Pepe Haro.- Angels Barceló, en la SER, preguntaba a Nadia Calviño cómo es posible que el salario mínimo no pudiera incrementarse en, al menos, 30 céntimos al día. La ministra de Economía responde que más allá de cifras y comparativas, el gobierno ha de velar por la marcha general de la economía y el mantenimiento y la creación de empleo. Barceló, por falta de sagacidad periodística o por no poner en un apuro a su interlocutora (me inclino por esto último), no le ha preguntado que cómo es posible que esa minúscula cantidad pueda poner en peligro la rentabilidad de las empresas que retribuyen con esa figura, máxime si una buena parte de aquéllas va a subir los salarios, vía convenios, en torno a un 1,5%. Y es que no hay por donde cogerlo. El más elemental sentido común nos indica que un empresario que puede pagar 950 euros al mes puede, igualmente, pagar 958. Incluso 980(1 euro más diario). Es más: mientras que es despreciable el incremento en costes laborales, si se congela el salario mínimo sin subirlo al menos ese 0,9% propuesto, detraemos del consumo unos 162 millones anuales. Muy poco, pero más relevante que esos 8 euros mensuales de encarecimiento salarial por mes y trabajador para una empresa. Así que la razón no es económica, pues ya vemos que esta actitud cicatera más bien perjudica el consumo y, por tanto, el empleo y la economía. La razón es ideológica: la cúpula empresarial y los sectores liberales de la política, entre los que está una parte del gobierno, no quieren enviar la señal de que los salarios puedan incrementar  la parte que les corresponde dentro de la tarta de la riqueza nacional. De que la desigual distribución de la renta que padece nuestro país (la peor de la eurozona) en beneficio de las rentas del capital no se va a atemperar. Porque están convencidos de que si esa desigualdad se corrigiera, se verían mermadas las inversiones en nuestro aparato productivo. Ideología (neo) liberal pura y dura, que se confronta con la realidad, la cual nos indica que el problema de economías como la nuestra no es de oferta, sino de demanda, de escasez de capacidad de compra. Algo que algunas derechas europeas han entendido perfectamente, como la alemana o francesa, pero que no llega a a ser asimilado por algunos de nuestros derechistas y socialdemócratas.