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Walking dogs (El Paseo de los perros…mordedores...de vez en cuando) Featured

Bartolomé Marcos

El lunes, 4 de Febrero de 2019, amaneció una buena mañana de cielo despejado y fresca temperatura, casi frío, unos ocho o nueve grados centígrados, que fácilmente se convertirían a partir de las once, o a mediodía, en catorce, quince y hasta dieciocho grados. Temperatura primaveral y  magnífica mañana para darse un buen garbeo por los visualmente muy entretenidos ocho kilómetros y pico del Paseo Ribereño que flanquea el río Segura a su paso por Cieza. Un río Segura, “seguro”, tranquilo y manso en su curso medio, si no fuera -¡ay!- porque la margen izquierda del referido paseo ribereño se ha acabado convirtiendo en una pasarela interminable de perrunas mascotas que defecan a destajo y que –cada vez con más frecuencia- molestan e incordian a los paseantes desde su consustancial –y eso es verdad- ausencia de maldad: animalicos…¿eh? nada, si no hace nada, es la frase más socorrida y repetida por los dueños y dueñas de los animales, cuando estos, llevados de su natural instinto, se acercan a olfatear los zapatos o los pies de los paseantes, o merodean a su alrededor, o se apalancan y brincan juguetones con todo quisque, le guste más o le guste menos, o aunque no le guste nada, al todo quisque de turno. La margen izquierda del Paseo Ribereño entre el Puente del Argaz y el de Hierro se ha convertido en un paseo de los perros que les ha traído ya algún disgustillo que otro –y hasta algún mordiscazo- a los pacíficos caminantes humanos, que sólo buscan tranquilidad, relajo y aire libre y que se encuentran cada vez más con estrepitosos ladridos que asustan, carreras que intimidan, cacas que hacen resbalar para que después tampoco te sonría la suerte en la lotería y apestosas meadas que se suman y mezclan con el aire contaminado por las quemas agrícolas.

Ese día precisamente, el lunes, 4 de Febrero, se paró conmigo una de las personas, todavía bastante joven, con las que habitualmente me cruzo, cuando, a eso de las ocho y cuarto u ocho y media de la mañana, inicio mi recorrido a la altura del Puente del Argaz. Iba muy enfadado y, en términos bastante enérgicos y con un cabreo más que considerable, me contó que hace pocos días tuvo un desagradable incidente con un perro que le mordió, un perro que además iba acompañado por su dueña, pero sin atar y, por tanto, sin asegurar el control del animal, que podía, en un momento determinado (como así ocurrió) molestar, asustar, o incluso morder a cualquier pacífico paseante. Aquello no se podía consentir, decía el indignado paseante, y estarán ustedes de acuerdo con él, como yo lo estoy, en que efectivamente no se puede consentir. Los animalicos tienen sus derechos, pero los seres humanos también…o más si cabe. Era preciso, seguía diciéndome el atribulado paseante, que la policía local vigilara por la zona e impusiera las multas correspondientes a quienes permitieran a sus animales circular sin bozal, o sin correa de sujeción, garantizando así la seguridad de quienes salen cada mañana a disfrutar del aire libre, a expansionar sus pulmones, o a hacer un ejercicio tranquilo que incidentes como el relatado convierten en disgustos que podrían llegar a ser graves. Yo mismo he presenciado personalmente cómo sus dueños, llegados a la altura del camino de tierra de esa margen izquierda del Paseo Ribereño, liberan a sus perros de ataduras y correas, y los animalicos se lanzan a nerviosas, alegres y desaforadas carreras como si hubieran recuperado la libertad, lejos del agobio de casas y pisos y en contacto con los espacios más abiertos. Es normal, y da gusto verlos así, es la verdad, pero no da tanto gusto cuando se dirigen hacia ti, apalancan sus patas traseras en el suelo y saltan hacia tu pecho repetidamente, jugueteando, sí, oliendo tu nerviosismo, tu inquietud y hasta tu miedo, mientras tú te cagas en todo lo cagable por tener que aguantar aquello al tiempo que mascullas impronunciables improperios contra el tranquilón del dueño o la pava de la dueña, que han dejado a sus anchas, altas y largas al animalico para joderte a ti bien jodido el paseo.

Así que Paseo Ribereño sí, para todos, incluidos perros y mascotas, pero atados y bien controlados por sus dueños y dueñas.  Derecho de los perros a desfogarse y disfrutar de los espacios abiertos al aire libre y derecho de las personas a pasear sin zozobras ni temor. Eso, o, definitivamente, dejar reservada la margen izquierda del ribereño paseo como paseo perruno en exclusividad. Bueno…y a ver si, con suerte, cagan un poquito menos…que, queridísimos canes, os lo tenéis que hacer mirar: el martes, 5 de Febrero, me molesté en contar vuestras mierdas entre el Puente del Argaz y el Puente de Hierro. 100. Sí, nada más y nada menos…100.

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