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recuerdo de Mario Bebedetti Featured

Luis García Montero/Infolibre

Hace ya diez años que murió Mario Benedetti. Aprovecho estos días de verano para leer algunos de sus poemas y recordar la generosa amistad que me ofreció desde que nos conocimos al principio de la década de los 80, cuando era yo un joven poeta que buscaba su mundo y él un maestro que llenaba los salones de actos de España, ya fuese para presentar sus libros o para participar en las convocatorias políticas de la izquierda latinoamericana.

La poesía es un recurso privilegiado para recordar a los amigos porque conserva un rincón de intimidad en el que se pueden evocar conversaciones, manías, sonrisas y secretos. Hacer memoria del otro acaba convirtiéndose en un examen de la propia vida. Leo una antología de sus poemas, El amor, las mujeres y la vida y recuerdo al joven universitario que fui yo, interesado en los Epigramas de Ernesto Cardenal y en la poesía amorosa de Mario Benedetti porque suponían una invitación a mezclar los sentimientos de la vida cotidiana con el compromiso político.

A veces las personas preocupadas por la Historia se olvidan de la vida. Hacer del amor un asunto más del compromiso cívico es una buena forma de evitar esa quiebra que suele configurar un futuro solemne inclinado a perderle el respeto a la modestia humana del presente. Como yo empecé a escribir poemas al final de una dictadura y al principio de una democracia, las palabras se me llenaban de herencias y de sueños, el pasado de lucha y la esperanza que estaba por delante. César Vallejo, García Lorca, Alberti, María Teresa León, Cernuda, Ayala, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Ángel González, Gil de Biedma me habían llevado hasta una frontera que debía cruzar en nombre de la libertad recién conquistada.

Escribir poesía significó, entre otras cosas, saber que una democracia era algo más que el derecho a votar. En 1980 resultaba necesario romper todavía con las costumbres sociales de la dictadura, transformar las rutinas, cambiar el sentido de palabras como sexo, libertad o vida…, y saber lo que se ponía en juego al decir soy yo, soy hombre, soy mujer, te quiero. Si hacer política democrática es un compromiso para transformar y dignificar la vida, la emancipación de los ámbitos privados parece imprescindible para cambiar los espacios públicos.

La poesía amorosa es el mejor recurso para comprender que los sentimientos son históricos, que están unidos a las razones, y que, por tanto, los grandes retos de la Historia no pueden olvidarse de las urgencias y las verdades de la vida pública o privada. Personas como Mario Benedetti habían abierto camino con sus novelas, sus poemas y sus canciones. Su antología El amor, las mujeres y la vida cuestionó en el título un famoso libro de Schopenhauer, El amor, las mujeres y la muerte, pero rescataba y defendía una cita del filósofo alemán: “El amor es la compensación de la muerte; su correlativo esencial”.

Es verdad, y al cumplir años se aprende también que el amor es la única razón que nos permite mantener a la vez la lucidez y la necesidad de la esperanza. Se trata de evitar que el pesimismo sea una coartada para la indiferencia o la renuncia. El amor es, además, un modo de comprender las diferencias que hay entre el compromiso de los esperanzados y los motivos de los arribistas.

El amor nos transforma con una negociación difícil entre la historia y la vida. En “Asunción de ti”, un poema dedicado a Luz, su mujer, Mario reconoció esta dialéctica: “Eras sí pero ahora / suenas un poco a mí. / Era sí pero ahora / vengo un poco de ti. / No demasiado, solamente un toque, / acaso un leve rasgo familiar, / pero que fuerce a todos a abarcarnos / a ti y a mí cuando nos piensen solos”.

El sonar a otros, el venir de otros, no demasiado, pero sí con algún rasgo familiar, supone una dialéctica indispensable para negociar con la vida, la política y las admiraciones literarias en todas las personas del verbo. Recuerdo un acto de solidaridad con la revolución sandinista en el que tuve la suerte de participar junto a muchas admiraciones por las que me sentía abarcado: Rafael Alberti, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Augusto Monterroso y Gioconda Belli. Compartir sueños es también compartir fracasos, ver cómo algunas esperanzas se pudren y se derrumban. Seguir sin ingenuidad con el compromiso sólo es posible cuando se conoce y reconoce la honestidad de las personas. Mario Benedetti fue una persona honesta.

Así lo recuerdo al leer sus poemas, en la intimidad de mi evocación, diez años después de su muerte. Y sí, también le doy la razón al filósofo alemán: “El amor es la compensación de la muerte; su correlativo esencial”.

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