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Fuerza y debilidad Featured

Javier Pérez Royo/El Diario

El coronavirus ha venido a recordarnos a los europeos que el Estado es todavía la única forma de organización del poder generalmente reconocida como tal. Con su fuerza y también con su debilidad

La crisis desatada por el coronavirus ha venido a recordarnos a los europeos que, a día de hoy, el Estado nacional continúa siendo la única forma de organización del poder reconocida como tal. No solamente a los europeos, pero sí muy específicamente a los europeos. Es la única en que los ciudadanos de cada uno de los países europeos se reconocen. La única que puede tomar decisiones con celeridad y ejecutarlas de manera inmediata. La única en la que pueden confiar los ciudadanos para sentirse protegidos frente a la emergencia. La única, en definitiva, en la que se sienten seguros.

Ello no quiere decir que el Estado nacional sea la forma política adecuada para hacer frente a la emergencia desatada por el coronavirus. Lo que se ha venido escribiendo desde hace decenios acerca de la inadecuación del Estado nacional para responder a los problemas globales con los que las sociedades europeas contemporáneas tienen que enfrentarse, no ha dejado de tener vigencia. Todo lo contrario.

Pero la pandemia desatada por el coronavirus ha puesto de manifiesto que en estos decenios, a pesar de lo que se ha avanzado, los europeos no hemos sido capaces de construir una alternativa al Estado nacional con base en la cual protegernos frente a una emergencia global.

Es cierto que cada Estado europeo no está solo y que la Unión Europea existe. No es poca cosa. Pero también es cierto que cada país está teniendo que reaccionar con los recursos que políticamente es capaz de movilizar a través de su propio Estado. Las respuestas a la crisis están siendo por el momento fundamentalmente nacionales, aunque no exclusivamente nacionales. La Unión Europea, insisto, no deja, afortunadamente, de estar presente, aunque tengamos la tendencia a pensar que no es así.

En todo caso, está claro que la respuesta estatal individualizada va a ser la determinante en estos primeros meses de batalla contra el virus. Y va a ser así porque la propia existencia de 27 Estados nacionales lo impone. Aunque el virus no distingue entre fronteras, el control de las fronteras es un instrumento clave en la lucha contra la expansión del mismo. Es el instrumento decisivo en la fase inicial de la crisis a la que tenemos que hacer frente. Por eso, lo primero que hemos hecho los europeos es redescubrir las fronteras nacionales, que habíamos ido trabajosamente, no suprimiendo, pero sí levantando, durante el último medio siglo. Fronteras que se van a hacer valer de manera absoluta frente a quienes no son ciudadanos de países de la Unión Europea y de manera matizada frente a quienes lo son. La visibilidad de cada Estado como "señor" de su territorio delimitado por "sus fronteras" es lo primero que estamos redescubriendo. Se refuerza la idea de la Unión Europea como "suma" de Estados nacionales y no como síntesis de todos ellos. No es la buena dirección, pero es así.

Cómo cerraremos el paréntesis que ha abierto la irrupción del coronavirus es una incógnita y hasta que no se despeje, es prácticamente imposible hacer alguna previsión con sentido. Mi apuesta va en la dirección de que, a pesar de la reafirmación en este momento del Estado nacional, la conclusión que se acabará imponiendo es que no puede ser la forma política europea del siglo XXI. Al Estado constitucional le costó abrirse camino en el continente europeo tras la Revolución Francesa y únicamente se estabilizó a partir del último tercio del siglo, tras haber pasado previamente por la Revolución de 1848.

El Estado democrático con sufragio universal masculino y femenino necesitó dos guerras mundiales para imponerse en la parte occidental del continente europeo en el siglo XX (con las excepciones de Grecia, Portugal y España) tras el final de la Segunda Guerra Mundial y necesitó el fin de la guerra fría para imponerse en la parte oriental. Los dolores del parto del Estado nacional tanto en su forma liberal-oligárquica como en su forma democrática han sido enormes.

No hay nada en la experiencia histórica de que disponemos que nos permita pensar que la construcción de la forma política europea del siglo XXI va a ser tranquila y sin sobresaltos. No bélicos a la antigua usanza, pero sí conflictivos de otra manera. En esas estamos y pienso que la crisis del coronavirus acabará siendo un capítulo importante del proceso.

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