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Noviembre dulce…(I) Featured

Bartolomé Marcos

de almizcle, miel, arrope, caqui, palo santo y boniato, de sangre espesa de colesterol malo ldl y aroma a cera roja de capilla de cementerio y untuoso, pegajoso incienso. Sí, Noviembre, lánguidamente dulce y pastoso, de muertos blandos y recientes al acecho.

Saben ya todos ustedes, porque se lo he contado yo, que cambié de domicilio a principios del pasado verano. Dejé el Paseo y nos vinimos a la Gran Vía. Allí, en el Paseo (antes de los Mártires y desde hace mucho tiempo anónimo o innominado) siempre viví a gusto, la verdad, pero ahora, aquí, qué quieren que les diga, vivo más a gusto aún, dónde va a parar. No hay punto de comparación, aunque, claro, los que me permito -recrecidos en mi nuevo domicilio- son placeres propios de la meseta de la vida, del curso medio-final de este río manso, o remansado al menos, que nos lleva, como decía mi querido y admirado colega Antonio Balsalobre en uno de los capítulos de su libro “La Cieza del ayer”. Ya no tengo edad (¡oh mi dulce Giglioga!, hoy parece que  todo es dulce) para privarme de algunos de los pocos placeres que aún podemos reclamar de la vida…no sabemos por cuánto tiempo, que, la verdad sea dicha, tampoco será mucho. Si eso, el tiempo, pudiera comprarse, aunque fuera en los chinos (que venden de todo) allí que estaríamos probablemente muchos haciendo cola, y mira que me da bastante grima proporcionarles beneficios extra a los chinos en estos tiempos que corren.

Desde que vivo en la Gran Vía, he renovado, variándolo, mi programa de paseos y rutas senderistas de cosecha propia, que suelo hacer diariamente, muchas veces acompañado por mi hija menor Patricia, a la que se añaden, de vez en cuando, mi nieta mayor, Alba, y, ocasionalmente, mi otro nieto, Ricardo, y mi hijo Antonio, que está el muchachico empeñado ahora en reducir sus niveles de colesterol, un poco subidillos, aunque nada preocupante por el momento. He optado, últimamente, por rutas que he denominado mixtas, urbano-rurales.

La más repetida de esas rutas, sobre la que hoy les cuento en una primera entrega de dos, dirige mis pasos Gran Vía abajo (suelo negarme a utilizar el nombre del Bobón autodesterrado al que le adjudicaron la referencia de esta gran arteria urbana ciezana, no por nada, sino porque jamás me sentí monárquico – a lo más que llego es a disfrutar con la serie “The Crown”, casi perfecta- y tampoco se me han dado muchas razones en los últimos tiempos para cambiar mis preferencias y engrosar la causa de los partidarios del absoluto derecho de bragueta…¡Uf! Culminé la parrafada). Apenas son las ocho de la mañana. Bastante temprano aunque no hace mucho salía antes aún, casi completamente de noche. Mientras miro el cielo hacia Levante para comprobar si va a ser un día soleado, llego, apenas trescientos metros más abajo, a la zona de prolongación del Paseo, zona esta a la que parecen encaminarse mis pasos por natural querencia y rutinaria costumbre de más de media vida. Accedo al Paseo tras sobrepasar el selvático y siniestro solar de la manzana del “Cocodrilo”, junto a un poste-pantalla publicitario de información ciudadana en el que un ceñudo señor ya entradillo en años advierte de que “te ven”, y añade “sé limpio”,  atinado pero algo intimidante eslogan de la penúltima campaña municipal de concienciación ciudadana sobre limpieza viaria, tema éste en el que el Ayuntamiento se sigue voluntariosamente empeñando, pero en el que, desgraciadamente, Cieza no parece tener remedio y los logros son muy limitados. Marranos que seguimos siendo los ciezanos ¿Por qué insistís? Por favor, dejad que suba hasta que nos ahoguemos en la mierda.

Pueblan el Paseo a esa hora, únicamente las brigadas de operarios de limpieza de Aguas de Cieza, con sus sopladores y algún vehículo barredor, ocupadas en su duro, desagradecido y meritorio menester de la limpieza viaria, luchando contra las naturales inclinaciones guarrindongas de los indígenas de este pueblo. Entre ellos, un antiguo alumno, Ondoño, de la saga familiar del mismo apellido, excelentes personas todos ellos, ¡hola, Ana Belén!, al que reconozco tras la mascarilla como él me reconoce tras la mía, y al que dirijo un afectuoso saludo, que él corresponde con pareja cordialidad llamándome por mi nombre (yo es que a mis alumnos siempre los quise mucho, la verdad).

El Paseo, a esa hora tempranera, cerrados como están bares y cafeterías por el estado de alarma, aparece desangelado y fantasmagórico. Únicamente las luces de las entidades bancarias le dan algo de vida y de color. Alineadas como maltrechos guardianes de lo que fue romántico sueño ochentero de un recio y rotundo miguel ángel de secano y un joven alcalde de ilusiones todavía intactas, las columnas aún incompletas, pasados treinta y cinco años, del proyecto de Paseo de José Lucas nunca concluido totalmente, mientras se deterioran y arruinan las pinturas de los murales del suelo y las raíces de los árboles reclaman libertad abombando y ondulando el suelo.

Accedo a la Esquina del Convento, reconvertido espacio para el ocio y la cultura con la feliz rehabilitación y conversión en Biblioteca Pública Municipal “Fray Pascual Salmerón” del edificio del antiguo convento de San Joaquín y San Pascual, espacio urbano y conjunto arquitectónico que lucen hermosísimos, aún con su iluminación nocturna, a estas horas todavía inciertas, sugerentes y abiertas, de la mañana… Pausa…

Aquí detengo la recreación-relato de mi paseo, que continuaré la semana que viene, a partir de este punto de la calle Sansestabién donde hoy lo interrumpo. Andar, leer, charlar…rumiar la vida, dejar volar la mente, a la manera del James Joyce de “Dublineses” cuando dice que su alma fue desvaneciéndose mientras oía caer la nieve tenuemente por todo el universo, y tenuemente caer, como el descenso de un último ocaso, sobre todos los vivos y los muertos”, cita de Joyce que a mí vuelve a traerme aquella otra de uno de los nuestros, Aurelio Guirao, cuando escribía aquello de que “cada muerte no es sino un copo de nieve, que se derrite sobre el corazón, no temáis”…

Noviembre dulce… de almizcle, miel, arrope, caqui, palo santo y boniato, de sangre espesa de colesterol malo ldl y aroma a cera roja de capilla de cementerio y untuoso y pegajoso incienso. Sí, Noviembre, lánguidamente dulce y pastoso, de muertos blandos y recientes al acecho.

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