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Historias de la calle y otros relatos Featured

Bartolomé Marcos

Esto dice el bueno de Antonio Montiel, “el Monty”, apenas iniciado su libro, porque es que el Monty, sí, hombre, sí, Antonio Montiel, “el Monty”, el de “La Calle”, el de los huesos de oliva…el que trabaja en la Oficina Municipal de Turismo de la Plaza España…ha escrito un libro…¿es que no lo sabías? y lo ha publicado… Su libro también está, ya, en la calle (y hasta en las librerías), y puedes irlo leyendo mientras te tomas “un golpe” (por ejemplo), o dos, en cualquier bar o tasca, pub, antro o tugurio, porque su lectura tampoco exige concentración excesiva, ni te habla de cosas raras o extrañas, ni utiliza culteranismos de ninguna clase, aunque lo puebla fauna pelín peculiar, eso sí. Está escrito en “román paladino”, en el que suele el pueblo hablar a su vecino (que decía aquel), es decir, escrito como se habla, y es astracanada y crónica juglaresca de andanzas, más o menos alocadas, de alegre y despreocupada juventud. Se trata de un libro prístino, claro, espontáneo, etílico, directo, jugoso, frutal, etílico, joven, desmadrado, esperpéntico, etílico, chiflado, cariñoso, agradecido, etílico, nostálgico, y, sobre todo, etílico…quiero decir… gracioso, muy gracioso y muy, muy ciezano. Y muy, muy etílico. Sí, eso también. Pero, claro, es que eran otros tiempos. Beber no era malo y fumar tampoco, menos aún, ¡qué tiempos! Pues precisamente, como antes había empezado a decir, al principio del libro, antes de entrar en harina para hacer las gachasmigas o las tortas fritas y mojarlas en riquísimo chocolate caliente por la mañana bien temprano para combatir la resaca y entonarse o adentrarse en arenas movedizas montado en uno de los descacharrantes y ruinosos cacharros de aquellos locos años mozos, el autor hace una expresa y clarísima declaración palmaria de intenciones en directa sintonía con la pretensión última de convertir en libro, aportando permanencia al recuerdo más o menos impresionista y circunstancial de acontecimientos, anécdotas, chascarrillos, pequeñas gamberradas sin malicia y patético deambular de personajes que son caricatura y esperpento risible, pero que esconden muchas veces un dramático trasfondo en el que lo fundamental es la lucha por la perra vida sin perras, la lucha por la supervivencia. Lo único que pretendo con estas páginas es entretener y sonsacar una sonrisa o a lo más, alguna carcajada al lector. Si lo consigo habré cumplido el objetivo que me he propuesto al escribir estas páginas. Usted juzgará, amigo lector. Prueba conseguida, querido Antonio, le digo yo tras haberme echado al coleto, sin cubitos y a palo seco, las muy entretenidas páginas de estas “Historias de la calle y otros relatos”, que tan deudoras son, mutatis mutandis, de Lázaro de Tormes, “La vida de Estebanillo González” o “La vida del Buscón llamado Pablos”, es decir, la vena inagotable de la picaresca española. Yo mismo debo ser de los primeros que han leído este libro singular y único – como su propio autor y los especímenes que pueblan el pintoresco y entretenido zoológico que bulle en sus volanteras páginas, que están escritas en un estilo fresco, conversacional, desenfadado, como a vuelapluma, que se leen de un tirón, sin descanso, entre otras razones porque el relato no cansa, acumula carnaval, vitalismo y peripecia y porque en su propia peripecia tampoco da ninguna tregua acumulando sucedidos aparentemente disparatados, pero seguro que tan reales y verídicos como la vida misma. Eso sí, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, porque esto siempre hay que decirlo. He leído el libro y me he reído con él, desde el reconocimiento de prácticamente todos y cada uno de los patéticos seres humanos que deambulan por sus páginas, personajes de un guiñol tan real como la vida misma de una calle de este pueblo nuestro en tantos aspectos peor que el pueblo de ahora mismo, pero que en su rememoración se aureola con el romanticismo y la pátina temblorosa y emocionada que le confiere la neblina del recuerdo enamorado de un tiempo en el que, por encima de cualquier otra consideración, éramos jóvenes o éramos más jóvenes. Todo sucede en el libro…acción, incorporación de personajes, situaciones, como en una imparable e incontenible avalancha, como si el autor, puesto en marcha el mecanismo de rememoración más o menos nostálgica, y siempre cariñosa y benevolente con las personas, hubiera sido arrollado por el ímpetu, la poderosa fuerza interna de su creación, y la necesidad inexcusable e imperiosa de contar y de contarse. No hay maldad ninguna, ni intención torticera de ninguna clase, en un relato sencillo, limpio y directo, en el que con seguridad podrán reconocerse muchas generaciones y “quintas” de ciezanos y ciezanas de edades comprendidas entre los cuarenta y pocos y los sesenta y bastantes. Puro “torrenterismo” más o menos casposo y divertimento a raudales en un libro que es como su autor: sin un ápice de malicia. Aquí sigue haciéndose realidad el summersiano “to er mundo é güeno” y el propio autor acaba situando siempre en el cielo a aquellos de sus personajes que desgraciadamente –ley de vida y a veces de mala vida- se ven obligados a trasponer el umbral.

 

Nos cuenta Antonio Montiel, “El Monty”, en este primer libro suyo (imagino que le han quedado aún muchas anécdotas que contar que serán puntualmente ofrecidas previa demanda al respecto en un futuro próximo), andanzas de juventud en las que su vida se vio entreverada con la de una serie de dramatis personae cuya conjunción astral en un punto concreto del universo mundo y del continuo espacio-tiempo, resulta difícil de imaginar, pero que existir, existieron (y algunos existen todavía), verdadera “galería de colgaos” que en la mayor parte de los casos frecuentaron el pequeño microcosmos del Pub “La Calle”, irónicamente convertido por “El Monty” en “El mejor negocio de su vida”, ya que en la práctica la apertura del establecimiento supuso para él su ingreso en una sagrada orden de caridad, en la que se practicaban las obras de misericordia, como servir de abierta casa de acogida a los sin casa, albergue para todos y para todo, y, particularmente, para dar de comer al hambriento, y, más aún (y sobre todo) dar de beber al sediento, casi siempre insolventes el primero y el segundo para pagar el importe correspondiente del comercio o del bebercio, así que la calle sólo fue negocio en el sentido etimológico, nec otium, pues que sirvió para sacar a su gerente y dueño, del dolce fare niente y precipitarlo en una vorágine de ocupaciones a cual más disparatada, a cual más entretenida y divertida, pero con el denominador común de la prácticamente nula rentabilidad económica. Claro que con aquellos mimbres, donde todo se supeditaba a la amistad y al pasarlo bien de cojones, difícilmente podían fabricarse, no digamos yacimientos, sino ni siquiera más o menos boyantes cestos -ni tan siquiera cestas- de negocio. Sólo experiencias, vivencias y conocimiento del zoológico humano, que, si bien se mira, es ése un precioso (pero altruista) saber, aparte de crecer en la amistad y en la familiaridad, el aprecio, o el conocimiento de todo lo humano, por extravagante que pudiera parecer…

 

Son los suyos (o al menos si no son suyos, él los ha tomado prestados) personajes a los que cualquier ciezano de entre cuarenta y setenta años ha tenido oportunidad de conocer…algunos de casas nobiliarias de rancio (nunca mejor dicho) abolengo, otros de imaginadas casas nobiliarias que la costumbre acababa por hacer reales- aunque a rey creo que no llegó ninguno, o al menos no está documentado tal extremo en el libro. El autor, que se pringó con sus personajes (en la mayor parte de los casos unos verdaderos “pringaos”) se vuelve personaje él mismo, de manera que, aun cuando la galería de (como digo) auténticos colgaos es ridículamente impresionante, la exageración de su modus vivendi les confiere grandeza y su falta de maldad los hace buenos, en todos los sentidos de la palabra. Mucho salero y mucha sal, aunque sea de la gruesa, y a saborear la vida, que fueron…que son…tres días. Diviértanse con la lectura. Es para eso.

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