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Iñaki Gabilondo: “Hay que secularizar la política” Featured

Charlamos con el veterano periodista sobre periodismo, política y ciencia

Sara Montero/Cuarto poder.- Cuando una cruza la puerta del despacho de una figura del periodismo como Iñaki Gabilondo (San Sebastián, 1942), ubicado en el edificio de la Cadena Ser, espera sentarse a escuchar un rosario de anécdotas, frases lapidarias y detalles pulidos de momentos históricos. Nada de eso. Este veterano locutor de radio tiene más interés por hablar de futuro que de pasado: “Estoy un poco cansado de mí”, bromea.

Gabilondo ha puesto voz a los acontecimientos más importantes de la historia reciente, desde esa noche de tensión del 23 de febrero de 1981 hasta esa “cuchillada” que suponía narrar en directo cada asesinato de ETA. También el atentado del 11 de marzo de 2004: “Vivir cómo va creciendo el número de víctimas es lo más parecido a una alucinación. Pasa en tu ciudad y tú también te preguntas dónde están tus hijos y tus amigos... Es un día brutal”, rememora.

Además de sus comentarios sobre actualidad en la Ser y sus vídeoblog en El País, su voz toma forma corpórea en Movistar+ en ese “regalo” de programa que es para él Cuando ya no esté. La ciencia y la tecnología le dan últimamente más alegrías periodísticas que la política. Mantiene ese entusiasmo que solo da la curiosidad. Se sienta a charlar con cuartopoder

-Nos sentamos a hablar dos periodistas de generaciones diferentes. Entre usted y yo hay más de 40 años. Le pido dos cosas: una advertencia para la nueva generación de periodistas y un consejo. 

-Este oficio es diferente al que aprendimos nosotros. Este país es diferente, este mundo es diferente, con lo cual, todos los consejos son difíciles de transmitir. El único consejo que vale es no perder en modo alguno la pista de lo que este oficio es y a lo que compromete. Ahora hay una fascinación tan grande por la juguetería tecnológica que está casi aceptado un principio equivocado: pensar que acertar con el manejo de la nueva tecnología va a resolver los problemas del periodismo.

Es importante no perder de vista que lo que sostendrá la actividad está en otro sitio: en la confianza que inspire su independencia, credibilidad y su calidad. Martin Baron, director de Washington Post, me contaba que en su periódico han hecho un salto muy grande. Cuando creíamos que el juego consistía en embarcarse a toda velocidad en las nuevas tecnologías, descubrimos que lo fundamental era hacer más potente que nunca la calidad del producto, más potente que nunca la evidencia de la independencia… Ahí es donde hay una batalla fundamental, no tenéis que olvidarla.

-¿Cómo apostar por la calidad si el modelo de negocio digital está basado en el clic?

-Hay que hacer lo que se puede aunque hay que soñar lo que se quiere. Hay que vivir en la coyuntura pero no para la coyuntura, sino para más allá. Ahora tal y como está el oficio hay que adaptarse a él. En ocasiones eso achanta completamente tus ambiciones, pero hay que pensar más allá. Henry Ford dijo “si yo llego a hacer lo que mis clientes me pedían, hubiera hecho un caballo que corriera más rápido”, pero hizo un coche. Hay que estar totalmente dispuesto a luchar por que no se condene al periodismo a lo que en un momento determinado es. 

-Hace unos días, en uno de sus comentarios en La Ser se quejaba de que el periodismo en España presta muy poca atención a la ciencia, en referencia a un descubrimiento sobre la metástasis, usted hablaba de “desatención habitual”

-Uno de los pecados del periodismo español es que es bastante monotemático. Se encela en determinados monocultivos y vive en ellos. Casi no podemos evitarlo. La política en España ha invadido prácticamente todos los rincones de la vida, no ha dejado un solo rincón en el que no esté llevando su particular pelea partidista. 

Como consecuencia del viaje que he hecho y de la gente que he conocido, estoy espantado de que, con los cambios imponentes que está habiendo en el mundo y la transformación a la que se va, no esté la sociedad entera puesta en acción tratando de no perder la ola y surfear este gran cambio haciendo apuestas muy profundas hacia lo que viene. Por eso, me estoy convirtiendo en una especie de pequeño activista en la necesidad de jugárselo todo en la educación, en la investigación y la ciencia porque he visto cómo va corriendo todo.

Es como los Estados Mayores de los Ejércitos equivocados que están preparando sus tropas para la batalla que hubo. Hay que prepararlos para la siguiente que vendrá. La última ya no volverá a pasar. Aún estamos mirando demasiado por el retrovisor y nos cuesta mirar hacia delante. Por eso, como cuesta y no es fácil, creo que las apuestas en educación, ciencia, etc. son la opción más prudente y más valiente que puede emprender una sociedad. Lamento mucho que España sea un país tan descuidado en esta materia. Cuando llegó la crisis, a la ciencia se le metió un hachazo. Cuando a la ciencia le metes un hachazo, le haces un daño muy grande porque interrumpes procesos de investigación en marcha que no puedes interrumpir: procesos de equipos que están constituidos y se diluyen. En otros países no lo hacen así. Hay que saber darle importancia. Ahora empieza a dársela, pero no lo suficiente. 

-¿Esto siempre ha sido así?

-Sí, España siempre ha tenido un paladar nulo para estas cosas. Tuvo unos cuantos años que empezó a entenderlo más. El mundo de la ciencia te impresiona mucho si lo conoces un poco. Es un mundo en el que hay personalidades de una talla mundial, instituciones de una talla mundial, reconocidas a todas las escalas. Sin embargo, viven como si estuvieran clandestinos, de espaldas. Parece que la sociedad no se fija en ellos. Cada vez un poco más, pero todavía no lo suficiente. 

-Continuando con temas de los que se habla poco. En la actualidad, cuesta encontrar a gente que no tenga problemas laborales, pero Trabajo es una temática que ha ido desapareciendo de los medios. Cuando se tratan conflictos laborales, se hacen desde la óptica del consumidor

-Esa ha sido la típica batalla perdida. De pronto, cuando empezaron a producirse las grandes averías sociales se medio engañó a la muchedumbre, como si estuviéramos ante algo provisional. Incluso los millennials se vendían como algo provisional, los modelos alemanes, los minisalarios, eran escalones para acceder a otra cosa. Luego se descubrió que no, que habían llegado para quedarse. Se cargaron muchas cosas. 

Los derechos cuesta mucho ponerlos en pie y se desvanecen con mucha facilidad. Terminamos por aceptar como un hecho inexorable de la realidad un modelo concreto... y solo es un modelo. La gente aceptó resignadamente la maldición de ese modelo que se cobra estos precios: un paro tremendo, salarios basura, contratos de miseria... Creo que es una mirada nada joven, la gente joven no acepta algo así, yo no soy nada joven pero no lo acepto. No es un único modelo, hay más, hay que estudiarlos o construirlos.

-Hablando de cosas que sí han permanecido desde la crisis: la desafección. Usted fue espectador del movimiento 15-M. Han cambiado los partidos, los líderes e incluso la política, pero permanece la desafección, lo vemos en cada CIS, ¿qué ocurre?

-Todo el mundo se está haciendo esta pregunta y nadie sabe a qué se debe: la dificultad de modificar unas estructuras anquilosadas, unos comportamientos que han quedado muy atrás, el cainismo de los partidos, que parece que va en el DNI y que no hay manera de evitarlo. Cuando un partido lleno de ilusión, le dejas 10 minutos libre y empieza a pegarse, crear sus bandas… Es una verdadera maldición que parece que no hay manera de corregirla. 

Yo no soy nada aficionado a denostar a la clase política en general, en absoluto, y mucho menos a la política, porque es la única herramienta que tenemos de verdad para luchar por un mundo diferente. Los partidos, por sus estructuras organizativas, generan un determinado tipo de inercias. La primera es mirarse a sí mismos como el fin de la tierra. Ninguno niega que su objetivo sea el bien común, pero ninguno se acuerda del bien común porque está permanentemente librando la batalla por un metro más de ventaja sobre el adversario. Tengo la impresión de que igual que la descalificación general es mala, el perdón general también es malo. Ahí hay algo que tienen todos que pensar. Por ejemplo, ¿qué le pasó a Ciudadanos? Nació como una especie de viento de refresco, al cabo de un rato se metió en un lío solo y después se tiró por la ventana. 

Podemos ha hecho algo, a mi juicio, muy meritorio. Constituyó unidades democráticas guerrilleras diciendo que no querían construir un partido al uso, sino círculos absolutamente autónomos. Cuando hacieron guerrillas y no un ejército regular, se dieron cuenta de que no podían ir a ningún sitio porque para avanzar en esto necesitas ahormarlo al estilo tradicional. De momento, está saliendo bastante ileso de esa transformación, pero son operaciones extremadamente difíciles. Mientras tanto, los partidos clásicos tienen un instinto de clan, de grupo, de organización. 

El pecado a mi juicio que España tiene, creo que es una maldición, es que la política es más religión que política, se hace más bien teología. Mi frase favorita es que hay que secularizar la política, que entre en los terrenos de lo secular, de lo que se negocia, se comenta, se analiza, se discute, se modifica... y no en los principios esencialistas en los que se instalan siempre los partidos políticos, que actúan como grupos religiosos que no se pueden mover de su fe porque traicionan las esencias. 

-Hace unas semanas, usted comentaba en La Ser que palabras como  “federalismo” eran términos normalizados en el debate político hace 10 años, y ahora, junto a plurinacionalidad, parece que causa alarma…

-Y muchas cosas más. Si te pones a pensar en usos y costumbres, en cosas que se podían decir, programas de televisión, comentarios, chistes... ha habido una especie de ola, una apisonadora, que ha barrido todo y ha dejado a todo el mundo colocado en un puritanismo absolutamente imbécil. Cuando este país no había caído en esa mojigatería total, se manejaban ideas que se podían discutir, pero que se incorporaban con naturalidad. España vivió un salto con la democracia muy potente y ha sido uno de los países más oxigenados desde el punto de vista de la libertad, se abrieron todos los escenarios, se discutía y hablaba de todo. De repente, está todo lleno de rayas y de prohibidos. Cada palabra parece que viene cargada de dinamita. Tienes que estar teniendo mucho cuidado para no enfadar a alguien. Es una paso atrás colosal. Si mañana pusieran en antena el programa que hacía Gurruchaga hace 20 años en TVE, se caían las paredes.  

Lo de la “España nación de naciones” lo ha dicho tal cantidad de gente que casi da risa. Y de pronto, es una cosa que no se puede decir. No digo que sea buena o mala idea, no defiendo la bondad o maldad del concepto, pero era un concepto, como había mil. Ahora ya no hay mil conceptos, ahora hay que tener mucho cuidado.

-Le quiero trasladar una duda que hemos tenido muchos periodistas antes y después de las elecciones andaluzas, ¿cómo cubrir a las fuerzas a la ultraderecha, ya en las instituciones, sin caer en su agenda? Estos días lo hemos visto con el pin parental, que no es el gran problema de la comunidad educativa, ¿cómo cubrir el nuevo fenómeno?

-El nuevo fenómeno es muy viejo y estaba ya incorporado con cierta naturalidad. El radicalismo de la extrema derecha estaba ya en el seno del PP, habitaba allí, convivía con otras fuerzas mayoritarias del partido... Todos conocíamos a gente que pensaba así y esto adquirió de repente ese peso, creo que como consecuencia de cómo se fue de las manos el tema catalán por completo e hizo saltar esa realidad. El PP, temeroso de ser desbordado, se ha puesto  a vigilar y ha ido avanzando por allí. 

La libertad se tiene que defender. La gente joven no lo sabe, a mí me llama mucho la atención. Nosotros vivimos en una dictadura. Cuando Franco se murió, yo tenía 33 años y tres hijos. Era un adulto y ya había dirigido la radio en San Sebastián, Sevilla, los informativos de La Ser… Soñábamos con un mundo que llega y, pasado un tiempo, la gente parece comportarse como si eso se hubiera consolidado para siempre. No es así, las cosas se ganan y se pierden. 

Los de Vox se enfadan muchísimo conmigo cuando digo que para mí es franquismo. Yo no hago un juicio de valor, digo que a mí me suena. Como yo ya era una persona mayor y me tiré 30 años viviendo con esto, tengo cierta capacidad de detectar franquismo. Tampoco me gusta dar definiciones cerradas, ahora la sociedad es diferente y están mezclados otros muchos conceptos, pero el trasfondo que tiene a mí me suena. 

Se combate sabiendo qué hay que combatir, sabiendo que las defensas y las libertades que tenéis se tienen que combatir. Para eso hay que saber qué es la libertad. Mis hijos ya son mayores, pero yo se lo decía: “Vosotros os creéis que la dictadura es como ahora pero sin partidos políticos, pero no. La dictadura es que no puedes leer los libros que quieres leer, no puedes ver las pelis que quieres ver, que no puedes amar a quien quieres, que no puedes tener la identidad que tienes o la fe que tienes". Es difícil transmitir lo que es la falta de ese oxígeno. 

-Ha entrevistado y ha visto pasar a muchos líderes, ¿cómo definiría a Pedro Sánchez como líder?

-Es un modelo nuevo que no se parece mucho a los anteriores. Una de las dificultades que tenemos los que tenemos muchos años es que hemos visto mucho, pero al mismo tiempo estamos siendo atropellados por nuevas realidades. El modelo Pedro Sánchez es otro, un modelo de una gran amplitud de arco, que se mueve con una extraordinaria facilidad más allá de las fronteras teóricamente esperables de su pensamiento. Eso tiene un lado malo y uno bueno. El bueno es que en esta sociedad tan líquida le permite moverse. Por otro lado, tiene el inconveniente de que te descoloca sin parar porque está haciendo movimientos que no siempre se entienden. Forma parte de una nueva realidad que está muy marcada por la demoscopia. 

Yo vi con extraordinaria calidad este asunto en el caso de Gallardón y el aborto. El PP no planteaba solo una posición ideológica, para el PP era un tema de principios. Tomó una decisión y Gallardón, ministro de Justicia, ejecutó esa decisión por principios. Como el PP recibió una encuesta en la que vio que la sociedad no le iba a acompañar, se cargó su plan, sus principios y a su ministro de Justicia. Se genera en casi todos los partidos. 

-Quiero preguntarle por la situación de Catalunya, esta semana hemos asistido a un nuevo capítulo con la sesión del Parlament. Usted no parece muy optimista, ¿se atreve a darme un pronóstico?

-He sido, probablemente, el periodista español que ha dado más guerra con el diálogo en los tiempos en los que el PP no se estaba enterando de lo que estaba pasando. Estaba creciendo y creciendo. He hecho comentarios muy fuertes preguntando si estaba todo el mundo dormido. En Catalunya muchos me miraban con mucho afecto pensando en que les comprendía, luego empezaron a enfadarse y a pensar que ya no les comprendía. Con la ley de transitoriedad jurídica dieron un salto y pasaron al otro lado, ahí dije “habéis entrado en un territorio diferente”, aunque a nadie le va a gustar, cualquier democracia de la tierra les iba a llevar a los tribunales. 

Sin embargo, es una situación difícilmente esperanzadora porque nadie ha movido un centímetro de sus posiciones. El independentismo no ha dicho todavía de una manera clara, aunque está empezando a hacerlo Esquerra, que esto no puede ir por ahí, que se han colado. Están empezando con los hechos a hacerlo. Soy pesimista porque no les veo reconociendo que han cometido errores grandes, que han ido a los tribunales porque han infringido la ley. 

Sin embargo, creo que la lógica de las cosas va a ir abriendo un nuevo escenario. Si se produjera un nuevo escenario, Esquerra ganase e hiciese un gobierno con el PSC, quizá Catalunya empezaría a entrar en el terreno de aprobar presupuestos, acercarse a la vida cotidiana, etc. Si ocurre, me parecerá lo menos peor. En última instancia no veo una gran posibilidad de transformar porque mi pesimismo está más bien en el porvenir que tiene el diálogo. A mí me parece muy bien, pero me cuesta mucho imaginar a qué punto puede llegar ese diálogo. El actual statu quo en Catalunya ya se ha acabado. Eso está claro. Catalunya, más allá del independentismo, da por agotado el actual modelo estatutario. Hay que modificar este statu quo. El modelo no lo puede hacer solo el PSOE y Esquerra, ni Torra ni Puigdemont y Sánchez, aunque mañana se enamoraran. Me da un poco de desesperanza temer que esa discusión va a poder fructificar difícilmente. Me temo que no vamos a tardar en comprobarlo. Los presos son ahora lo único que une a todos los independentismos en combate.

https://www.cuartopoder.es/cultura/comunicacion/2020/01/31/inaki-gabilondo-hay-que-secularizar-la-politica/

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