La patronal comenzó el año, el pasado 1 de Enero, con una advertencia respecto de las consecuencias que podría traer para la salud de la economía el conjunto de propuestas programáticas pactado entre PSOE y Unidas Podemos para su gobierno de coalición. Advertencia que devino amenaza por cuanto la cúpula empresarial se permitió anunciar un parón en las inversiones que redundaría negativamente en la creación de empleo. Todo debido a la falta de ‘confianza’ que presuntamente inspirarían, para los inversores, las anunciadas medidas gubernamentales. La Iglesia no se quedó atrás y, actuando más como poder económico que político o ideológico(posee centros de enseñanza, hospitales, universidades, residencias de ancianos, medios de comunicación y amplias inversiones en sectores empresariales y financieros), ha alertado contra el nuevo ejecutivo.

Admitimos con total normalidad, sin escándalo alguno, que el poder económico se permita condicionar el poder político, que las finanzas se inmiscuyan en asuntos que sólo atañen a la soberanía popular, como es la elección de los gobernantes. Y hace unos meses, que banqueros y grandes empresarios desarrollaran todo tipo de maniobras para que una opción política no llegara al gobierno.

Eso no ocurría en las democracias entre 1945 y 1980. En ese tiempo, los países que se habían sacudido el yugo fascista(lo que no era nuestro caso) estaban dotados de Estados fuertes que poseían los medios suficientes para garantizar una vida digna y segura a la población. Pero hete aquí que sobrevino, a partir de la finales de los 70, una oleada neoliberal que privatizó servicios, empresas públicas y, sobre todo, desfiscalizó el Estado mediante el escaqueo de impuestos por parte de los más pudientes. Las democracias más sólidas, aquéllas en las que la izquierda y el movimiento sindical estaban más asentadas, resistieron parcialmente esta embestida del capital, pero países como España, que iniciaban la andadura de una transición vigilada desde la dictadura a la democracia parlamentaria, sufrieron de lleno el impacto neoliberal, de manera que vieron desaparecer su industria pública y el sistema fiscal nunca alcanzó los niveles redistributivos de Europa. Por eso aquí el Estado del Bienestar no llegó a sustanciarse en los términos que lo definen como tal.

Y por ello todos nuestros gobiernos han sido débiles. Han carecido de los recursos y del poder necesarios para compensar los efectos de ese otro poder que es el que, desatado, impone su dictadura a las sociedades: el del dinero. Aquí duró muy poco un esbozo de banca pública, el INI fue desmantelado y todo el sector energético público privatizado. En cuanto a presión fiscal sobre el PIB, estamos a casi 7 puntos (unos 80.000 millones) de la media de la eurozona. En ésta, si exceptuamos los países del Este, Portugal y Grecia, se mantienen sectores industriales y bancos públicos que, sumados a aquel nivel recaudatorio, otorgan a los Estados una cierta capacidad negociadora frente al capital.

Eso explica que las presiones de las élites financieras y empresariales de este país contra un gobierno muy moderadamente progresista no tengan parangón con las de otras democracias desarrolladas. Y sobre todo teniendo en cuenta que de si algo adolece el proyecto de gobierno de coalición es de su tibieza frente a la elusión impositiva de los que más tienen. Efectivamente, las propuestas fiscales de la coalición se quedan muy cortas, quizá no superen los 6000 millones de incremento recaudatorio, cuando el gasto público planteado quizá ascienda en unos 20.000 millones respecto de los niveles actuales. Si a eso le sumamos que, ya con rango constitucional, estamos obligados a contener el déficit mediante un ajuste de unos 10.000 millones, las cuentas no salen.

La única perspectiva de éxito para este gobierno es que coja el toro por los cuernos y se plantee una reforma fiscal en profundidad, además de dotarse de una banca pública poderosa (Bankia le ofrece esa oportunidad). No se trata de radicalizarse, sino de aplicar el axioma de ‘a grandes males, grandes remedios’. No hay otro modo de sustraernos a la eterna España de los caciques.

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