Adolfo Barrena Salces.- No voy a negar que me ha alegrado la derrota de Trump. Pero fíjense que no digo, como veo a mucha gente, que me alegra la victoria de Joe Biden.

Vale que acaba, al menos sobre el papel, ese esperpento diario que era Trump, vale que se pone un freno a esa política provocadora que se apoya en el racismo, en la misoginia, en la xenofobia, en el negacionismo y eso, al menos, evita el subidón de testosterona que la victoria trumpiana habría dado a toda esta cuadrilla de seguidores de ese fascista disfrazado de demócrata que es Trump que tenemos por aquí.

La derrota de Trump es un jarro de agua fría para esa internacional fascista que, junto a él, forman los Bolsonaro, Erdogan, Netanyahu, Orban,... y los que, envueltos en banderas, tenemos por estas tierras. Para ese bloque fascista que, al calor del populismo y aprovechando la crisis, está copando el poder es una mala noticia que Trump haya caído.

Pero de eso a echar las campanas al vuelo porque ha ganado un liberal como Biden hay un buen trecho.

No negaré que, en su relación interna en su país y en su relación con el mundo, habrá cambios.

Pero no conviene, tampoco, negar la evidencia de lo que es el partido demócrata de Biden. No olvidemos que Obama, con Biden de Vicepresidente, siguió las políticas neoliberales que tanto agreden a la clase trabajadora y que siguió la política imperialista habitual. Un pequeño gesto hacia Cuba pero no cerró, como prometió,  Guantánamo; continuó con la invasión en Afganistán, lanzó la guerra en Libia, intervino en Siria y reforzó la OTAN, entre otras cosas que sepamos. Seguramente la CIA sabe algunas más.

Biden, y su vicepresidenta, son el ala más derechista del partido demócrata y no he visto, ni en su programa, ni en sus anuncios en campaña, ningún indicio de que vaya a abandonar el neoliberalismo, ni la política imperialista, ni que vaya a abrir las puertas a programas de cooperación y de paz.

Resumiendo Biden no va a abandonar el intervencionismo, ni va a respetar la soberanía de los pueblos, ni va a cambiar las políticas liberales que tanto daño ocasionan a los servicios públicos y a la clase trabajadora.

Así que sí, respiro porque no ha ganado el peor, ha ganado el menos malo, por eso no entiendo las alegrías de algunas buenas gentes de izquierdas.