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“Distopías” Featured

Bartolomé Marcos

Habrán podido observar ustedes que, desde hace algún tiempo, en las entregas de este “Viaje a Ninguna Parte”, del que fue acreditado padre intelectual en su día el farandulero Fernando Fernán Gómez, y del que yo me apropié hace más de veintiséis años para encabezar esta desengañada, escéptica y descreída sección (que sé que tiene sus adeptos y también sus detractores, como no podía ser de otra manera), coloco entre paréntesis la palabra final, en referencia a que, aunque todo sea, el final debe estar más cerca que lejos. Vamos, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Por eso, desde esta semana, he decidido cambiar el texto intercalado en ese paréntesis, y darle otra pequeña vuelta de tuerca, poniendo “más final aún”. No por nada. Sólo es otra etapa, mientras siga vivo, para seguir reflexionando, más o menos peripatéticamente, en plan socrático, sobre todo lo humano y lo divino, antes de que la afilada navaja de Ockham corte el fino hilo de Ariadna, le trastrueque la salida del Laberinto y se vaya todo a tomar por culo, que ya se está yendo, por cierto, y hay signos evidentes de apocatástasis irreversible, de los desastres naturales que acompañarán el fin de los tiempos y de los artificiales provocados por los muchos tontos- innúmera legión, bien sabido es- que nos desgobiernan. El último, la dichosa pandemia de los cojones, que no sabemos a estas alturas si se la inventaron los chinos, o si fueron Bill Gates, los norteamericanos, o los rusos, pero lo cierto y verdad es que la Naturaleza no parece ser autora, responsable y madre de este engendro.

Pues bien, uno (y más de veintiuno, además de mí) empieza a vivir ya más de recuerdos que de otra cosa, y me ha venido al cacumen (por aquello de las visiones catastrofistas del fin de los tiempos, que no creo ande muy lejos en términos cósmicos) que allá por la lejana primavera de 1974, andaba yo muy enfrascado en la realización de mi tesina de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras del campus de la Merced de la rimbombante y provinciana Universitas Studiorum Murciana, a la sazón regida aún por mi ínclito profesor de rumano, Don Manuel Batlle Vázquez. Lector empedernido de literatura de anticipación que era yo por entonces, decidí cumplimentar aquel trámite que me permitiría culminar mis estudios centrándolo en la temática de la literatura de ciencia ficción, esto es lo que ahora se ha dado en llamar “distopías”.  Y todo ello bajo la batuta y la pauta del genial desengañado Don Francisco de Quevedo y Villegas, que en versos geniales lo resumía todo:  Fue sueño ayer, mañana será tierra/ ¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
Ya no es ayer; mañana no ha llegado; /hoy pasa, y es, y fue, con movimiento/ que a la muerte me lleva despeñado (…)
, para culminar, en versos estremecedoramente geniales, que… Azadas son la hora y el momento, /que, a jornal de mi pena y mi cuidado, /cavan en mi vivir mi monumento”. Esa última es la única gran verdad.

Cinco fueron las novelas, todas ellas extraordinarias, en las que basé aquel trabajo de licenciatura, que cumplimenté a partir de la lectura directa y virginal de aquellos textos literarios y guiado exclusivamente por las sugerencias y resonancias que el propio texto provocaba en mi sensibilidad y en mi magín. Aquel trabajo me apasionó y ha ocupado después, muchas veces, mis conversaciones. Esta fue la relación de distopías, todas ellas ya cumplidas para nuestro infortunio, en la que centré mi trabajo, y cuya lectura me permito recomendarles encarecidamente, si es que no las han leído aún: “El planeta de los simios”, de Pierre Boulle, que nos presenta un mundo en el que la evolución se ha dado la vuelta y son los simios, dotados de la facultad del lenguaje, los que ocupan el punto más alto de la pirámide, como consecuencia de un devastador conflicto nuclear. No sé si se habrá cumplido en todo, pero me atrevería a afirmar que, desde luego, los simios mandan actualmente, si atendemos al cociente intelectual de quienes ostentan el poder.  “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, una sociedad de individuos fabricados en tubos de ensayo y probetas, encasillada en estratos impermeables predeterminados para cada nivel de condicionamiento, y en la que la búsqueda del placer, si es preciso a través de las drogas, mueve a la sociedad. Miren a su alrededor, uniformidad y placer. “Farenheit 451”, de Ray Bradbury: otro mundo al revés. Los bomberos en lugar de apagar fuegos se dedican a  quemar enormes piras de libros, en el marco de una sociedad inquisitorial, en la que quienes se resisten, se han convertido en fugitivos rebeldes que, como forma principal de resistencia, aprenden de memoria los grandes títulos de la historia de la literatura universal. En las casas, omnipresentes pantallas gigantes de plasma. “2001, una odisea del espacio”, de Arthur C. Clarke, técnico e investigador él mismo de la NASA además de escritor, novela sobre el amenazador desarrollo intelectual de una computadora y su rebelión final contra su creador, y película de Kubrick cuyo enigmático y enrevesado final hizo que muchos de mi generación nos devanáramos los sesos para intentar encontrarle sentido y que otros también se lo encontraran, y recuerdo a este respecto una de mis primeras charlas de presentación de libros, nada menos que en el Club del Guía, de la OJE,  bajo la sede del antiguo asilo de ancianos de Cieza, y actualmente Biblioteca Pública Municipal Padre Salmerón, a instancias de una persona, Eduardo López Pascual, que para mí ha sido siempre prototipo encomiable de resistencia y hasta de resiliencia, que ríete tú de Pedro Sánchez y su librito, que Eduardo ha escrito muchos más. Y, por último, “1.984”, de George Orwell, con su atmósfera asfixiante, opresiva y represiva, una sociedad socialista de omnipresente Gran Hermano, despersonalizada y plagada de tópicos y consignas sobre lo políticamente correcto, simplemente aterradora y agobiante, y cuyo universo, como el de todas las demás, lleva ya décadas vigente entre nosotros.  Los creadores visionarios (y todos los creadores lo son) se equivocan quizá en los detalles y minucias pero hacen pleno en el global. Lo dicho: los monos y las máquinas mandan (desde hace tiempo)A los seres humanos, en este “mundo feliz”, les queda solamente la eutanasia, es decir, apearse.

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