sus prosas y en sus versos.

El eslogan de la I Feria del Libro del Valle de Ricote, ‘La cultura que nos une’, encaja con el homenaje a esta autora ciezana, organizado por el Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd con motivo del ciento cinco aniversario de su nacimiento. Este tributo es un acto íntimo, sí, porque habla de ella y de su obra, pero, sobre todo es un acto compartido, porque habla de quienes no la olvidan y la recuerdan; de modo que su cumplimiento corresponde en su totalidad y no solo en parte a cada una de ellas. El público se entrega a las emociones de unos poemas leídos por Ángel Almela, María Parra, Antonio Balsalobre, María Turpín, Pedro Diego Gil, María Luisa Ortiz, Francisco Pino, Ana Torres, Manuela Caballero, Rosa Campos, Conchi Villa y Aurora Montoya.

Cuando la emoción se desata se revela la vida en plenitud. El verso de López se recrea en el viejo claustro franciscano de la Biblioteca Municipal Padre Salmerón. Las palabras son un huracán constante que sacude el alma. Quizá la poesía sea una luz, una lágrima ante ese lugar, tan simbólico como quieras, donde María Pilar tenía por oficio asistir a la mujer ciezana en el parto.  Antonio Balsalobre rememora lo siguiente: “¡Cuántas veces no había subido a los casones o bajado a las cuestas a atender a mujeres parturientas pobres!”. Lo que más le gusta a Balsalobre en su escritura es confrontar notas del cómo éramos con las del cómo somos. La memoria es una enorme despensa para sobrevivir: “¿Tú que hacías?/ Yo buscaba caracolas/ ¿No me oías?/ Yo buscaba caracolas/ ¿Me querías…?/ Yo buscaba caracolas”.

Había nacido en 1919 en la Cieza de, pongamos, del periodista y escritor Ramón María Capdevila. O en la del poeta Tirso Camacho, si lo prefieren. Como tantas poetas de su generación, había nacido dotada con las armas de la palabra, como Minerva de la cabeza de Venus. (El hombre te ha negado/ apenas concebida; / pero has nacido en madre/ que te recorre sola/ con unos brazos ávidos/ aferrados al fruto). Hoy, pasados ya cinco años sin la autora de ‘Ángel irremediable’, su poesía sigue manteniendo la misma fuerza. Y es que la poesía, cuando lo es de verdad, vive siempre, sobrevive de manera implacable a todo, a toda suerte de avatares, a la desaparición o la muerte de sus creadores mismos, a la de sus lectores.

María Pilar se sirvió a menudo de la forja literaria de admirados poetas como José García Nieto, Gabriel Celaya, Vicente Aleixandre o Gloria Fuertes para asentar sus poemas. Escribía poemas con el escozor de los sentimientos en carne viva, con los versos a flor de piel (‘Soy un árbol/ arrancado de cuajo/ con toda la raíz a la intemperie’). Parecía que se dejara las entrañas en cada estrofa, en cada verso, como si le fuera la vida en ello. Desconsolada siempre, sin rebajarse nunca a lo patético. La suya era la concreción de una mirada insatisfecha hacia la experiencia cotidiana (‘Si pudiera volver a aquella casa/ donde yo me creía desgraciada/ y soñaba con todo lo que tengo/ y volviera otra vez a no tener nada/ solo sueños…).

Una mujer que llevó el compromiso ético a su vida personal. Para ella, lo importante fue la vida, la poesía vino por añadidura. Una poesía surgida en medio de la profunda soledad. Esa mirada que trata de penetrar en lo más profundo, interrogándose por los conflictos eternos del ser humano, el hondo sufrimiento de existir y el trágico sentimiento de angustia ante la vida.

“Hay en mí otra clase de poesía: la que vivo cuando soy feliz, la vivo tan fuertemente, la consumo, la quemo de tal manera que no queda nada para traducirla en palabras”. La poeta ciezana era puro compromiso humano y social y de ese compromiso está llena su obra poética. Es el fruto de una mujer libre de todo tipo de prejuicios. Y eso que no eran buenos tiempos para las mujeres.

También era un baluarte, un obligado referente en el camino abierto por la poética del colectivo Juventud Creadora a través del cual entra en contacto con el poeta José García Nieto, luego Premio Cervantes, quien prologa el primer libro de la ciezana ‘Tú y la huída’ (1952). En el recuerdo permanece intacto el homenaje póstumo brindado a ella en el Aula de Cultura de Cajamurcia de la calle Padre Salmerón, en Cieza, su pueblo, el 26 de abril de 2007, organizado y coordinado por el Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd, y con la participación de otras entidades culturales y personas cercanas a la poeta. Fue un acto más de merecido reconocimiento y justicia cultural al que siguieron otros muchos.