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De milagros e inquisidores en pandemia Featured

Gaspar Llamazares/Cuarto poder

"Quizá haya sido la sanidad pública junto a las pensiones las únicas que hasta ahora se salvaban de la quema del reciente período democrático"

"Nadie en su sano juicio niega el enorme esfuerzo de los sanitarios en esta crisis, pero no ocurre lo mismo con respecto al modelo sanitario público"

"No hemos puesto en marcha una gobernanza global equivalente a la dimensión de las amenazas frente a las recurrentes crisis pandémicas"

En todas las epidemias que en la historia han sido la constante es el miedo a la muerte, la culpa y sus chivos expiatorios y a veces también los hechos milagrosos. En la España de la covid-19 está presente también el miedo, la culpa criminal atribuida a la política y el milagro de lo que han hecho siempre los otros, frente al fiasco de los propios. Típico y tópico.

Es frecuente entre nosotros el pesimismo o el catastrofismo sobre la historia y los avances y capacidades de nuestro país. Una historia que recuerda al poeta Gil de Biedma con lo de que 'es la más triste porque termina mal', y unos avances en los que siempre nos comparamos con los que van por delante, sin considerar de dónde venimos ni a dónde vamos.

Situamos, pues, nuestro orgullo en las antiguas gestas y no en todas, porque cada grupo se queda con las que considera suyas. Desde la derecha, y por no meterse en honduras, se remiten a la Reconquista o la conquista de América y desde la izquierda, más actualizada, pero acostumbrados a la derrota, a nuestra querida e idealizada, II República.

De lo que raramente estamos orgullosos es de algo de la actualidad, como no sean las gestas de nuestros deportistas y en particular de los futbolistas.

Sobre todo, después que la reciente crisis económica, haya añadido una piedra más al pozo de nuestro pesimismo poniendo de moda el relato que descalifica la antes sacralizada Transición, a nuestro más reciente periodo democrático y como consecuencia sus realizaciones concretas.

En este sentido, la sorpresiva rehabilitación por parte del Gobierno de coalición de los denominados Pactos de la Moncloa para su propuesta de reconstrucción para después de la pandemia no deja de ser una rareza y un punto de inflexión interesante, sobre todo por si cunde al menos para una valoración más equilibrada de la Transición.

Quizá haya sido la sanidad pública junto a las pensiones las únicas que hasta ahora se salvaban de la quema del reciente período democrático. Incluso, a pesar de recortes y privatizaciones, no hemos dejado de estar orgullosos de tener una de las mejores sanidades públicas del mundo. Una materia que parecía ser de las pocas en que se mantenía de grado o por la fuerza de los hechos y los datos de la opinión pública, un cierto consenso político.

Nos avalaban, no sólo la buena valoración de los ciudadanos sino fundamentalmente los resultados en salud, acreditados por los rankings de los organismos internacionales y de los institutos y fundaciones más prestigiosas.

Sin embargo, esta convicción se ha visto debilitada también en los últimos años, como consecuencia de los recortes y la conversión de la sanidad pública en otro nicho más de negocio y como consecuencia en territorio de corrupción, conflicto social y confrontación política.

Ha tenido que llegar la pandemia de la covid-19 para que este consenso, lejos de reforzarse se agriete aún más. Es verdad que ahora nadie en su sano juicio niega el enorme esfuerzo de los sanitarios en esta crisis, pero no ocurre lo mismo con respecto al modelo sanitario público y mucho menos a la gestión del mismo por parte de sus autoridades, sean éstas centrales o autonómicas.

Así, unos atribuyen los fallos a la tardanza en actuar y los errores de gestión de la pandemia por parte del mando único del Gobierno central, y otros a la herencia recibida por la sanidad pública de los recortes y las privatizaciones de los gobiernos conservadores y a la mala gestión y la deslealtad de los gobiernos autonómicos en sus competencias sanitarias.

A ello se suma que el prejuicio de que de las cosas peor funcionan en nuestra opinión es nuestra política y nuestros gobiernos, sobre todo si ese trata de las instituciones que hemos votado y aún más si son gestionadas por el bando contrario. Al pesimismo existencial se suma el prejuicio antipolítico.

Por eso, dentro de esta confrontación política se ha puesto en marcha la criminalización de técnicos y gestores, la patrimonialización de las víctimas de la pandemia y la politización de la justicia con las correspondientes denuncias penales, alguna hoy en marcha para desprestigio de la justicia.

La oportunidad parece haber surgido con países como Grecia o Portugal que con un menor nivel de desarrollo y una sanidad precaria, parecen hasta el momento haber salido mejor parados de la primera ola de la pandemia. Algunos sectores lo han aprovechado para pasar sin solución de continuidad del merecido orgullo a la desvalorización interesada de nuestro sistema sanitario.

Sin embargo, nuestro sistema sanitario sigue siendo el mismo a pesar de los recortes y del duro estrés sufrido con la pandemia. Un sistema público que garantiza una asistencia de alta calidad con accesibilidad y eficiencia, pero sobre todo como derecho de ciudadanía y al margen de la capacidad económica.

Pero para defenderlo no vale tampoco dormirse en los laureles de las gestas pasadas para eludir la crítica, ya que deberíamos ser los primeros interesados en sus mejoras. Es imprescindible analizar cuáles eran nuestras debilidades antes de la pandemia y también en qué hemos fallado cuando se ha declarado, pero hacerlo también teniendo en cuenta las evidentes diferencias de todo tipo entre los países y por ende de sus diferentes riesgos ante el covid19.

Lo cierto es que a pesar de las emergencias anteriores del SARS, el MERS, la gripe aviar o el ébola, o precisamente porque finalmente tuvieron escasa repercusión dentro de nuestras fronteras, no nos hemos preparado a nivel global ni mucho menos Europeo u occidental para un reto de estas dimensiones. Parecía ser una más de las epidemias asiáticas. En consecuencia, no hemos puesto en marcha una gobernanza global equivalente a la dimensión de las amenazas frente a las recurrentes crisis pandémicas.

En España, nuestro mayor error ha sido, por también, el exceso de confianza en nuestra economía de países desarrollados y en nuestro excelente sistema sanitario público y universal de atención a la enfermedad de alta calidad profesional y tecnológica.

Porque habíamos descuidado, no ahora sino desde que surgiera como especialidad hace poco más de un siglo, la salud pública como subsistema del sistema sanitario, pero sobre todo como el centro de inteligencia para promover la salud y prevenir la enfermedad crónica y sus determinantes sociales, ambientales, pero también las olvidadas amenazas infecciosas como la covid-19, y por eso debemos reconocer que esa debilidad nos ha salido cara.

También ha resultado fatal la fragilidad de nuestra incipiente coordinación sociosanitaria que apenas empezaba a funcionar y que se ha visto ante una prueba de fuego en las residencias de mayores como epicentro.

Otros males, aparentemente externos, como las carencias de la investigación y la deslocalización industrial, no por ser más conocidos, han sido menos importantes en los problemas y las tensiones de los mercados que hemos sufrido, bien en tecnologías medias, reactivos, kits de test o materiales de protección. Una situación que le ha permitido a Alemania y su hinterland una ventaja comparativa ante la incapacidad de coordinación en el marco comunitario.

Sin embargo, estas carencias no explican lo que se ha dado en llamar el hecho diferencial o el milagro de Chequia, Polonia, Grecia o Portugal frente al coronavirus, en relación al drama vivido en España, pero también compartido por Francia, Bélgica o Italia y amplificado con la estrategia inicial de la inmunidad de grupo por parte de Gran Bretaña y todavía ahora de Suecia.

Hay quien todo lo atribuye al milagro de la anticipación por estos países de las medidas de contención y mitigacion, conscientes de la rápida transmisión en otros países y también de la debilidad de su propio sistema sanitario. Sin embargo, las fechas de adopción de las medidas de contención confinamiento son coincidentes con las nuestras. Donde no ha ocurrido así ha sido con las fechas de entrada posteriores y los datos de transmisión que han resultado mucho menores, evitando con ello la presión sobre su sistema sanitario.

Pero lo cierto es que ni en la recesión económica ni en la crisis pandémica son comparables países tan diferentes en lo demográfico, económico o cultural, y mucho menos para encomiar la debilidad de sus precarios sistemas sanitarios en relación a los sistemas públicos y universales.

La explicación está mucho más en los incomparablemente mayores factores de riesgo como determinantes y en consecuencia en la la diferente velocidad transmisión. Es decir: la mayor concentración urbana, los densos nodos de comunicación y la gran movilidad y volumen del turismo de los países como España, Italia o Francia junto con una demografía envejecida y la intensa cultura de interacción y relación social y familiar, son las que han determinado una trasmisión, que luego hemos sabido en buena parte asintomática, tan explosiva que ha desbordado rápidamente las frágiles barreras de contención, obligando a declarar la alerta y a pasar al confinamiento.

Sé que una explicación tan materialista no va a ser satisfactoria para muchos. Ni para los que pretenden continuar con la dialéctica del negocio en base al deterioro de la sanidad pública, ni de los populistas que pretenden dar la imagen de unos organismos internacionales y unos políticos incompetentes como castas extractivas, ni tampoco de una oposición inquisitorial que pretende criminalizar la gestión del Gobierno central. Pero estoy convencido que cuando pase la pandemia y con ella los relatos simples y la manipulación partidista, esta explicación racional de los determinantes sociales y culturales quedará.

Eso no obsta para seguir analizando los errores de gestión que tanto en la respuesta a las alertas como en la gestión de la pandemia se han cometido por los gobiernos central y autonómicos, que de todo ha habido, pero sin dejar de lado tampoco la influencia de los recortes sanitarios y de investigación así como la deslocalización industrial promovidos por gobiernos anteriores.

Quizá por eso nos convenga, en todo caso, asumir en primer lugar la correspondiente lección de humildad en la capacidad de diálogo y acuerdos políticos, sociales e institucionales de otros países como Portugal.

Pero sobre todo quedará la urgencia de acordar una gobernanza global frente a las pandemias, a la par que la prioridad de construir ex novo un sistema de salud pública en España al nivel de una de las principales potencias sanitarias, económicas dentro de la Unión Europea, después de casi una década de bloqueo de la ley General de Salud Pública. También para abordar las reformas sanitarias pendientes para garantizar la relación personal y comunitaria, el gobierno compartido, la evaluación y la Gestión participativa que fortalezcan el SNS. Y aunque quizá parezca una ingenuidad, para reducir el tradicional clima de pesimismo y dar un mayor espacio al optimismo de la voluntad.

Gaspar Llamazares es autor con los profesores Gema González López y Miguel Souto Bayarri del libro Salud: ¿derecho o negocio?, de próxima aparición.

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